Chris Squire, como el resto de Yes, era un auténtico virtuoso, innovador, atrevido, perfeccionista |
Al leer la noticia podría pensarse que Yes era, hoy
día, un viejo dinosaurio prácticamente olvidado, por lo que muy pocos serían
quienes sabrían de Chris Squire; sin embargo, a los pocos minutos de divulgarse
la noticia en los medios generalistas españoles, empezaron a llegar
comentarios, de modo que en poco tiempo eran decenas y luego cientos; para
sorpresa de muchos, eran legión los amantes del rock que recordaban tanto al
icónico grupo de rock sinfónico como al poderoso bajista. Lógicamente, en
medios ingleses y estadounidenses, los amantes del género que querían dejar
constancia de su tristeza por el deceso se contaban por miles; pero además de
expresar su pena, el personal también recordaba las múltiples virtudes
artísticas de la banda en general y del malogrado en particular. Y es que,
viéndolo desde hoy, no cabe la menor duda: Yes y Chris tenían toneladas de
talento: sí, estaban a la vanguardia de la música rock, eran lo máximo que uno
podía escuchar si se pretendía estar enterado de lo que se cocía en la punta de
la evolución y la exploración.
La primera impresión que un españolito jovenzuelo se
llevaba al toparse con un disco de Yes en los primeros setenta del siglo XX era
de estar ante algo verdaderamente grandioso, puesto que ya desde la portada el
aficionado quedaba petrificado: ¡qué maravilla!, las preciosas ilustraciones de
Roger Dean impactaban a primera vista, sí, de modo que el arte de este pintor
(“yo me siento un paisajista mucho más que un dibujante de ficción”, afirmó)
dejaba huella en el espectador. Desgraciadamente, hoy no merece la pena (ni artística
ni económicamente) lanzar discos con carátulas tan elaboradas y creativas como
la que presenta, por ejemplo, el triple Lp en vivo ‘Yessongs’, que despliega
hasta ocho caras y exhibe panorámicas asombrosas, surrealistas, oníricas
(copiadas luego en la película ‘Avatar’).
Tras el efecto producido por las portadas, el oyente
volvía a quedar sobrecogido con la propuesta musical, puesto que, en realidad,
Yes era un grupo integrado por solistas, por auténticos virtuosos que, en
cualquier momento, dejaban evidencia de un talento deslumbrante; esto fue así sobre
todo en los años gloriosos de la banda, cuando el teclista era nada menos que
Rick Wakeman, el guitarrista Steve Howe (que mantiene vivo al grupo) y el
bajista el malogrado Chris Squire; sin olvidar la inconfundible voz de Jon
Anderson. Por cierto, es curioso que Yes haya tenido media docena de teclistas,
otros tantos guitarristas, tres baterías, cuatro cantantes y, sí, ¡un solo
bajista!
Quienes tengan cierta edad (la suficiente para estar
allí entonces) y ya supieran algo de rock en la primera mitad de la década de
los setenta, recordarán el nombre de Rick Wakeman como el de un pianista y
teclista superlativo, y recordarán su imagen: melena rubia, una larga capa
brillante y un corro de teclados a su alrededor. Sus extensos solos llevaban al
espectador de un lado a otro, de un estrato clásico a un terreno rocoso sin que
la cosa chirriara (por cierto, su hijo Oliver también se hizo cargo de los
teclados de Yes durante unos años). Por su parte, Steve Howe era lo más
parecido a un guitarrista de clásica que pudo haber nunca en el escenario del
rock; las introducciones de las canciones, con sus manos sobre el mástil,
resultaban antológicas; entonces era casi imposible verlo (salvo que se tuviera
la suerte de asistir a sus conciertos), pero hoy, con cientos de grabaciones,
se puede comprobar de cerca la dimensión de su talento. También hay que
recordar, sí, el poderoso hilo de voz del solista, Jon Anderson. Cuando se dice
que Yes fueron los mejores y más lúcidos representantes del rock sinfónico, no
es afirmación baladí: todos ellos hubieran brillado, sin la menor duda, en
cualquier otro género musical, incluyendo el exclusivo terreno de la música
clásica.
Y Chris Squire, bajista y letrista de enorme
carácter y personalidad. Era de esos que no se conforma con repetir cíclica y
monótonamente la línea de bajo diseñada para la canción, sino que era capaz de
meter ‘minisolos’ donde apenas cabían las notas obligatorias a las cuatro
cuerdas gruesas. Excelente escritor de letras, Squire siempre mantuvo una
posición inquieta en cuanto al sonido y propuestas del grupo, no quería
anquilosarse, sino evolucionar, desarrollar la idea; baste recordar que fue él
quien convenció a Trevor Horn y Geoff Downes (o sea, The Buggles, los del
‘Video kill de radio star’) para que se incorporaran a la banda y dieran nuevo
impulso a unas ideas que, superadas por los acontecimientos, exigían profundas
actualizaciones; y eso que aún no habían terminado los setenta. Su figura longilínea,
su vistosa capa, sus continuas visitas al micro en medio de una gran nube
multicolor, componían una emblemática silueta de los años clásicos del rock;
sí, tal vez tenga menos fama que otros, pero Chris Squire será ya siempre una
pieza insustituible de la época más legendaria de la historia de la música
rock.
Sorprende y gratifica comprobar que hay en todo el
mundo muchos miles de aficionados que están en la misma sintonía que el ya
histórico Chris Squire.
CARLOS DEL RIEGO
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