La masa enfurecida, la histeria colectiva, ha cambiado la antorcha y la soga por el ordenador y las redes sociales |
Las redes sociales propician la histeria colectiva.
Las emociones y opiniones se retroalimentan de modo parecido a lo que ocurre
cuando en un funeral hay personas que lloran desconsoladas a pesar de no haberse
cruzado jamás con el difunto: se produce esa transmisión de emociones. Los
ejemplos son abundantes.
El caso del león Cecil es muy descriptivo. El animal
es cazado como muchos otros, pero la noticia se presenta con grandes dosis de
dramatización (“no concebirá más cachorros y los que tiene ahora serán muertos
por su sustituto”), de modo que la gente, desde el sentimiento más visceral,
descarga su ira en la red (es curioso, pero a menudo el personal se deja llevar
y expresa sus sentimientos más auténticos cuando escribe en foros). Entonces el
señalado (en este caso el cazador, que se ha demostrado un necio con fusil) se
convierte en blanco de miles y miles de personas, las cuales van alimentando su
propia frustración por no poder echar mano al matón, hasta convertirse en una
turbamulta histérica. Y como la masa no piensa, nadie tiene en cuenta que en
Zimbabue (donde el animal fue abatido) manda desde hace décadas un sátrapa
sanguinario (Robert Mugabe) que secuestra, tortura y asesina no a indefensos
animales, sino a indefensos ciudadanos; pero esto no produce la reacción de
cientos de miles de personas en todo el mundo, que saben de lo que ocurre allí
pero lo ven más bien con indiferencia. En resumen, la muerte de un animal provoca
enajenación colectiva, mientras que el asesinato de muchas personas en el mismo
lugar pasa desapercibida, no interesa.
Estos caso se observan cuando median pobres
bestezuelas; aun se recuerda el del perro Excalibur, sacrificado por posible
contagio de ébola, o el de los indignantes abandonos de mascotas. La ira más
furiosa incendia la red y, sin embargo, no se produce una reacción parecida cuando
se da cuenta de la muerte de cincuenta personas en Siria.
Pero no sólo se llega a la histeria general cuando
de bichos se trata, sino que la diana del tropel de rabiosos se coloca sobre
los que son señalados como ‘malos’ por gran parte de la comunidad forera, que suele
tener una visión simplista y poco informada de la realidad. Sucede además que
hay muchos habitantes de este planeta que necesitan enemigos a los que odiar, sobre
todo en Occidente; parecen no poder vivir sin unos malvados claramente
identificables a los que señalar para así sentirse parte del bando de los
buenos. Sea como sea, por regla general equivocan el objetivo. Por ejemplo, un
mantero murió huyendo de la policía, y casi inmediatamente las redes empezaron
a hervir, iracundas, contra los uniformados (que, dicho sea de paso, no le
pusieron una mano encima), incluyendo músicos de los que claman por que se haga
algo contra la piratería; y es que ¡qué mejor colectivo de malos que la
policía! Otro ejemplo, hay griterío contra ese ricachón que tenía un Picasso
fuera de España…, y a pesar de que el cuadro en cuestión no había estado jamás
en este país (por lo que es imposible ‘devolverlo’), el personal ha enloquecido
aunque la mayoría no haya pisado un museo ni haya mostrado jamás el menor
interés por el arte. Merkel, Cameron, Berlusconi o Wert, toreros, banqueros, militares…
forman parte de los malos tradicionales que serían linchados si cayeran en manos
de la masa enloquecida. La prueba de la histeria colectiva que afecta a tantas
personas se hace patente al observar el lenguaje utilizado: “había que cazarlo
a él y a toda su familia” (con muchos ‘me gusta’) se ha leído por ahí. Como
cabía esperar, los gobiernos occidentales también son acusados y culpabilizados
de las tragedias que diariamente tienen a los inmigrantes como tristes
protagonistas, sucesos desgraciados que conmueven (lógicamente) y provocan
reacciones que crecen y alcanzan enormes grados de virulencia; lo curioso es
que la mayoría de los que insultan y amenazan a través de estos tribunales
populares formados desde dispositivos electrónicos, se sublevan al tener que
esperar en el hospital cuya sala de espera está llena de ‘moros’, y ni se plantean
acoger refugiados en sus casas.
Claro que estas masas vociferantes deseosas de
ajustar cuentas se disuelven rápido, justo cuando se divulga por la red otra
noticia ‘viral’ que haga olvidar (instantáneamente) la anterior. Entonces el
delirio generalizado cambia su objetivo.
CARLOS DEL RIEGO
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