Una de las ventajas de Internet es que permite que
la gente difunda, de modo inmediato y global, sus ideas, deseos o intenciones
desde la comodidad de casa, sin que nadie le interrumpa o le contradiga, de
manera que bien puede asegurarse que al lanzar el mensaje en la red se dice
exactamente lo que se piensa…, al menos en ese momento; sin embargo, esta
ventaja también puede dejar en evidencia (entre otras cosas) la ignorancia del
tema sobre el que se escribe.
Recién pasado un 18 de julio, sorprende comprobar cómo
hay muchos españoles que denostan, menosprecian e incluso insultan a la actual
democracia española, así como sus grados de libertad (de expresión, de asociación),
sus servicios y coberturas sociales…, a la vez que hablan con añoranza (y
desconocimiento) de la II República, elogiando la gran libertad que se
disfrutaba, su estabilidad, seguridad, solidaridad y, en fin, la alta calidad
democrática que imperó en España en aquellos años. Sin embargo, por mucho que
se grite y se reivindique aquello, no hay comparación posible.
En primer lugar, los procesos democráticos que se
suceden por estos lares en 2015 (generales, autonómicos, municipales…) no
pueden ser más transparentes: se conoce con total precisión cuántos han votado
y a quién, y los números cuadran. Tal cosa no se puede decir de las elecciones
que se produjeron desde 1931; como es sabido, la II República surgió de unas
elecciones municipales (una irregularidad); en el cómputo general ganaron los
monárquicos pero al comprobar que en las ciudades vencieron los republicanos,
éstos decidieron anular los votos del mundo rural, o sea, pusieron reglas a
posteriori (otra irregularidad); y en algunos de los sucesivos plebiscitos
nunca se publicaron los resultados, es más, en algún caso desaparecieron urnas
y actas sin que hubiera denuncia o se iniciara investigación. Es evidente que,
en el terreno puramente electoral, aquello no fue mejor que lo que surgió de la
Transición.
Hoy se exhibe sin mayor problema la bandera
tricolor, hay diarios y publicaciones abierta y ostensiblemente
antimonárquicos, y no pasa nada por manifestar con absoluta libertad el rechazo
al sistema. En aquellos azarosos e inciertos años no sólo no se permitía
exhibir la bandera bicolor, sino que una de las primeras acciones llevadas a
cabo tras la instauración de la República fue la supresión de periódicos
notoriamente monárquicos, como el ABC (se cerró, se colocó en su dirección y
redacción a amigos correligionarios y volvió a publicarse); y continuamente se
estaba exigiendo y obligando a políticos, funcionarios y militares una
declaración firmada y pública de adhesión incondicional a la causa republicana,
y quien así no lo hiciera perdería todos sus derechos y dejaría la
administración. Es innegable que, en este aspecto, hoy existe muchísima más
libertad que entonces.
Por lo que a estabilidad se refiere, cierto que hubo
un 23 F, uno sólo, en 1981 y sin mayores consecuencias ni derramamiento de
sangre; sin embargo se produjeron en los años republicanos intentonas golpistas,
rebeliones y levantamientos violentísimos contra el gobierno, procedentes de la
derecha y de la izquierda: Castilblanco, Casas Viejas, Arnedo, la ‘Sanjurjada’,
Asturias, Cataluña…, todos con extrema violencia y muertos, muchísimos muertos.
Hubo asimismo un sinfín de huelgas salvajes (miles) siempre con enfrentamientos
y sangre, así como revueltas, asesinatos, venganzas y linchamientos. Resulta
difícil entender que alguien sostenga que el clima de aquellos días fuera más
saludable y democrático.
Igualmente, es imposible que hoy se quemen
intencionadamente inmuebles (sean iglesias o sedes sindicales) y que las
fuerzas de seguridad se queden de brazos cruzados por orden del gobierno. Y más
disparatado es que el líder de la oposición en el parlamento sea secuestrado y
asesinado por la policía (con uniformes y coches oficiales) sin que nadie trate
de indagar, buscar culpables o investigar. Si tales sucesos ocurrieran en
tiempos actuales serían legión los que trabajarían para encontrar a los
culpables y ponerlos ante el juez. No cabe duda: tampoco por este lado aquello
fue mejor.
Y no será necesario exponer todos los logros
sociales que hoy se dan por hechos y que en aquellos días ni siquiera se
soñaban (en la práctica, sólo en educación se produjeron avances, eso sí,
espectaculares).
Y por si fuera poco, también se llevaron a cabo maniobras
antidemocráticas en el propio parlamento. Acerca de esto conviene leer los
textos del Presidente de la República
Niceto Alcalá-Zamora. En el Journal de Geneve escribió en 1937: “Desde
el 17 de febrero (de 1936), incluso desde la noche del 16,
el Frente Popular, sin esperar el fin del recuento del
escrutinio y la proclamación de los resultados, la que debería
haber tenido lugar ante las juntas Provinciales del
Censo en el jueves 20, desencadenó en la calle la ofensiva
del desorden, reclamó el Poder por medio de la
violencia. Crisis: algunos Gobernadores Civiles dimitieron. A
instigación de dirigentes irresponsables, la muchedumbre se
apoderó de los documentos electorales. (…) Se
anularon todas las actas de ciertas provincias donde la
oposición resultó victoriosa; se proclamaron diputados a
candidatos amigos vencidos. Se expulsaron de las Cortes a varios diputados de las minorías. (…) Fue así que las Cortes prepararon dos golpes de
Estado parlamentarios. Con el primero, se declararon a sí mismas
indisolubles durante la duración del mandato presidencial. Con el segundo, me revocaron”.
¿De verdad alguien con dos dedos de frente puede
tener nostalgia de aquella ‘democracia’?, ¿hay quien pueda elogiar con
nostalgia los republicanos años 30 y afirmar que había más libertad, más
seguridad, más estabilidad…, más calidad democrática que lo que trajo la
Transición?
CARLOS DEL RIEGO
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