La rendición de Granada (1882), de Francisco Pradilla. |
Tanto la rápida conquista como la larga
reconquista (término impreciso y complejo) son episodios totalmente encuadrados
en la Edad Media. De modo que juzgar, calificar, valorar hechos, ideas y personas
de entonces con pensamiento de hoy, como hacen los que protestan por tal
conmemoración, es un anacronismo, un disparate. Así, utilizar términos y
conceptos como genocidio, fascismo y totalitarismo, hablar de racismo,
xenofobia e intolerancia, de integración o multiculturalidad, refiriéndose a
aquellos tiempos, es síntoma inequívoco de ignorancia, entre otras cosas porque
no existían ni las palabras ni su significado. En fin, ¡hay que tener pocas
luces para mirar a la Edad Media desde una ideología de móvil, y más aun para
levantar la voz basándose en lecturas y textos superficiales y tópicos!
Cuando se produce la invasión de Tarik (había
habido incursiones anteriores), en la península viven unos cuatro millones de
hispano-romanos de religión católica y menos de doscientos mil godos arrianos;
éstos son las clases dirigentes y nobiliarias, las cuales no se mezclan con los
autóctonos, tienen leyes distintas y no se permiten los matrimonios mixtos. Los
conflictos entre las aristocracias godas facilitan la incursión definitiva; es
oportuno recordar que el ejército de Tarik lo componían élites musulmanas
árabes y seis o siete mil bereberes en gran parte cristianos (herencia
bizantina). Una vez en la península, derrotado el rey don Rodrigo y animados
por los godos traidores, los conquistadores deciden quedarse. La población tardo-romana
sólo vio, en principio, un cambio de amo, de modo que no movió un dedo a favor
de los godos; sin embargo, desde el primer momento el pueblo llano (muchos
terratenientes, godos y romanos, pactaron con los atacantes) comprobó cómo se
las gastaban los invasores: mataban, quemaban y tomaban todo lo que querían…,
es decir, actuaban como se actuaba en aquella época; el caso es que, dado que
los nuevos amos trataron a los hispano-romanos como a enemigos vencidos, éstos
empezaron a defenderse. Todos estos hechos son perfectamente lógicos según el
pensar de la época. Es decir, en toda la Alta Edad Media, en todo el mundo
conocido se producían continuamente ataques y contraataques, invasiones y
ocupaciones, y no se tiene noticia de que se priorizara el diálogo, la
concordia y la negociación pacífica, sino que todo eran batallas, asedios y
matanzas. Los ejércitos musulmanes invadieron la toda la Península Arábiga y en
poco tiempo se extendieron por partes de Asia, África y el sur de Europa; y lo
hicieron espada en mano y sin contemplaciones con los vencidos, tal y como era costumbre
en aquel mundo. En Hispania no fue diferente: tanto la arqueología como las
fuentes documentales musulmanas y cristianas señalan sin lugar a dudas la
violencia con que se conducían los nuevos invasores…, incluso entre ellos
mismos, pues se sabe que el gobernador Abdelaziz fue asesinado en Sevilla en fecha
tan temprana como 716. En definitiva, la conquista iniciada en 711 se llevó a
cabo con la crueldad con que se hacían las cosas en la Edad Media.
Comienza la conquista en ese 711 y la
reconquista en 722 (fecha probable). El avance sarraceno se detiene en la
batalla de Tours (o de Poitiers) en 732 (o 734), en la que el franco Carlos
Martell derrota al ejército de Abderramán, aunque necesitó otras victorias para
expulsarlos definitivamente de la Galia. Sea como sea, ¿por qué hay hoy
personas que dan por bueno el ataque pero condenan el contraataque que termina
en 1492? Además, entre aquella fecha y ésta se produjeron en todo el mundo conocido
numerosísimas guerras, batallas, venganzas, matanzas y degollinas, sin embargo,
hay quien sólo mira con rencor y reproche las protagonizadas por uno de los
combatientes en la reconquista (y eso que los califales eran expertos en el
saqueo y el degüello; sólo hay que repasar las aceifas y campañas del poderoso
Almanzor tanto en la península como en el Magreb).
Asimismo es necesario recordar que en
el momento de la entrega de Granada no existía España, sino que la península
estaba dividida en varios reinos, siendo el Castilla y de León y el de Aragón
los más importantes de los cristianos, y el Reino de Granada el último musulmán;
por ello, afirmar que en enero de 1492 se culmina la expulsión de los españoles
musulmanes es tan falso como el mito de la convivencia pacífica de las tres
culturas en Al Ándalus.
Y en cuanto a la conmemoración, hay que
tener presente que también se conmemora el inicio de la Revolución Francesa
(14-VII-1789), la cual fue un baño de sangre indiscriminado que se llevó hasta a sus ideólogos;
igualmente la Revolución Rusa (1917), que dio paso a un régimen totalitario con
millones de víctimas. Sorprende, por tanto, que los mismos que identifican la conmemoración
de la entrega de Granada con la celebración de la intolerancia y el
totalitarismo, estén encantados de festejar las efemérides de aquellas dos
revoluciones, muy posteriores y mucho más violentas que la rendición nazarí,
que además fue pactada, sin asalto. Por otro lado, tampoco tiene el menor
sentido enarbolar aquel lejano hecho como si fuera ejemplo de patriotismo.
Es lo que ocurre cuando las opiniones
se basan en lecturas sesgadas y superficiales. Y es que acontecimientos
históricos de este calado siempre son extremadamente complejos y enmarañados.
CARLOS DEL RIEGO
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