miércoles, 11 de marzo de 2020

URRACA DE LEÓN, LA PRIMERA REINA POR DERECHO PROPIO DE LA HISTORIA DE ESPAÑA, Y PROBABLEMENTE DE EUROPA

Retrato imaginario de Urraca de León (litografía del siglo XIX)


Muchas mujeres aparecen en los libros de Historia de España con el título de reina, sin embargo, solamente tres lo han sido por sí mismas, por su propia legitimidad, no por ser esposa del rey u ocasional reina regente. La primera reina por derecho propio de la Historia de España fue doña Urraca de León, designada por su padre Alfonso VI (las otras dos son Isabel de Castilla e Isabel II) a quien las crónicas describen como una mujer con potente personalidad, con mucho carácter y con la idea de hacer siempre lo que le venía en gana, algo inusual y sorprendente en su época. Murió el 8 de marzo del año 1126
Al morir el único hijo varón de Alfonso VI en la batalla de Uclés (1108), el rey tomó la decisión de nombrar sucesor a su hija Urraca Alfónsez (nacida en León en 1081). Alfonso VI de León, ‘El Bravo’, ordenó a toda la corte, los obispos y la aristocracia jurar fidelidad a su heredera, con lo que Urraca se convirtió, de 1109 a 1126, en la única reina por derecho propio del Medievo Europeo y la primera de la Historia de España (seguramente también de Europa, pues aunque se puede mencionar a la británica reina Boudica, que debió vivir entre el 30 y el 60 después de Cristo, realmente era reina de una tribu, nada más).
Cuando fue coronada Urraca de León los otros reinos cristianos de la península le rendían vasallaje. En julio de 1109 se hizo coronar como ‘Urraca, reina de toda España por voluntad divina’ (Urraka dei nutu totius yspanie regina). Al morir pronto su primer marido, Raimundo de Borgoña, por cuestiones políticas y muy a su pesar se casó con Alfonso ‘El Batallador’ de Aragón; su padre (anciano ya) y los magnates y obispos pensaron que uniendo los dos reinos serían mucho más fuertes ante los almorávides. Curioso es el hecho de que los dos amantes de la reina (sí, tenía amantes como todos los reyes), los condes Gómez González y Pedro González de Lara, opinaban que no debía volver a casarse, y que ella tenía energía y carácter suficiente para gobernar sin rey al lado.
El matrimonio con el aragonés fue un desastre. Él le gritaba, pero ella no se callaba y le respondía en el mismo tono, con lo que estaban siempre discutiendo, sin importar quién estuviera delante. Esta actitud chocaba con la mentalidad de la época, en que la mujer era callada y subordinada a los deseos del marido. Dicen las crónicas que Urraca era rebelde y caprichosa, pero también astuta y con buen juicio, y muy dada a la compañía masculina…, estaba acostumbrada a hacer lo que le daba la gana, a escoger amantes y a tomar sus decisiones sin dejarse influir o amedrentar; además; cuando se casó con ‘El Batallador’ ya había sido reina de Galicia, con lo que estaba muy habituada a mandar y ser obedecida, a tomar sus propias decisiones sin dar cuenta a nadie, en pocas palabras, a hacer siempre su voluntad. El caso es que Alfonso I de Aragón pretendía, al casarse con Urraca, convertirse en rey de León, Asturias, Castilla, Galicia y Toledo, pero ella, al enterarse, dijo exactamente “¡El rey soy yo!” (no la reina, el rey).
Sus disputas pasaron de palacio (su marido le pegaba e incluso la encarceló) al campo de batalla. Además, afirman los cronistas que Alfonso ‘El Batallador’ tenía muy escaso interés por las mujeres y nunca mostró la mínima preocupación por dejar descendencia; según un cronista musulmán, en cierta ocasión algunos nobles le aconsejaron que tomara como concubina a alguna de las hijas de los prisioneros con el fin de engendrar heredero, a lo que él respondió: “Un verdadero soldado ha de vivir con hombres, no con mujeres”. Eso sí, el rey aragonés tenía la mano muy ligera, y sacudía personalmente no sólo a su esposa, sino a cualquiera, ya fuera prelado o noble.
El reinado de Urraca fue terrible, con continuas rebeliones nobiliarias y permanentes enfrentamientos con su marido y sus partidarios; más de una vez se enfrentaron los ejércitos de Urraca y los de su marido, saliendo él casi siempre vencedor; además, los almorávides causaban estragos con sus continuas aceifas (incursiones en terreno cristiano en busca de botín) en diversas partes del reino. Por otro lado, el padre de Urraca, Alfonso VI, había otorgado a Enrique de Borgoña, casado con su hija natural Teresa de León, la mitad sur del reino de Galicia, el llamado Condado Portucalense (que con el tiempo sería Portugal), y de ahí, de su hermanastra y su cuñado también vinieron conflictos, pues unas veces se aliaban con su marido y otras con ella. En Santiago fue herida y humillada por la turba, logrando escapar de milagro; luego se rehízo, volvió y sometió la ciudad. Todo este clima de inestabilidad, conflictos, batallas, intereses, intrigas y traiciones fueron debidos, según la propia Urraca, a la nobleza por obligarla a casarse con quien ella no quería (debió ser la única vez en su vida que cedió).
Tras separarse de Alfonso, es posible que se casara con uno de sus amantes. Su muerte no está clara, unos dicen que falleció tras larga enfermedad y otros que al dar a luz. Afirman los especialistas que ninguna mujer de su tiempo tuvo tanto poder y determinación política. En todo caso, la señora nunca se dejó acobardar ni por los hombres ni por su tiempo.
Murió hace 894 años, el 8 de marzo. Fue sepultada en el Panteón de los Reyes de San Isidoro de León, pero durante la invasión de Napoleón los soldados usaron el panteón como cuadra y sacaron todos los huesos de los sepulcros para usar estos como abrevadero para los caballos. Hoy apenas se pueden asignar algunos huesos a algunos reyes.
CARLOS DEL RIEGO

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