Los conquistadores españoles creían que en América encontrarían la fuente de la eterna juventud, las amazonas o el dorado, según su pensamiento medieval |
Difícil es contemplar
o valorar hechos o ideas de hace siglos sin sacudirse los valores morales del
siglo XXI. Por ello, cuando se lee historia es conveniente fijarse en detalles
o situaciones que parecen insignificantes, pero que ayudan a situarse en la época
que se revisa y, así, comprender mejor a quienes estaban allí. El
descubrimiento y la conquista de América es un tema que siempre causa debate,
pues hay mucha gente que equivocadamente los mira con su pensamiento de hoy. Hay
episodios que ayudan a situarse
Gran parte de la
población juzga a personas o sucesos de hace 500 años con leyes, conceptos o
ética actual, cayendo así en una falsedad y en una injusticia, ya que exigen
modos y pensamientos exclusivamente contemporáneos a las gentes de una época en
que los valores de hoy no existían. Esto ocurre con mucha frecuencia cuando se
habla de los conquistadores españoles y, en general, del descubrimiento y la
conquista de América. Hay, sin embargo, múltiples sucesos, incidentes o
situaciones que ayudan a situarse en aquel tiempo, en aquel lugar, y verlo en
su contexto.
El trato que los
españoles dieron a los indios, por ejemplo, provoca controversias
inevitablemente. Pero la realidad es que desde muy temprano existía una ley que
perseguía los excesos con los nativos y exigía a los españoles tratarlos con la
misma consideración que si fueran españoles; así lo establecen el testamento de
Isabel de Castilla, las Leyes de Burgos o las Leyes Nuevas. Muchos respetaron
la ley y muchos no, en realidad igual que hoy, igual que siempre. El problema
era que las leyes y tribunales estaban en España, a miles de kilómetros, y la
comunicación era lentísima y poco segura. Un ejemplo: Durante todo 1522 y los
seis primeros meses de 1523 Hernán Cortés no recibe ni una sola carta de España
a pesar de que él había escrito y enviado varias y esperaba respuestas con
urgencia; de hecho, la primera que recibió había sido firmada en Madrid casi un
año antes. Es evidente que desde que la metrópoli daba una instrucción hasta
que la recibía el destinatario pasaba demasiado tiempo, restándole eficacia y
tranquilizando al infractor.
También se tiene por
cierto que Moctezuma (el nombre correcto es Motecuhzoma) fue encerrado por
Cortés, que lo tenía a pan y agua. Nada de eso. En principio sí estaba
fuertemente vigilado, pero en poco tiempo “sin prisión ninguna lo pusieron en
unos aposentos donde él se andaba suelto”, escribió uno de sus guardianes,
Francisco de Aguilar. Es más, el azteca trabó amistad con muchos españoles, a
los que continuamente les preguntaba cosas de España y de Europa, jugaba con
ellos, bromeaba y se reía (al parecer ese trato lo bajó de la nube en que lo
tenían su corte, súbditos y sacerdotes). Cortés explica: “Fue muchas veces a
holgar a unas casas de placer que tenía a una o dos leguas de la ciudad con
cinco o seis españoles, y volvía siempre alegre y contento a los aposentos”; o
sea, Moctezuma no quería escapar, no quería provocar la rebelión, pues
comprendió que si mataban a estos vendrían otros y, tarde o temprano, habría
que convivir.
No todo el mundo
podía embarcarse al Nuevo Mundo a buscar fama y fortuna. Había muchas
restricciones. Al principio estaba prohibido llevar mujeres a bordo, pues
‘distraían’ a marineros y soldados, lo que indica que muchas estaban dispuestas
a compartir la suerte de los aventureros; con el paso del tiempo empezaron a
embarcar las esposas de los conquistadores y algunas otras valientes. También
estaban los que no reunían las exigencias para poder viajar, como los que
tuvieran linaje de moros o judíos, los que hubieran sido condenados por la
Inquisición, los que estuvieran endeudados o los que quisieran abandonar a su
esposa e hijos. Todos estos tenían prohibido ir a América, pero se las
arreglaban para embarcarse como polizones; así, ya en alta mar, empezaban a
aparecer hombres y mujeres que salían de los barriles, de cajas de todo tipo,
de la bodega y, en fin, de cualquier escondite que hubiera en el barco. Se les
llamaba ‘llovidos’, pues aparecían como llovidos del cielo. Lógicamente no
figuraban en los registros de la Casa de Contratación y, además, seguro que
para acceder al barco contaban con colaboración de marineros u oficiales a
cambio de un precio…
Eran tiempos muy
diferentes a los actuales; téngase en cuenta que apenas se había salido de la
Edad Media y el pensamiento de los que allí iban tenía más de medieval que de
renacentista. Así, gran cantidad de los que se fueron a aquella aventura
esperaban ser recompensados como habían oído que lo habían sido los cruzados;
estaban convencidos de que, al haber ganado un reino con su espada y su sangre,
su capitán los recompensaría con tierras, ciudades, rentas, señoríos. Y ello
por no hablar de las expectativas que tenían los que primero desembarcaron, que
esperaban encontrar la fuente de la eterna juventud, El Dorado, las amazonas,
las siete ciudades de Cibola y otras fantasías medievales.
Este modo de ver las
cosas da muestra de que los pensamientos, motivos, esperanzas o ilusiones de
aquellas gentes eran muy, muy distintos a los de hoy y, por tanto, es injusto y
equivocado esperar que actuaran y pensaran como los que viven hoy. Hay que
tratar de situarse en aquel tiempo, en aquel modo de pensar.
CARLOS DEL RIEGO
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