El aterrador cráter del Tambora, que produjo hace dos siglos un cambio climático a escala global de una sola erupción
Todo comenzó cuando el volcán Tambora,
en Indonesia, entró en erupción en abril de 1815. Expulsó tantos materiales y
cenizas que el año siguiente mostró insólitos desajustes meteorológicos en casi
todo el planeta
Lluvias excesivas seguidas de
asfixiantes sequías, nevadas fuera de tiempo o inviernos calurosos son siempre
tema preferente de conversación. Sin embargo, es casi seguro que ninguno de los
hoy vivos verá jamás un desajuste climático tan catastrófico como el de 1816, ‘el
año sin verano’ o ‘el año de la pobreza’, originado por la erupción el año
anterior del volcán Tambora.
El 5 abril del año 1815 el enorme
estratovolcán Tambora, en la isla indonesia de Sumbawa, entró en una monstruosa
erupción que duraría unos diez días (en realidad se prolongó hasta agosto) y
que afectó al clima en gran parte del planeta. El Tambora tenía una altura de
4000 metros, un cráter de 60 metros de diámetro y una profundidad de kilómetro
y medio. Las explosiones fueron de tal calibre que el volcán perdió 1.200
metros de altura, y en total lanzó alrededor de 30 kilómetros cúbicos de roca,
cenizas, aeorosoles, polvo, gases…, un millón y medio de toneladas, la mayor
erupción de la que se tiene noticia en los últimos 10.000 años (no es difícil reconocer
huellas de erupciones históricas, algunas mucho más devastadoras).
En el primer momento murieron por causa
directa e inmediata alrededor de 12.000 personas y otras 50.000 de hambre a
causa de la pérdida de las cosechas…, y eso sólo en Sumbawa e islas cercanas;
el consiguiente maremoto barrió islas y costas a más de mil kilómetros,
estimándose la cifra de pérdidas humanas cercana a las 100.000.
Se afirma que las explosiones se
escucharon a 5.000 kilómetros de distancia. Los cuerpos más pesados terminaron
cayendo pronto, pero las partículas más volátiles (roca pulverizada, gases
carbónicos y sulfurosos y cenizas formaron una inimaginable masa de polvo)
ascendieron hasta la estratosfera, donde se mantuvieron y se dispersaron por
toda la tierra, de hecho se asegura que esas inmensas nubes de polvo dieron la
vuelta al mundo varias veces, oscureciendo el sol durante días y días y
provocando caídas de temperatura de varios grados en todo el orbe; se ha
encontrado polvo del Tambora en Groenlandia y en la Antártida, y cenizas en
varios lugares de Francia.
Las consecuencias fueron apocalípticas y
afectaron a todo el planeta, y aunque en muchos lugares nadie tomó nota escrita
de los sucesos, en otras partes del mundo se recogieron los datos con bastante
precisión. Por ejemplo, los capitanes de los barcos mercantes y militares
británicos habían recibido poco antes la orden de anotar todos los sucesos
relacionados con el clima que se produjeran durante su singladura, de forma que
durante varios años llenaron cuadernos y cuadernos de incidencias
climatológicas causadas por el volcán.
Pero los efectos aterradores de tan
colosal erupción se vieron precisamente durante el verano del año siguiente, el
de 1816, ‘el año sin verano’, durante el que la luz del sol apenas se vio. Las
cosechas se destruyeron en todo el mundo provocando hambrunas generalizadas que
dieron lugar a estallidos sociales, y se registraron nevadas en el ecuador y
lluvias intensas en los polos. Tormentas de nieve en julio y agosto, ríos y
lagos helados en pleno verano asombraron a los habitantes de Estados Unidos,
que asistían perplejos a sucesos inexplicables (no tenían idea de la causa) que
elevaron el precio de los alimentos a niveles inasumibles para la mayoría. Se
produjeron sorprendentes nevadas en el sur de México y en Guatemala en verano.
China perdió casi toda su producción de arroz, lo que produjo hambrunas; en
zonas tropicales chinas heló y nevó aquel verano.
En Europa (que estaba lamiéndose las
heridas de las guerras napoleónicas) la desesperación de la población ocasionó
revueltas en Inglaterra y Francia, donde las temperaturas en agosto rondaban
los cero grados (igual que en Alemania), provocando pérdidas enormes y retraso
de la cosecha de la uva hasta finales de año; en el centro del continente se
produjeron tormentas catastróficas, con precipitaciones de pedrisco jamás
vistas, a lo que se sumaron destructivas riadas que arrastraron a miles de
personas, animales y casas; el frío también se cobró su cuota. Además, al no
haber cosecha no había comida para los animales, lo que ocasionó la muerte de
millones en todo el mundo. De España apenas se tiene noticia, sólo se sabe de
algunas consecuencias de la catástrofe en la zona cantábrica; no hay que
olvidar que Fernando VII había prohibido casi todas las publicaciones. La
temperatura, en fin, descendió varios grados de media en todas las latitudes,
con variaciones drásticas en pocas horas.
Curiosamente, suceso de tal calibre tuvo
su incidencia en otros aspectos. Por ejemplo, se sabe que Suiza sufrió las iras
del Tambora más que otros lugares de Europa; y allí estaban reunidos el poeta
Shelly, la que luego fue su mujer Mary Godwin, lord Byron y otros intelectuales
que, ante la imposibilidad de salir de casa durante semanas se dedicaron a
escribir poemas y novelas, y allí surgió ‘Frankestein’ de Mary Shelly. El
paisajista inglés William Turner (uno de los grandes pintores del romanticismo)
aprovechó las coloridas puestas de sol provocadas por el polvo en suspensión
para pintar del natural unos atardeceres hermosísimos (sin tener ni idea del
por qué de aquel color en el aire). Debido a la escasez de avena para animales
de tiro, el inventor alemán Karl Dreis ideó el antecedente de la bicicleta, el
velocípedo. Y en Austria, ante el imposible de reparar el órgano de una iglesia
del pueblo alpino de Mariapfarr debido al infernal temporal que se cernía sobre
la zona desde hacía semanas, el cura (J. Mohr) escribió una canción para que la
cantara el coro acompañado sólo con guitarra; esa canción fue ‘Noche de paz’
(‘Stielle Nacht’). Cataclismo de tales dimensiones hubo de producir, por
fuerza, todo tipo de consecuencias…
Si una erupción de chiste como la del volcán
islandés Eyjafjalla provocó caos aéreo y múltiples molestias en 2010, ¿qué
ocurriría si el Tambora volviera a eructar como hizo hace 205 años? Resulta
difícil que mano humana pueda llegar a causar tal destrucción, al menos en tan
poco tiempo. A pesar de todo, el hombre sigue a merced de la Naturaleza.
CARLOS DEL RIEGO
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