El odio procedente de una y otra ideología es idéntico
La Guerra Civil
Española siempre es tema de debates, polémicas y acaloradas discusiones. Y
sobre ella se han escrito montañas de publicaciones, libros, memorias,
entrevistas, testimonios, opiniones… Pudiera parecer que todo está dicho y
publicado, y sin embargo aun hay episodios muy poco conocidos. En el verano de
1938 el Gobierno de Negrín concedió una amnistía a todos los presos desafectos
al régimen republicano a cambio de que se enrolaran en su ejército. La mayoría
de los que aceptaron fueron luego fusilados
A mediados de abril
de 1938 la zona controlada por la República quedó partida en dos, situación que
muchos vieron como la señal definitiva de que la guerra estaba perdida. Otros,
sin embargo, pensaban que aun había posibilidades de derrotar a Franco. Entre
estos estaba el Presidente del Gobierno, Juan Negrín, quien en el verano de
aquel año tomó la decisión de amnistiar a los presos políticos a cambio de que
se enrolaran en su maltrecho ejército. Pero sólo unos meses después, a finales
del 38, los que mandaban las diversas divisiones y ejércitos, comprendiendo que
ya no había nada que hacer, empezaron a fusilar a aquellos amnistiados que habían
salido de la cárcel o esquivado momentáneamente el paredón a cambio de ir al
frente a defender a la República . No hay constancia de si los fusilamientos
fueron iniciativa de oficiales y comisarios políticos (para entonces quienes
tenían la sartén por el mango eran los comunistas) o si era una orden del gobierno,
pero sí está probado que el Ministerio de Defensa estaba al tanto.
En el número 97 de la
revista ‘Historia y Vida’, año 1976, narró su experiencia uno de aquellos
amnistiados que iba a ser fusilado, pero que contra toda lógica salvó la vida
en un lance asombroso y afortunado. Se llamaba Marco Aurelio Saleta Nogueroles
y estaba incorporado a la XII Brigada Internacional de la 45 División, que pasó
a llamarse Brigada Mixta al irse los brigadistas extranjeros.
Como ha ocurrido
muchas veces en cualquier guerra, el que la ve perdida suele descargar su rabia
y frustración sobre el que tiene más cerca. Así, cuando la Batalla del Ebro
estaba decida, muchos mandos y comisarios políticos ordenaron fusilar a los que
estaban en las listas marcados con una A en rojo. Cuenta Nogueroles que ya
venían notando que cada día había menos ‘amnistiados’, pero pensaron que
habrían sido heridos y evacuados, o muertos, o que se habrían ‘pasao’. A las
doce de la noche del 8 de noviembre de 1938, Nogueroles (que ese día había
combatido cerca de la Sierra de Cavalls), terminó su guardia, avisó a su relevo
y se acostó. Pero unos minutos después lo despertaron y le dijeron que
recogiera sus cosas y se presentara ante la superioridad. El capitán le dice que
entregue sus armas y municiones, porque ha sido destinado a un puesto de escribiente.
Él se siente afortunado, aunque vio a otro soldado desarmado y con muy mala
cara que lo miraba como “si quisiera decirme algo”… El comisario político y
tres veteranos comunistas escoltan a los dos soldados ‘amnistiados’ a su nuevo
destino.
De repente, en medio
de monte, el comisario se detiene y les grita: “Vais a ser fusilados por
fascistas”, mientras sus tres ayudantes los encañonan. Aterrorizados, los desdichados
apenas balbucean. Nogueroles piensa en su madre y en que sólo tiene 17 años.
Entonces el comisario (con estrella roja en la gorra) les quita sus
pertenencias: reloj, cartera, mechero, ropa…, hasta que quedaron en pantalón y
camisa, momento en que Nogueroles le grita “¿Por qué va a matarme si no he
hecho nada?” El de la gorra con estrella le hunde la pistola en el estómago
“apretando los labios con odio, como recreándose en nuestro suplicio”. En el
acto se separó y ordenó ¡fuego! al pelotón compuesto por sus tres ‘ayudantes’.
Dispararon. Su compañero de infortunio cayó, pero él oyó silbar las balas sin
sentir dolor. Era de noche y fallaron.
Nogueroles echó a
correr desesperadamente mientras oía al comisario llamando de todo a los
ejecutores. Acto seguido empezó la persecución sin que cesaran los tiros. El
huido vio un barranco, “casi un precipicio”, y sin dudar se tiró rodando. Paró
en las aguas de un riachuelo mucho más abajo. Lógicamente, los perseguidores no
se atrevieron a seguirle por el mismo camino, pero sí por el borde del
barranco, desde donde disparaban sin verlo; escuchó al comisario ordenar lanzar
granadas… Sin dejar de correr (a pesar de tener una rodilla hinchada) pasó al
lado de unos muleros, uno de los cuales lo agarró de la camisa, pero le soltó
cuando el fugitivo le gritó que iban a fusilarlo y “ver la expresión de terror y súplica en mi
rostro”. El comisario chilló que lo cogieran, pero los muleros lo dejaron ir.
Corrió y corrió por
el riachuelo a pesar del dolor de su maltrecha rodilla. Luego, al dejar de oír
las voces del comisario, se atrevió a salir del agua y tiró por una carretera
(de Mora a Gandesa). De repente oyó pisadas. Se detuvo y se escondió
conteniendo la respiración. Eran dos soldados de patrulla, con fusiles rusos
(“con sus negras bayonetas”), que pasaron a dos metros sin verlo. Reemprendió
la marcha arrastrando la pierna, mirando hacia atrás y escuchando. Nada.
Siguió. Pensó en la suerte que había tenido y en su pobre compañero cayendo con
las manos en el vientre.
Por fin topó con el
enemigo de quienes lo habían amnistiado y luego fusilado. Le dieron de comer y,
seguro, escucharon su aventura con la boca abierta.
Marco Aurelio Saleta
Nogueroles figura como fusilado “por traición a la República y por intento de
pasarse al enemigo” en un oficio del Ministerio de Defensa Nacional,
Subsecretaría del Ejército de Tierra, Negociado de Bajas, de 19 de diciembre de
1938, firmado por Vicente Rojo, Jefe del Estado Mayor del Ejército Popular de
la República. El ‘fusilado’ guardó siempre este documento que prueba que los
comisarios y mandos no obraron por su cuenta.
Todos los bandos en
todas las guerras han cometido las mayores atrocidades, puesto que el odio
siempre es el mismo.
CARLOS DEL RIEGO
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