Hay hoy criaturas que hubieran preferido que, en la Transición, se hubieran dado de palos en lugar de darse la mano. |
Abundan hoy en España jóvenes líderes
de partidos y grupos de izquierda que repudian lo ocurrido antes de su llegada
a este mundo, reservando sus fobias más coléricas a aquello que se llamó la
Transición; es una postura similar a la del adolescente que desprecia
sistemáticamente todo aquello que caracterizó a la generación de sus padres:
desde la ropa o la música hasta el modo de pensar. El caso es que uno de estos
‘yupis’ de la política ha sentenciado que (en la Transición) “El PC se engañó y
engañó a sus militantes”, puesto que “adoptó una estrategia conservadora y un
deje institucionalista”, y además “renunció al leninismo”.
En primer lugar, quienes vivieron
aquellos momentos recordarán el ‘buen rollo’ que se respiraba en las calles
(entre ciertos sectores de la juventud se escuchaba “¡viva el rollo!”, cosa que
podía referirse a la música rock, al ambientillo, al fumeteo), y también se
acordarán de la atención con que se seguían las noticas políticas como la
legalización del PC, lo satisfecha que estaba la gente con las primeras
elecciones en décadas, la curiosidad ante la aparición de múltiples partidos, los
cánticos callejeros, el alivio al comprobar que no se volvería a las armas…; y
todo ello a pesar de las masacres ejecutadas por los violentos diestros y
siniestros, o de los rumores de intentonas golpistas, de la crisis y el paro...
Sí, los españoles aceptaban los cambios con esperanza, con excepción de los
grupos de extrema derecha, que hablaban de traición a España y rechazaban las
novedades. Curioso: las izquierdas de hoy coinciden con los ultras de entonces.
Y después hay que preguntar a quienes
rechazan lo que se hizo qué es lo que hubieran hecho ellos en aquellos últimos
años setenta, o sea, cuál debió ser la postura del PC y la acción a seguir: ¿rechazar
las normas de la democracia y llamar a la insurrección?, ¿provocar huelgas
generales revolucionarias?, ¿exigir con maneras violentas la detención inmediata
de todos los que tuvieron algo que ver con el franquismo?, ¿formar grupos
armados de milicias ciudadanas?, ¿organizar un frente popular para luchar
contra las ‘fuerzas represoras’? Es necesario recordar que, entonces, en el
‘post-franquismo’ inmediato, no menos de la mitad de la población estaba con el
régimen, como lo estaban todos los que tenían el poder y una gran mayoría de
los que ejercían la política; y otro tanto sucedía con sectores tan
estratégicos y con tanta fuerza como el económico o el militar. Así las cosas,
en el caso de que los partidos de izquierda más radical hubieran llamado al
combate y hubieran conseguido una cantidad significativa de seguidores
dispuestos a todo, es fácil suponer que las fuerzas políticas, militares y
económicas se hubieran defendido, con lo que hubiéramos vuelto a las andadas
con, seguro, calamitosos resultados.
Por ello, hace cuatro décadas, tanto el
PC como el resto de formaciones de izquierda (al igual que los grupos conservadores
moderados) fueron posibilistas, pragmáticos, hicieron lo único que podían
hacer, tomaron la única alternativa a la acción violenta, a la guerra. También
es necesario recordar que los extremistas de uno y otro lado hicieron todo lo
posible por reventar acuerdos y destruir caminos democráticos, recurriendo a
las acciones más brutales y sangrientas.
Volviendo a la actualidad, el aludido
líder comunista, que ha vivido toda su vida como un burgués capitalista bien
acomodado, también achacó al PC de 1977 un “deje constitucionalista” y el
“abandono del leninismo”. Es decir, según este ‘cráneo privilegiado’, dicho
partido debió rechazar la legalización y seguir al pie de la letra las
consignas del camarada Vladimir, como aquella que animaba a tomar violentamente
el poder: “La dictadura revolucionaria del proletariado es un poder conquistado
mediante la violencia (…) un poder no sometido a ley alguna”.
En fin, seguro que cuando cavila sobre
el asunto, el individuo en cuestión dice y se dice, convencido, algo así como “si yo hubiera
estado allí…”.
CARLOS DEL RIEGO
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