Prince siempre será recordado por su talento, su figura, sus peleas..., todo en exceso. |
Con la apertura y con la proscripción de la censura
en España (segunda mitad de los setenta del XX) el personal que sabía algo de
eso del rock, y de la música joven en general, tuvo ocasión de toparse contra
tipos chocantes y disparatados, especímenes singulares que, vistos y escuchados
una vez, hacían marca indeleble en la memoria. Uno de esos era Prince,
personaje único, difícil de definir, tanto que, al irrumpir en aquellos
primeros ochenta, el españolito más enterado se quedaba sin palabras, abría
ojos y oídos fascinado ante tanta sofisticación, como si estuviera ante un
extraterrestre. Tan diferente, tan inesperada resultaban su figura y su música.
Excesiva, sobre todo, para mentalidades hasta poco antes encerradas.
Sí, Prince fue un auténtico erudito del exceso, un
investigador de la desmesura. Y lo fue en todos los terrenos. El más
importante, el artístico, podía dejar boquiabierto al más experto conocedor de
los entresijos, recursos y secretos de este negocio. Quienes lo descubrían quedaban
perplejos: acostumbrados a distinguir al segundo compás si lo que sonaba era
rock duro o funk, blues o pop ligero, alucinaban al escuchar un ritmo
funk-disco adornado con un riff de guitarra heavy… Y lo más increíble: la cosa
no sólo no chirriaba, sino que funcionaba a la perfección, enganchaba, seducía
de un modo irremediable. Así, una vez descubierto, el interesado estaba atento,
pues cada paso que daba esta especie de combinación entre Sly Stone y David
Bowie era un pequeño acontecimiento. Pero si es difícil resultar original,
fresco y atrevido una vez, mucho más es mantener la capacidad para sorprender
disco tras disco, canción tras canción…, y sin caer nunca en la ordinariez. Prince,
además, no detuvo nunca su carrera artística, jamás dejó de componer, grabar,
actuar, ensayar, y por eso editó la excesiva cifra de cuarenta álbumes, más otros
varios con grupos y formaciones diversas, más otros en directo, algunos para
Internet, un par casi anónimos e incluso uno quedó inédito. Igualmente su
talento para dominar cualquier instrumento era, también, exagerado; dicen que
aprendió a tocar el piano él sólo con siete u ocho años y que llegó a tocar,
con sorprendente destreza, unos treinta instrumentos, siendo un auténtico
virtuoso en varios de ellos, sobre todo la guitarra y el piano. Y una cosa más,
sus ‘show’ podían ser verdaderas fiestas rococó, pero sin perder jamás la
esencia, la música; ¡y qué decir de los músicos que escogía para darle réplica!
(mención para la colosal Sheila E). No cabe duda, en el plano musical y
artístico, Prince fue, lo que se dice, un talento excesivo.
Siendo así, el artista puede permitirse ser
coherente al ser, también, exorbitado en otros planos. En lo visual era un
hacha, pues conseguía resultar inolvidable tras el primer golpe de vista; esos
colores extremos, rabiosos y cambiantes, los tacones de aguja, las provocativas
prendas femeninas, el maquillaje sobre finísimas barbitas y bigotitos, sus
poses, ojitos y movimientos…, todo ello configura una estampa tan abundante que
la identifican sin dificultad hasta los que no conocieron otra cosa que la
copla. Eso sí, aunque su aspecto fuese ambiguo y amanerado, el tío era muy
machote, como demuestran sus matrimonios y las despampanantes mujeres que, muy
del brazo, siempre estuvieron a su lado.
Sus relaciones con las discográficas y con la
industria fueron de verdadera guerra atómica. Así, el Artista peleó con el
cuchillo entre los dientes contra el manejo que otros pudieran hacer de su
trabajo; llegó hasta la luna para esquivar los tentáculos de las grandes
multinacionales, e incluso no dudó en cometer la mayor herejía del negocio del
espectáculo: cambiar de nombre artístico a menudo hasta, en la cima de la
enormidad, hacerse representar por una especie de trazo jeroglífico sin
significado. Sin duda, contra el poder establecido él luchó sobrado de arrojo y
tesón. Y casi como excepción, en cierta ocasión pasó del exceso a la grosería,
cuando denunció a una niña que usó uno de sus temas para bailar en un vídeo
casero. Y es que si se vive al borde se corre el riesgo de caer hacia el lado malo, aunque sólo sea una vez…, o dos,
puesto que, finalmente, la vida extrema lo empujó antes de tiempo hacia el
sitio equivocado y definitivo.
Toda esa desbordante exhibición en otro hubiera sido
desacato. Pero en Prince era encanto. Y casi como para compensar, figura tan
demasiada cabía en menos de 1,60 m. No necesitó más. Sin duda, nada puede
compararse a él.
CARLOS DEL RIEGO
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