Nunca han sido la alegría de la huerta, pero el nuevo de Coldplay resulta más desmayado y mustio que nunca. |
Con un estilo melancólico y parsimonioso, con
ambientes un tanto desmayados, muy Oasis y U2 en sus inicios pero ganando
personalidad con el paso de los discos, Coldplay es actualmente una de las
bandas más fáciles de reconocer; sus creaciones siempre han tenido el
denominador común de lo etéreo y melódico, con teclados melosos, guitarras
limpias y, generalmente, medios tiempos con potente golpe de batería; así, su
sonido no tiene aristas o altisonancias, excepto en algunas señaladas
excepciones. La voz suplicante de Chris Martin, suave, siempre contenida, elástica, sin
cortes…, y como pretendiendo no elevar el tono para no molestar ha sido y es
una de sus señas de identidad.
Una buena colección de éxitos a escala mundial han
convertido a los londinenses en una de las grandes atracciones de la escena
musical internacional, por lo que la aparición de su sexto álbum, ‘Ghost
stories’, significó un pequeño acontecimiento entre sus seguidores en particular
y entre los incondicionales del pop británico en general, así como de cara a
las listas. El disco resulta tanto o más perezoso que los anteriores, a veces
incluso se antoja desmayado, otras parece ambient,
chill out, y goza de menos inspiración
en la composición de melodías. Todo parece sacrificado a la construcción de
mundos atmosféricos, de modo que las canciones parecen perder no sólo energía,
chispa, sino también el atractivo de un estribillo pegadizo y fácil de recordar
y tararear. Apenas hay variación entre un tema y el siguiente, con ritmos y
ambientaciones similares, con los inicios de cada pieza siguiendo también un
patrón; a veces da la impresión de que tratan de experimentar, pero todo está
demasiado repulido para que el pretendido experimento llegue a algún sitio; hay
momentos en que se espera un arranque, un chispazo, una descarga de gracia, sin
embargo la cosa no acaba de brillar, no termina de transmitir esa emoción
melancólica que caracteriza a la banda. Del tono general del disco se sale ‘A
sky full of stars’, un título más dinámico al que, sin embargo, le sienta fatal
la ambientación dance (¡esos
colaboradores!), que da al tema un tono más ordinario, más vulgar; aunque también
le falta empuje, podría haber sido otra cosa con otro tratamiento.
El álbum no es que esté tan mal, es ‘muy coldplay’,
pero tiene muy poco que recordar. Es como si se hubieran limitado a dar otra
vuelta de tuerca a lo que el ‘mainstream’, a lo que todo el mundo espera que
hagan, y ha resultado un pop blando, inofensivo, a veces debilucho, enclenque,
otras incluso frío y, peor aún, aburrido por momentos. Demasiada baladita
mustia y lastimera, demasiado melodrama y ambiente folletinesco que, paradójicamente,
transmiten poca emoción.
Al final, después de todo, el disco no resulta ni
comercial. Es un trabajo bien hecho en el aspecto sonoro (quizá con exceso de
pompa electro), sin embargo, contiene muy pocos momentos a la altura de su
producción anterior, sobre todo sus primeros elepés. En definitiva, viene a ser
como un paquete muy grande (más bonito o más hortera) con muy escaso contenido.
La mayoría de sus seguidores más convencidos estarán
encantados, aunque es posible que los más exigentes se hayan quedado algo
desencantados con estas historias de fantasmas en las que hay más fantasmas que
historias. De todos modos, sólo hay que esperar algún tiempo para comprobar qué
es lo que se recuerda, qué permanece de este ‘Ghost stories’.
CARLOS DEL RIEGO
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