jueves, 9 de julio de 2015

ALGUNOS HOMBRES MALOS: ROUSSEAU Y VERLAINE La Historia está plagada de hombres considerados objetivamente perversos. Sin embargo, sorprende comprobar cómo se han eliminado de la negra lista personajes terribles cuya conducta y actos se han ocultado gracias a otros ‘méritos’

Aunque escribió tratados sobre educación y no paró de aconsejar sobre el tema, Rousseau metió a sus cinco hijos en el orfanato a los pocos días de nacer
Además de todos los grandes criminales que han pasado y que las crónicas señalan como objetiva y comprobadamente malvados (inútil recordar nombres), también han existido otros indeseables protagonistas de la Historia a quienes la historiografía ha tratado de modo benevolente; de este modo, hay casos de escritores o artistas cuyo talento y reconocimiento han oscurecido un comportamiento vil con sus semejantes, y particularmente despreciable con las personas que más cerca tenían. 
Nadie es perfecto, todo el que esté o haya estado aquí tiene cadáveres en el armario, cosas que callar, actos que preferiría no haber hecho; en fin, nadie puede atreverse a tirar la primera piedra. Pero además de los defectos y pequeñas maldades tan propios del humano (que generalmente nunca llegan a graves), hay otros procederes que sobrepasan lo aceptable y que convierte a algunas figuras históricas en auténticos hombres malos. Dos ejemplos: Rousseau y Verlaine.

Paul Verlain, borracho violento, maltratador cobarde e indecente, cuya vileza parece esconderse entre sus obras
El suizo Jean Jaques Rousseau es el paradigma de pensador de gran influencia cuya vida de puertas adentro lo señala como un auténtico canalla, un miserable hipócrita y desnaturalizado. Como es sabido, el autor de ‘Emilio, o De la educación’, tuvo cinco hijos con su amante Teresa Levasseur (una joven lavandera), los cuales fueron arrancados de los brazos de la madre (quien llorosa suplicaba que no se los quitara) a las pocas horas de nacer, envueltos en un paquetito y depositados en orfanatos e inclusas (se sabe que apenas el cinco por cien de los entregados llegaban a la edad adulta, para convertirse inevitablemente en mendigos). Este hombre al que le encantaba presumir en las tabernas de lo que obligaba a hacer a las mujeres, no tuvo nunca el menor remordimiento por su aborrecible conducta, y cuando alguien le preguntaba ponía disculpas como que no tenía dinero para mantener a sus hijos (existen múltiples evidencias de que era avaro hasta el extremo) o como que no quería que fueran educados según se educaba entonces (prefirió que no recibieran nombre ni que fueran registrados); cuando Voltaire en 1764 le acusó públicamente de abandonar a sus bebés, declaró descaradamente: “¿Cómo podría trabajar con los problemas domésticos y el ruido de los niños?”. Eso sí, con un cinismo hipócrita que raya la demencia, se atrevió a proclamar: “Sé muy bien que ningún padre es más tierno que lo que yo hubiera sido”. Y acerca de Teresa escribió sin el menor atisbo de dignidad: “Nunca he sentido el menor rastro de amor por Teresa; las necesidades que satisfice con ella fueron puramente sexuales, y no tenía nada que ver con ella como individuo”. No puede extrañar que algunos de sus contemporáneos lo aborrecieran muy por encima de sus méritos filosóficos y literarios; así, el escocés David Hume afirmó que Rousseau era “un monstruo que se ve a sí mismo como el único ser importante del universo”; y Denis Diderot lo define como “falaz, vanidoso como Satán, cruel, hipócrita y lleno de malevolencia”. A pesar de todo e incomprensiblemente, tenía un elevadísimo concepto de sí: “Nunca he conocido un hombre mejor que yo, con un corazón más amoroso, tierno y sensible”.

Otra firma de peso en el universo de las letras que puede ser calificado como un indeseable, cobarde, violento, depravado y, en fin, una auténtica mala persona se mire por donde se mire, es el francés Paul Verlaine. Se casó con Matilde Mauté (de 16 años), que padeció toda calamidad y maltrato que uno pueda imaginarse; el poeta se emborrachaba a diario y varias veces al día le propinaba palizas atroces (sus contemporáneos aseguran que le pegaba por costumbre, sin mediar palabra, sin siquiera buscar pretexto), como la que la pobre recibió días antes de dar a luz al hijo de ambos; al poco, éste estuvo a punto de ser asesinado por su padre cuando, presa de una rabia incontenible, lo tiró contra la pared…, el bebé tenía tres meses. Perverso y abyecto hasta la barbarie, conoció a Arthur Rimbaud, se enamoró de él y lo metió en casa, donde vivió con la familia y donde se acostaba con el padre sin que ninguno mostrara el menor pudor; Rimbaud debió encontrarse allí en la gloria, pues se llevó (o sea, robó) todo lo que halló de valor para costear sus vicios (drogas y alcohol). Posteriormente Verlaine se fugó con el joven poeta abandonando mujer e hijo. Lógicamente, la vida en pareja de Verlaine y Rimbaud fue un continuo de peleas (sin contar el carácter sadomasoquista de su relación), borracheras, celos e infidelidades hasta que la cosa acabó a tiros.

No son, evidentemente, conductas tolerables, no son debilidades humanas, defectos consustanciales a la persona, pequeñas faltas o deslices comprensibles; de hecho, infidelidades, engaños y traiciones abundan en el universo artístico. Pero lo de estos dos indeseables no es eso, sino que se trata de verdadera maldad. Por mucho valor filosófico o literario que muestren sus obras, los actos, naturaleza y costumbres de ambos deben ser tenidos en cuenta y siempre presentes cuando se alaben sus logros intelectuales. Por eso, ¿se puede degustar un poema de Verlaine a la vez que se le imagina pateando a su esposa embarazada?, ¿se pueden considerar las ideas sobre educación de Rousseau pensando en cómo ‘educó’ él a sus hijos?


CARLOS DEL RIEGO

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