Esta borrosa y dudosa imagen (Colombia, 1955, dicen) ha avivado las tesis conspiranoicas |
Un informe desclasificado de un ex-agente
de la CIA asegura que Adolf Hitler sobrevivió a la derrota de Alemania y que
huyó y vivió en Colombia; para apoyar dicha afirmación se aportaba una foto
borrosa e indefinida (supuestamente tomada en 1955) en la que se veía a un tipo
con el típico bigotito. Es más, el informe detalla que el dictador genocida
había llegado en buenas condiciones físicas y síquicas… Además, apoyándose en
esta teoría, hay quien sostiene que murió en 1971 sin mayores dificultades. El
hecho de que fuera quemado su cadáver y de que fueran los soviéticos (expertos
manipuladores de la realidad) quienes llegaran antes al lugar da pie a que
muchos se inclinen a pensar en la conspiración. Contra la tesis de que el
dictador nazi consiguió escapar se oponen las investigaciones y conclusiones de
los máximos especialistas, que no dudan de que se suicidó y ordenó que quemaran
sus restos, pues temía que, como le ocurrió a su colega italiano, su cuerpo
fuera objeto de escarnio público y colgado boca abajo en la calle.
En realidad cada uno piensa lo que desea
pensar, de modo que quien se inclina por ver conspiraciones por todas partes
seguirá en sus trece por más argumentos o pruebas que se le ofrezcan. Aun así,
es oportuno recordar algunos hechos irrefutables.
El médico personal del tirano desde
1936 era Theo Morell, un tiparraco seboso, muy sucio y maloliente, oportunista
y aprovechado. El caso es que este elemento anotaba en su diario todas las
dolencias de su paciente así como la abundante medicación que le proporcionaba.
Desde hacía años, el enfermo Hitler sufría problemas gástricos, tal vez
producto de su tendencia al vegetarianismo; además, a partir de los
tratamientos del orondo matasanos, sus dolencias se multiplicaron: dolores de
cabeza y de oídos, problemas serios de visión, mareos, severos desarreglos y
espasmos intestinales con terroríficas flatulencias (este particular le venía
de antaño, y si dejó de comer carne es porque creyó que comiendo sólo vegetales
el olor no sería tan nauseabundo), sudoración extrema, hipertensión y, en su
último año, problemas cardiacos e infarto (en septiembre del 44), tenía la piel
color ceniza, le temblaba toda la mitad izquierda del cuerpo y estaba
extraordinariamente débil.
Su deterioro mental era tan evidente
como el físico ya desde finales de 1944: sufría unos temibles ataques de ira en
los que gritaba y gesticulaba de modo demencial, acusaba a todo el mundo en
medio de una excitación neurótica e incontrolada, movía sobre los mapas fichas
que representaban ejércitos que ya no existían (cosa que sabían los que estaban
a su alrededor) y, en sus últimas semanas, mostraba síntomas claros (temblores)
de padecer neurosis espasmódica.
Para ‘combatir’ este catálogo de
patologías, el dudoso Theodor Morell se mostraba muy espléndido a la hora
recetar y suministrar todo tipo de compuestos, medicamentos y drogas a su
terrible paciente: metanfetaminas para ‘estar en forma’ (cuentan que, tras una
toma masiva, mantuvo una reunión con Mussolini en la que no dejó de hablar durante
tres horas) y somníferos para dormir, estricnina, abundante cocaína y opiáceos,
codeína, diferentes barbitúricos…, además de los mejunjes que el poco
recomendable médico le preparaba, los cuales contenían desde testosterona de
toro hasta extractos de placenta, de músculo cardiaco o de próstata (para
combatir la depresión, decía Morell), belladona (planta muy tóxica que se usó
hasta el siglo XIX contra diversos dolores) e incluso le suministró la bacteria
escherichia colli… En total, el genocida ingería unas 30 pastillas diarias y
recibía cuatro o cinco inyecciones.
Un oficial de su Estado Mayor describió
el aspecto de Hitler en sus últimos días en el búnker del Reichstag con
bastante precisión: “Caminaba de un lado a otro lenta y trabajosamente, inclinando
el cuerpo hacia delante y arrastrando los pies; parecía tener problemas para
mantener el equilibrio. De la comisura de sus labios casi siempre goteaba
saliva”. Las últimas imágenes de Hitler, cuando saludaba a oficiales y niños
vestidos con el uniforme de las SS, contienen una toma por detrás en la que se
aprecia un llamativo temblor en su mano izquierda, que él mantiene a su espalda
y sujetando algo; al parecer, los primeros síntomas de Parkinson se le
detectaron antes incluso de iniciarse la guerra.
En resumen, la salud del dictador nazi
era una catástrofe, de modo que, aunque no se hubiera pegado un tiro, seguro
que no hubiera durado mucho y, sin la menor duda, no hubiera aparecido tan
saludable como se le ve en esa foto supuestamente tomada al führer diez años
después.
Por otro lado, una vez que asumió que
la guerra estaba perdida, seguramente el mayor temor de Hitler sería caer
prisionero, por lo que si optaba por huir correría el riesgo de que los rusos
le capturasen vivo, algo que sin duda le aterrorizaría: lo exhibirían como
trofeo, lo vejarían durante mucho tiempo, lo torturarían, lo juzgarían al
estilo soviético y terminarían colgándolo cabeza abajo…, “a mí no me harán lo
que le hicieron a Mussolini”, se sabe que dijo al conocer lo que había sucedido
con éste y su amante un par de días antes. Además, según su retorcida y
perversa mentalidad, ¿qué objeto tenía para él seguir viviendo después de una
derrota tan humillante y vergonzosa?, él, egocéntrico hasta el extremo, ¿podía
vivir escondido, de un modo sencillo, sin dejarse notar, sin sus
grandilocuentes declaraciones?, ¿por qué prescindir de su médico-camello, en
quien confiaba ciegamente, si pensaba seguir vivo?, ¿y por qué matar a su
querida perrita Blondi si no tenía intención de matarse?
En fin, por más que los afines a las
conspiraciones mantengan lo contrario, no existe ninguna prueba o indicio de
que sobreviviera a la derrota total. Al contrario, además de la opinión de los
especialistas (incluyendo la máxima autoridad en el tema, Antony Beevor), todas
las evidencias conducen al suicidio.
CARLOS DEL RIEGO
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