El cantante amenaza a quienes se atrevan a cumplir la ley, pues él se cree por encima de ésta. |
No han pasado desapercibidas las
declaraciones de quien fuera integrante de la ‘nova cançó catalana’ hoy metido
a político. El diputado de Juntos por el Sí pide a los funcionarios que
desobedezcan leyes legitimadas por la Constitución (y pongan en riesgo su
trabajo) para acto seguido amenazar a los que desobedezcan una supuesta ley que
sería anticonstitucional; en otras palabras, esta criatura se siente legitimada
para determinar cuáles son las leyes que hay que cumplir y cuáles no. Hay casos,
por otro lado, en que la desobediencia está justificada, como en la actual
Venezuela, donde el gobierno persigue sistemática y violentamente a todo
opositor político; tal vez por la coincidencia de métodos no se escuchan
críticas contra el régimen venezolano-bolivariano-chavista desde el separatismo
catalán…
Las palabras que han devuelto al
cantante Lluis Llach al primer plano de la actualidad son una muestra de cómo
se pasa de combatir la injusticia y el totalitarismo a caer en idénticas perversiones,
es decir, cómo alguien llega a imitar a la perfección todo aquello que
denunciaba en su juventud. El muy torpe no es capaz de ver que está utilizando
las mismas herramientas y recursos que el dictador contra el que tanto clamó.
Lo curioso es que tanto uno como otro parten de un sitio muy parecido: la idea
de que se puede pasar por encima de todo y de todos si es por el bien (o lo que
ellos creen el bien) del país, de la nación, de la patria; así, el militar golpista
parte de un patriotismo ciego, furibundo, mientras el músico que aspira a ser
golpista viene de un nacionalismo furibundo, ciego. (Es oportuno recordar que
el patriota extremo es el que hará lo que sea en nombre de su patria, mientras
que el nacionalista radical es el que aspira a tener una patria distinta a la
que oficialmente señala su documentación).
Las elocuentes amenazas de este
aprendiz de golpista, la postura arrogante de este auténtico faccioso arroja
una evidente conclusión: cuando cantaba contra
el totalitarismo y la persecución política no pretendía que terminara
esa situación y se impusiera la libertad, sino que su deseo más profundo era
colocarse él en el lugar del dictador, tener todos los instrumentos necesarios
para imponer su creencia por la fuerza y obligar a los discrepantes y
desafectos al régimen a unírsele o sufrir las consecuencias... Es el viejo
libro de estilo de todos los totalitarismos, de todos los fascismos que en el
mundo han sido: o se piensa, se habla y se actúa según señala el poder, o palo.
Asimismo, atendiendo a estos modos y en el ficticio supuesto de que Cataluña
dejara de ser España un día, es fácil aventurar qué pasaría con quienes se
atrevieran a disentir o criticar. De todos modos, este señor que un día escribió
contra el poder y hoy lo ejerce con aires de matón, tiene que saber que está
llamando a un golpe de estado contra un gobierno y un sistema absolutamente
legítimos, con lo que jamás va a alcanzar su objetivo, jamás; por ello, los
funcionarios que pueden ser sancionados son precisamente los que desobedezcan
las leyes que les permiten ocupar el puesto que ocupan. En fin, que como todos
los que tienen la mente ocupada por una idea totalitaria y fascistoide, Llach
se engaña y engaña. No será necesario recordar qué ocurrió cuando, en 1934, otros políticos separatistas
proclamaron la independencia de Cataluña mediante un golpe de estado: no tuvo
el mínimo recorrido.
¡Qué diferencia con su paisano y colega
Joan Manuel Serrat! Éste, elegante y mesurado, contaba que cuando le prohibían
cantar en catalán sentía un irresistible impulso de pasar por encima de dicha
prohibición, mientras que cuando muchos años después notaba que había
nacionalistas catalanes que le torcían el gesto si entonaba en castellano,
aquel impulso cambiaba de sentido. Eso es rebeldía, eso es levantarse contra la
imposición, contra la amenaza, contra el totalitarismo. Lo de enfrentarse a la
tiranía para luego repetir todos sus métodos, tal y como ha hecho Llach, es
puro fascismo, nacional-fascismo.
CARLOS DEL RIEGO
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