Había que tener agallas para embarcarse en esos tres cascarones sin saber a dónde, solos en aquel océano, sin conocer destino o distancia y aun con el pensamiento medieval
Eran los primeros
días de agosto de 1492 cuando se inició una de las mayores aventuras de la
Historia de la Humanidad: el primer viaje trasatlántico, el del
‘descubrimiento’ de América. Fijándose exclusivamente en el viaje, hay que
reconocer que aquel centenar de temerarios nacidos en la Edad Media que se
embarcaron en las tres pequeñas naves tenían coraje, agallas
Aunque quienes allí
vivían ya conocían las tierras que pisaban, el término ‘descubrir’ ha de
utilizarse desde el punto de vista del Viejo Continente, de Eurasia, donde se
ignoraba totalmente la existencia de tierras más allá del Atlántico o del
Pacífico. Por otro lado, los nativos americanos no tenían conocimientos
geográficos, no llevaron a un mapa los rasgos orográficos y geográficos de la
región que habitaban, ni tampoco la silueta de las costas e islas, ríos o
cordilleras; en definitiva, no tenían idea cierta de dónde estaban o cómo era
el trozo de tierra donde nacían y morían (inquietud que, por otro lado, jamás
tuvieron). No habían viajado, explorado o descrito otras tierras alejadas de la
suya y, por supuesto, ni siquiera habían dado nombre al continente. Por eso,
aunque pueda resultar paradójico, hasta que no llegaron los descubridores, los
indios americanos no habían descubierto dónde vivían, no sabían en qué parte de
la Tierra estaban. Entonces, se puede deducir que la palabra en cuestión,
‘descubrimiento’, es perfectamente válida para determinar un antes y un después
en el devenir histórico del continente americano, y también en el del resto del
mundo.
Aquella travesía fue
extraordinaria se mire como se mire. Y es que había que tener agallas para
embarcarse en semejante aventura. El pensamiento general de la población era
totalmente medieval en 1492. En gran parte de los europeos persistía la
creencia de que la tierra era plana y que en su final había un abismo, e
igualmente se creía en la existencia de monstruos marinos, sirenas y otras
criaturas fabulosas, de este modo, seguro que los alrededor de cien intrépidos
estarían preparados para encontrarse cualquier cosa. Por otro lado, era
necesario exhibir una valentía y una presencia de ánimo fuera de la común para
embarcarse en tres cascarones de unos 20 metros de eslora (largo), siete de
manga (ancho) y tres de calado con rumbo desconocido; los astronautas del primer
viaje a la luna sabían dónde iban, la distancia, el tiempo de ida, de estancia
y de vuelta, y estaban en comunicación permanente con el punto de partida,
mientras que los de las tres naves estaban totalmente solos, aislados, únicos
en el océano, sin saber a dónde iban ni, por tanto, cuánto tardarían, qué se
encontrarían o si algún día volverían.
Se use la expresión
que se use, lo cierto es que existen varias teorías que afirman que quien
primero dejó sus huellas en el nuevo continente (sin ser americano y sin
remontarse a épocas prehistóricas) no fue Cristóbal Colón. Así, la más
extendida apunta a los vikingos, que poco antes o después del año mil arribaron
a la actual Terranova y, posteriormente, al continente; en ese sentido se habla
de pruebas concluyentes que, analizadas con espíritu crítico y exclusivamente
científico, no insinúan más allá de una presencia circunstancial; es posible,
muy probable incluso, que naves procedentes de Escandinavia tocaran esas
heladas costas, pero de haber sido así, la cosa no pasó de anécdota, pues no
dejaron constancia documental de tal suceso, no se enteraron de qué habrían
encontrado ni dieron importancia al hallazgo, por lo que no lo difundieron; en
resumen, América seguía sin ser descubierta. También se habla de navegantes
irlandeses, escoceses y galeses, fenicios, cartagineses, árabes, portugueses,
micronesios y muchos otros que podrían haber llegado antes. Es posible que
extraviado o empujado por las tormentas alguien llegara, es posible. Pero lo
importante es que no hubo trascendencia de esa posible llegada y el continente
siguió siendo desconocido para el resto del mundo hasta 1493, cuando regresaron
y contaron qué había allí (la noticia se divulgó rapidísimo por toda Europa).
Lo importante cuando
alguien se encuentra con algo nuevo no es sólo dar con la novedad en sí, sino
entender su importancia y, sobre todo, socializar la novedad, compartir el
conocimiento para que así muchos puedan aprovecharlo, desarrollarlo y encontrar
nuevas posibilidades que beneficien a todos (alguien escribió que “el
conocimiento sin compartir no sirve para nada”). Y eso no sucedió hasta aquel
momento. Hace más de medio milenio.
CARLOS DEL RIEGO
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