En La guerra de las galaxias, curiosamente, la república está dirigida por la reina Amidala o la princesa Leia |
Si la peli en cuestión no tiene tono engolado y
profundo se puede perdonar, pero si va de seria o trascendente, la cosa puede volverse
decepcionante e incluso ridícula. No se trata de los clásicos errores o
ingenuidades tan propias de las primeras décadas del siglo XX, como aquella de
Bela Lugosi en la que secuestra a los buenos (él era el malo, claro, un chino
malo) y los encierra en una habitación en la que hay… ¡un teléfono!; se trata
de topicazos que se repiten insistentemente hasta que el buen observador consigue
adelantar la acción, de trampas y manipulaciones que llevan al espectador a
hacerse preguntas de imposible respuesta, o de situaciones verdaderamente
disparatadas e incomprensibles, pues no hay que olvidar que incluso en la
ciencia ficción o en la comedia alocada y delirante ha de haber siempre un nexo
con la realidad, por minúsculo que sea, para que la cosa resulte mínimamente
creíble y no se caiga en la estupidez y la ocurrencia sin gracia. Tampoco se
trata de que los personajes nunca (salvo que sea necesario para el guión) hacen
sus necesidades, que el prota se pelea con media docena de malos y no se
despeina, sale del agua y cinco segundos después está totalmente seco o recibe
varios directos al rostro y, con apenas un hilillo de sangre, se recupera
inmediatamente de una panadera y se levanta a sacudir como si tal cosa; tampoco
se trata de que siempre hay sitio para aparcar a la puerta, que la chica
siempre se cubre con las sábanas al levantarse aunque esté sola o que con un
solo porrazo se haga perder el sentido al incauto; y qué decir de los
cigarrillos y copas de licor que, en segundos, aumentan y disminuyen
milagrosamente.
Este tipo de deslices son comprensibles y fáciles de
entender y admitir, pero la cosa cambia cuando los encargados de contar la
historia no saben cómo solucionar un problema narrativo y recurren a cualquier
chapuza con la esperanza de que el espectador no repare en ello.
Todo amante del cine podría enumerar un buen número
de tópicos que se llevan viendo en pantalla desde que se inventó el sonoro. Suelen
terminar siendo graciosos, entrañables, como ese de la peli de terror en la que
el más listo advierte “no os separéis, pues el bicho sólo ataca si estáis
solos”, pero a las primeras de cambio uno se distrae con un ruidito y se separa
sin decir ni pío, con resultado fácil de prever. Y en una de guerra, el que
enseña la foto de la mujer y los hijos puede darse por muerto. En dramones
folletinescos, si una embarazada se acerca a una escalera se adivina que caerá
por ella con consecuencias trágicas. También es casi norma que todos los
personajes de la cinta, por muy analfabetos, palurdos o rastreros que sean,
tienen una dicción perfecta, un léxico riquísimo y preciso y una dentadura
reluciente, cosa en la que suelen coincidir con matones y gánsteres de todo
pelaje.
Por otro lado, la manipulación y el fraude narrativo
son inadmisibles en películas donde prima el intelecto, donde el razonamiento
lógico y deductivo resulta imprescindible en la proposición y la trama. Un
ejemplo se da en ‘El silencio de los corderos; cuando el caníbal es
transportado, va inmovilizado y escoltado por cincuenta policías, pero cuando
hay que darle de comer está en una habitación apenas esposado a un barrote y
con sólo dos polis vigilándole, los cuales han de entrar en la jaula y
acercarse peligrosamente a él…, mientras en el vestíbulo del edificio hay
docenas de maderos mano sobre mano. Asimismo, en ‘Seven’ se indica al comienzo
que habrá siete asesinatos, uno por cada uno de los pecados capitales, sin
embargo, si se cuentan, son ocho, uno de ellos sin relación con pecado alguno,
o sea, los guionistas y directores cambiaron las reglas a mitad de partido, por
lo que se puede afirmar que el espectador ha sido manipulado (en esta película
hay otros patinazos severos e incomprensibles). En ambos casos los encargados
de contar la historia han optado por no esforzarse y buscar una solución fácil
y descabellada, en lugar de estrujarse el coco hasta hallar una salida que
respetara la inteligencia del mirón.
Algunas películas célebres exhiben partes cuyo
mensaje o situación es verdaderamente absurdo, inconcebible. Así, en ‘La guerra
de las galaxias’ los buenos son los de la república, pero curiosamente ésta está
dirigida por la princesa Leia en la primera trilogía y la reina Amidala en la
(flojísima) segunda trilogía; o sea, se trata de una república monárquica… En la
fabulosa ‘El hombre que mató a Liberty Valance’, Vera Miles está a punto de
casarse con John Wayne, pero no deja de gritarle y tratarlo con desprecio a lo
largo de toda la película (excepto en una ocasión), resistiendo el pobre Tom estoicamente los desplantes; es más,
en una ocasión ella le reprocha que todo lo soluciona con las armas, pero
cuando se entera de que James Stewart (Ranson Stodard) va a enfrentarse a
Valance (Lee Marvin) colt en mano, corre a suplicar a Tom que lo solucione con su revólver… En el ‘King Kong’ de 2005 hay
una parte verdaderamente calamitosa; cuando todos huyen de la isla perseguidos
por el gran gorila, la chica se pelea con sus salvadores porque no quiere que
disparen al monito a pesar de que está liquidando gente a diestro y siniestro,
y forcejea con quienes quieren llevarla al barco, puesto que ella desea que la
dejen volver con su secuestrador, dando a entender que la neoyorquina de
veintipocos prefiere quedarse en la isla con el mono; se trata de un caso
extremo y esperpéntico de síndrome de Estocolmo, y el colmo es que no dice una
palabra acerca de los que han muerto para salvarla, y sin embargo echa la
lagrimita cuando el simio cae adormecido por el somnífero.
Otro caso distinto es el de los filmes de época, que suelen caer
frecuentemente (casi siempre) en el error fácil de hacer pensar y actuar a los
personajes como si todo se desarrollara en la actualidad, algo parecido a lo
que sucede en las de ciencia ficción, en las que todos viven, razonan y actúan
tal y como se hace en el momento de filmar.
De todos modos, todo ello sea bienvenido cuando la
peli logra lo importante, transmitir una emoción, una sensación, pues eso es lo
que queda finalmente.
CARLOS DEL RIEGO
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