El adoctrinamiento empieza en el cole. |
La mayoría de los españoles (catalanes o no) que se
muestran favorables a la celebración de un referéndum con intención secesionista,
argumentan que tal cosa es una muestra de democracia, un derecho que asiste al
pueblo catalán. Sin embargo, la cosa no es así, de hecho, sólo haciendo trampas
(maliciosa o inconscientemente) se puede sostener esta afirmación. Y la primera
gran trampa se sustancia en el hecho de que los políticos catalanistas han
convencido a muchos catalanes de que Cataluña es sólo de los catalanes…, una
enorme falsedad, puesto que Cataluña es también de los murcianos y de los
asturianos, de los canarios y de los gallegos, de igual manera que Murcia,
Asturias, Canarias o Galicia también son de los catalanes. Por ello, lo que
sucede en Cataluña no afecta sólo a los nacidos allí o que allí residen, sino
que directa o indirectamente tiene que ver con toda España; por consiguiente,
una posibilidad de tal envergadura debe incorporar a todos los españoles, ya que
fueron estos (todos) los que decidieron la situación actual y, por tanto, todos
los españoles han de decidir los posibles cambios.
Pero son muchas más las trampas con que quieren
jugar esta partida los políticos catalanistas. Una de ellas se refiere a la
propia consulta. Una votación justa sería aquella en la que los contendientes
(sobre todo cuando se trata de dos opciones antagónicas) contaran con las
mismas oportunidades, y es evidente que la opción separatista y la
constitucional no tienen ni han tenido recursos similares. No se puede negar que
todo el respaldo institucional va hacia un único lado desde hace muchos años;
de este modo, hay subvenciones a los medios de comunicación que apoyen la idea,
y hay dinero abundante para organizaciones que divulguen (sea como sea) la
doctrina secesionista; asimismo, la educación está fuertemente dirigida en ese
sentido, con intención indisimulada de arrinconar el español y todo lo que a
español suene, con libros de Historia o Geografía que falsean la realidad y que
están presentados y orientados para que puedan servir convenientemente a la
causa; se ofrecen apetitosos beneficios y prebendas para todos los artistas e
intelectuales, para escritores e incluso historiadores que comulguen con la idea
separatista y actúen en consecuencia. Y así sucede en todos los ámbitos de la
sociedad. Por otro lado, nadie quiere renunciar a esos ingresos…
Hay muchas otras trampas, como la obligación de expresarse
exclusivamente en catalán que tienen todos los que tengan relación con la
administración catalana, como las multas por rotular en castellano (si es en
inglés, francés o serbocroata no hay problema), como la obsesión por que los
niños no escuchen el español en el cole… ¡Y qué decir sobre la gracia que hizo
a los catalanistas el tiroteo simulado (fusilamiento dijeron algunos) contra la
casa de unos opositores! No hay que olvidar que cuando un catalán afirma que
también se siente español (y son muchos), dejará de tener oportunidades en la
administración pública, será mirado con desprecio, tachado de traidor y de
facha, se le hará el vacío e incluso se le amenazará… Evidentemente, cuando
esto sucede, cuando una de las opciones está perseguida por las instituciones y
sus dirigentes, no puede hablarse de un referéndum justo, no hay lugar para
afirmar que es una acción democrática. Cuando el estamento convocante está descaradamente
inclinado, cuando los más vocingleros (que no son los más numerosos) no
soportan opiniones contrarias e incluso amedrentan a quienes piensan distinto,
no es posible una votación justa, no es posible la democracia. En este sentido,
también es tramposo, también es un engaño difundir la idea de que todos los
males tienen su origen fuera, que todas las calamidades que afectan a Cataluña
(paro, déficit tremendo, multimillonaria deuda pública…) son culpa del resto de
las regiones españolas…; es uno de los grandes recursos del nacionalismo:
“todos los demás son malos, todo lo de fuera nos hace daño, todos nuestros
sufrimientos son responsabilidad de los otros…”; es relativamente fácil
convencer a la población de que no tiene culpa de sus desgracias y que éstas se
deben a los demás, es un argumento que penetra y se queda, pues la autocrítica
y el reconocimiento de los propios errores duele: es más sencillo y fácil de
asimilar la culpa de los demás y la inocencia de uno mismo.
Por otro lado, también está la certeza de que el segregacionista
no cejará en su empeño: si la hipotética consulta le resultara desfavorable no
dejaría pasar mucho tiempo antes de volver a la carga.
Con todo, lo peor es la estrategia de algunos
políticos que se basa en incitar al odio, en provocar la inquina hacia otros (españoles
en este caso, moros, negros o judíos en otros); los muy estúpidos no se dan
cuenta de que acusar a los demás de todo, señalar a los otros como culpables
tarde o temprano se vuelve contra ellos mismos. Hay numerosos ejemplos sin salir
de Europa ni ir más allá del siglo XX.
CARLOS DEL RIEGO
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