miércoles, 23 de marzo de 2022

LA INDESEABLE GUERRA TRAE A VECES DESEABLES BENEFICIOS

 


Uno de los 'Petit Curie', ambulancias con rayos X ideadas por Marie Curie que salvaron muchos miles de vidas en la I Guerra Mundial.

Hay pocas cosas más detestables que la guerra, como demuestra la que actualmente (marzo 2022) hay en Europa. A pesar de ello, ha habido numerosos casos en que la guerra ha obligado a las personas a encontrar soluciones que, de otro modo, buscarían con menos ahínco. Hasta de la guerra se han extraído beneficios

El gran éxito funk ‘War, what is good for? (Absolutely nothing)’, publicada en 1970 protestaba contra la guerra en general y la de Vietnam en particular desde el título: ‘Guerra, ¿para qué es buena? (absolutamente para nada)’. Sin embargo, aunque no lo parezca, aunque su objetivo no sea ese, aunque moleste y haga llevarse las manos a la cabeza a los más políticamente correctos, la Historia señala un gran número de avances y descubrimientos esenciales (a veces inesperados) que llegaron gracias a los conflictos armados. Es decir, aunque indeseable y sin propósitos benignos, algunas guerras han producido (en espacios de tiempo cortos) significativos beneficios al conjunto de la Humanidad. Es preciso insistir: no es que las guerras tengan algo deseable, nadie se atrevería a afirmar tal especie, sin embargo, ya que se han producido, tonto sería no aprovecharse del esfuerzo de la mente humana que, en casos extremos, es capaz de encontrar soluciones que no buscaría en caso de no tener tanta necesidad. En fin, aunque sería mejor avanzar sin esas catástrofes, ¿debe renunciarse a los avances por haber surgido de situaciones tan sangrientas?

No hay que olvidar que la necesidad estimula y obliga, y como en la guerra la necesidad es máxima, parece casi lógico que sea en medio del conflicto armado cuando hay más mentes trabajando para hallar nuevas soluciones. Hubo enfrentamientos bélicos en la Antigüedad  que trajeron importantes avances en materias como la metalurgia, ingeniería o construcción. A finales del siglo XV y principios del XVI, personajes como Ludovico Sforza o César Borgia (siempre en guerra) contaban y escribían que habían tenido a su servicio a un hombre que, además de artista, encontraba soluciones para todo problema que se presentara: fortalezas, obras de ingeniería, artilugios y soluciones de gran ingenio; el tal era Leonardo da Vinci.

Ya en el siglo XX, la sucesión casi continua de guerras incrementó el progreso en muy diversas ciencias. Un buen ejemplo es la Primera Guerra Mundial; durante su transcurso se estudió científicamente el origen de las enfermedades infecciosas y los modos de combatirla, y se empezó a tener en cuenta la higiene. Se dieron enormes pasos en la práctica quirúrgica y ortopédica, se aceleraron e incrementaron las investigaciones médicas y farmacéuticas e incluso se empezaron a afrontar los problemas sicológicos con una visión moderna. Asimismo, cosas tan corrientes hoy como las transfusiones o las ambulancias (algunas, equipadas con rayos X gracias a Marie Curie) empiezan a utilizarse en la Gran Guerra. Fue durante este terrible conflicto cuando se  asentó definitivamente la medicina científica. Y algo parecido sucedió en otros campos: la navegación aérea y marítima mejoró notabilísimamente, la fotografía dio pasos gigantescos, las telecomunicaciones experimentaron un enorme desarrollo… Hubo millones de muertos, calamidades, desgracias y atrocidades escalofriantes, pero la realidad dice que la sociedad se benefició de todas las mejoras que la necesidad obligó a idear.    

Algo parecido sucedió en la II Guerra Mundial. Por citar sólo lo más llamativo: aparece y comienza a desarrollarse la tecnología de motores a reacción, turborreactores y cohetes; el hoy imprescindible radar surge ante la urgencia de detectar aviones enemigos; se produjo un impulso enorme en campos como la automoción, la emisión radiofónica o la grabación de sonido, e incluso se ideó lo que puede ser considerado el primer ordenador, pues era preciso dar con una máquina capaz de descifrar los mensajes del enemigo. Y muchos otros campos experimentaron importantes desarrollos, lo cual sirve de contrapeso a las infinitas infamias, vilezas e imperdonables crímenes contra la Humanidad que se llevaron a cabo. Es preciso subrayar que los experimentos con seres humanos fueron no sólo imperdonables, injustificables, criminales y acientíficos, sino que no aportaron absolutamente nada.

Tampoco se puede olvidar que Internet, algo hoy tan imprescindible para la gran mayoría de individuos, colectivos y sociedades, se origina (entre otras cosas) por la necesidad de tener conectados los ordenadores de diversas bases militares estadounidenses durante la Guerra Fría.

Incluso nada menos que los Juegos Olímpicos tienen su germen en la guerra. Cuenta la Historia que el niño de siete años Pierre de Fredy, Barón de Coubertin, se quedó aterrado ante la visión de los soldados franceses que regresaban derrotados de la batalla de Sedán (Guerra Franco-prusiana de 1870). Había raquitismo, polio y desnutrición, todos parecían debiluchos, sin vigor físico, y su aspecto era el de jóvenes enfermizos y derrengados. Por eso, pronto el empeño de Coubertin fue dar a la juventud un instrumento para mantenerla sana y fuerte: la competición deportiva; se convirtió en un firme defensor del deporte y de su inclusión en los planes educativos. Además, también comprendió que la competición podría acercar países y culturas. Por todo ello, cuando tuvo oportunidad de hablar ante políticos y poderosos, esgrimió su recuerdo de aquellos vencidos soldados franceses, un argumento que consiguió interesar a todos los que podían ayudarlo a materializar su idea de restaurar los Juegos Olímpicos. La visión del calamitoso estado físico de los soldados franceses volviendo de la guerra desembocó en los JJ OO.

En fin, la guerra es una catástrofe, una carnicería, esto es evidente, pero también es totalmente cierto que de ella han resultado numerosos beneficios de los que todo el mundo se beneficia.

CARLOS DEL RIEGO

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