Keith Emerson, un pionero de la electrónica, un virtuoso de los teclados. |
En la primera mitad de los setenta del siglo pasado
empezaron a tomar notoriedad (limitada a la órbita de la música rock) una serie
de grupos que, además de canciones, proponían un gran dominio del instrumento,
un talento especial en la materialización de la música, una destreza excelente
ya fuera con el piano, la guitarra, la percusión, la flauta, el saxofón, el
violín... Y todo ello sin abandonar el entorno del rock. Los adeptos más
veteranos del género tendrán en su memoria los lúcidos paisajes de jazz por los
que se paseaba la guitarra de Robert Fripp (King Crimson), las virguerías
disparatadas o las demostraciones académicas de la flauta travesera de Ian
Anderson (Jethro Tull), la exquisita elegancia de la guitarra de Andy Latimer
(Camel) o la inmensidad abrumadora de los órganos de Rick Wakeman (Yes), por
citar sólo a unos pocos de aquellos que, entonces, eran auténticos héroes.
Todos tenían en común un vigoroso talento interpretativo que hacía que, además
de integrarse en la melodía, el oyente quedara atrapado en el genio de unos
artistas capaces de transmitir todo tipo de emociones con ‘sólo’ ese lenguaje
universal que no precisa palabras.
Entre aquellos verdaderos superdotados estaba en
lugar preferente Keith Emerson, que se dio a conocer como integrante de uno de
los primeros ‘supergrupos’, Emerson, Lake & Palmer (ELP). Los Beatles
habían dejado un hueco tan imposible de llenar que la música pop y rock, ante
la imposibilidad de seguir donde ellos lo habían dejado, se vio obligada a
abrir nuevos caminos. En esa circunstancia surge la unión de tres músicos de
reconocida solvencia y sólido pasado. ELP sorprendieron con un primer álbum que
presentaba una serie de texturas sonoras absolutamente novedosas y originales,
unas desconocidas tonalidades sónicas
que dejaban al personal boquiabierto, desconcertado; Emerson tomaba partituras
de colosos como Bach o Bartok y las adornaba con su panoplia de innovadores
teclados. Era una nueva visión de la música rock en la que el talento
interpretativo tomaba tanta importancia como la mismísima composición; las
sutiles guitarras de Lake (acústica, eléctrica, bajo) y las infinitas
percusiones de Palmer proporcionaban la base ideal para que Emerson diera nueva
vida a añejas partituras (en todos sus discos hay obras de autores clásicos) o liberara
su talento creativo.
Tras aquel primer álbum, en 1970, hicieron otros
cuatro antes del 74, todos ellos de gran mérito y enorme valor artístico. Pero,
tal vez, la obra cumbre de su estilo sea ‘Trilogy’. Además de las partes
vocales, de las preciosas canciones y de los ambientes oníricos (se cuenta que
la portada iba a ser un cuadro de Dalí, pero pedía tal cantidad de dinero que
la idea se desechó), además de los tremendos saltos que se producen (incluyendo
un increíble y divertido piano estilo ‘saloon’), con este elepé Keith Emerson
consiguió que los aficionados al rock (los que tenían visión más amplia)
comprendieran y disfrutaran de la belleza y potencia que puede transmitir un
piano, el piano solo, un gran Steinway Piano; tan es así que no son pocos los
que hoy son capaces de paladear un buen solo de piano, sea en el género que
sea, gracias a aquellas demostraciones de talento con que Emerson fascinó hace
más de cuarenta años. En fin, gracias a él (y a otros como él) muchos
entendieron cómo una interpretación técnicamente excelente es tan valiosa como
la creación de una melodía brillante.
Todo eso se disipó entre la rabia del punk. Así, de
repente, el virtuoso dejó de ser apreciado, el genio interpretativo dejó de
interesar. Lo único que las nuevas bandas pretendían era expresar energía
iracunda con un par de acordes y, en muchos casos, pésimas ejecuciones, salidas
de tono, instrumentos desafinados… En este negocio de la música rock cada época
es distinta y deudora de su momento, de lo que la rodea, de su circunstancia,
de modo que los cambios son drásticos: el estilo que hoy triunfa mañana será
aborrecido, lo que hoy gusta mañana será despreciado. Pero con el paso del
tiempo, con la perspectiva necesaria, lo que tiene mérito regresa y vuelve a
ser reconocido, y por eso es obligatorio recordar aquellos años y aquellos
músicos. Claro que, lo bueno de esto del rock, es que admite tanto a los
técnicamente excelentes como a los tuercebotas rasca-guitarras.
Sea como sea, algunos majaras guardan como oro en
paño, con cariño y emoción a veces nostálgica, aquellos primeros cinco elepés
de Emerson, Lake & Palmer. Son recuerdo impagable de esa época en la que se
comprendió que el virtuosismo también tiene cabida en el universo del rock.
CARLOS DEL RIEGO
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