Aquellos fueron sus mejores años |
En 1983 existía la
Unión Soviética, el Muro de Berlín y el Telón de Acero, la guerra Irán-Irak
continuaba con cientos de miles de muertos, no faltaba en USA el majara con
fusil que tira contra todo lo que se mueve causando docenas de víctimas. En
España se cerraban los últimos capítulos del estado autonómico y un delincuente
apodado el Nani desaparecía mientras estaba bajo custodia judicial por un
quítame allá esos kilos de oro. ¡Ah!, y fue el año del 12-1 a Malta. En cuanto
a música, tras la patada en la puerta del punk, la ‘new wave’ se había hecho
con la parte del león de la industria; fueron años de vacas gordas en
creatividad y ventas. Aquel año murió el recordado Eduardo Benavente, las
listas hispanas estaban dominadas por Alaska y Mecano y había mucho mercado
para la música en general y la ‘nueva ola española’ en particular. Y en estas,
Michael Jackson, lanza su nuevo disco.
Todo el que en España tuviera
algún interés por la música (hay que recordar que de aquella, los que pasaban
de 35 ó 40 años no tenían el menor contacto con la música pop, rock o
similares) sabía ya de Michael Jackson; se le reconocía como el niño prodigio
de los Jackson 5 y ya podía presumir de éxitos en solitario incluso en esta
parte del mundo: ‘Rockin Robin’, ‘Ben’. A todo esto, la afición estaba bastante
polarizada: por un lado estaban los viejos rockeros acérrimos que no cambiaban
a sus Stones y viejos dinosaurios por nada, y por otro estaban los que sólo
tenían ojos para las continuas novedades que asaltaban los mercados. Por eso (y
muchas otras cosas), ‘Thriller’ cayó como una bomba en todo el mundo, puesto
que en la misma cara del disco, incluso en la misma canción podía escucharse
rock y funk, pop y disco, y la cosa no sólo no chirriaba, sino que funcionaba a
la perfección…
El tipo tenía apenas 25
años y ya había publicado docena y media de discos con sus hermanos y otros
cinco en solitario, o sea, no era un recién llegado. El álbum presentaba nueve
canciones tocadas por las musas y por una producción extraordinaria del gran
Quincy Jones, pero entre ellas estaban algunas de las cumbres de la música de
la segunda mitad del siglo XX. La pieza que abre el disco, ‘Wanna be startin´
something’, es funk imaginativo y transgresor, con cantidad de efectos,
arreglos, sorpresas, voces, pasajes instrumentales y una tensión mantenida de
principio a fin. La cuarta era la que daba título al álbum y la única de las
grandes cuatro no firmada por Jackson; en ella sigue el tono funk pero más
contundente, marcado por una línea de bajo muy sólida, profusión de sección de
metal y carta blanca para sintetizadores; ahí está el consabido ambiente
terrorífico, zombi, plagado de efectos de pelis de terror e incluso con la evocadora
voz de Vincent Price dando ambiente.
En medio del disco está
la insuperable ‘Beat it’, puro rock, incontestable, poderoso y hechizante. La
peña de iniciados estaba despistada. ¿Cómo es posible que una guitarra
evidentemente heavy se pasee por una canción de un artista funk-soul-disco?,
¿qué?, ¿que el solo de guitarra es de Eddy Van Halen del grupo heavy Van Halen?
(se dice que hizo dos tomas y fueron tan buenas que no hubo que grabar más). Bueno,
la cosa tiene algo más de sentido, ¡vaya, sí que es una gran canción! Sí, hasta
los más duros de la época reconocieron que esto era algo inaudito, ¡heavy y
funk de la mano!, ¡ni Sly & The Family Stone se atrevieron a tanto!
E inmediatamente,
‘Billy Jean’, un funky electrizante y tenso sirviendo de base a una melodía pop
de talla genial y que podría haber sido firmada por Lennon y McCartney. En el inicio
el bajo engancha y ya no suelta, e imposibilita distraer la atención, luego el
cantante introduce la melodía con sutileza y gracia. De repente, una precisa y
cadenciosa guitarra, enérgica y cautivadora, entra y sale, toma el frontal del
escenario y se va, explosión funk, seducción negra. No faltan efectos
orquestales y violines juguetones. Si hay canciones que tocan la perfección,
ésta es una de ellas.
Hay en este disco
atemporal otras piezas de gran calibre y estribillos pegajosos en clave soul,
funk y balada enamoradiza que, aun a gran altura, bajan unos centímetros
respecto a las cuatro grandes.
Es sabido que el disco
fue un éxito apabullante, posiblemente el mayor de la historia de la
discografía, con ventas declaradas superiores a los 65 millones de ejemplares,
pero más importante es que a pesar del tiempo transcurrido esas cuatro grandes
permanecen en la memoria de miles de millones de personas en todo el mundo y,
más difícil todavía, mantienen su embrujo para con las mentes más jóvenes y abiertas.
Y a todo esto, la voz
del ya malogrado artista, una voz fina pero potente, voz delicada y cristalina,
voz madura pero aun ingenua, voz en plenitud, flexible y capaz de múltiples
registros, entonada y medida. Una voz apagada por las consecuencias de una
infancia sin infancia, destino al que van todos los que deslumbraron en la
niñez, vida desarreglada y acosada por fantasmas, complejos, obsesiones y, casi
seguro, traumas infantiles. Pero la idea que perdura, la verdadera imagen de
Michael Jackson coincide con la que tienen aquellos que tuvieron la suerte de
verlo alguna vez en directo, esa que tendrán grabada de modo indeleble en su mente:
delgado y con movimientos precisos de robot y ágiles de felino, pies con vida
propia, baile hipnótico. Ritmo y melodía engarzados con genio. Arte. Y
espectáculo.
Hace ya treinta largos
años que salió ‘Thriller’ y cuatro desde que murió Michael Jackson pero
¿alguien ha olvidado al artista y su obra?
CARLOS DEL RIEGO
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