Los caudillos de la causa independentista, al igual que los líderes de las sectas, están muy cómodos mientras sus adeptos esperan ese gran día, que nunca llegará. |
El nacionalismo siempre
apela a los sentimientos, nunca a la razón ni a la realidad. Es por eso que
para captar nuevos adeptos hay que excitar sus sentimientos, sobre todo el
odio, que es el más potente. A eso precisamente se refería el escritor irlandés
Geroge Bernard Shaw cuando escribió que “el nacionalismo es una curiosa
creencia que consiste en pensar que la tierra donde uno ha nacido es la mejor
del mundo precisamente porque uno ha nacido allí”, es decir, si uno hubiera
nacido en la tierra de al lado sería ésta la mejor del mundo. También se ha
dicho que el nacionalismo (que es el deseo de tener una nación distinta a la
que se tiene, mientras el patriotismo no anhela otra nación) es, en realidad,
un vestigio del sentimiento tribal que, sin duda, afectó a todo espécimen del
género homo a lo largo del Paleolítico.
Lo especial del
nacionalismo-separatista catalán es que sus líderes no quieren alcanzar la
independencia, puesto que están muy a gusto con el ‘procés’. Por un lado esos
cabecillas saben a ciencia cierta que no hay posibilidad de culminar la
separación ilegal y unilateral, saben que tienen en contra todos los organismos
internacionales, saben que no habría reconocimiento por parte de los gobiernos
democráticos y, en fin, saben que sólo cuentan con el apoyo de los grupos
ultraderechistas. Es decir, a pesar de que los caudillos de la rebelión contra
la legitimidad saben que el empeño es absolutamente inútil, mantienen un
discurso que anima la esperanza de sus seguidores e inflama el sentimiento de
odio a todo el discrepante. En otras palabras, están engañando a los adeptos a
la causa: ellos saben que es imposible pero dicen que están cerca.
Por otro lado, si por un
insólito giro del destino mañana Cataluña fuera independiente, esos políticos
que hoy prometen el paraíso tendrían que hacer frente a los verdaderos
problemas, a la realidad, a las cuentas, a las acusaciones de corrupción, a las
exigencias y reivindicaciones de los diversos colectivos profesionales…, algo
agotador; además, en poco tiempo el personal comprobaría que de paraíso nada, y
que la promesa de riqueza y felicidad para todos era falsa. Además, muchos
exigirían recompensa por los ‘servicios prestados’ durante la revuelta, al igual
que los que vivían de la subvención y de los infinitos cargos creados para
colocar a los afines. O sea, sería un follón y mucho trabajo, mientras que
ahora (2018) nadie les exige atender a los problemas reales y cotidianos del
contribuyente, al revés, con mantener el sermón de que todos los demás son
malos y tienen la culpa de todo, se aseguran el aplauso de los discípulos y la
continuidad en el sillón de privilegio. Así las cosas, ¿por qué iban a cambiar
el estado actual del asunto?
En fin, es evidente que
mantienen a sus adeptos en el engaño, del mismo modo que los líderes de las
sectas a los suyos, que les prometen un paraíso perfecto, que pronto vendrán a
buscarlos y que irán a un sitio donde serán eternamente felices…, pero claro, ese
momento nunca llega, y mientras, los predicadores viven a costa de los incautos
fieles.
Se mire por donde se mire,
los sumos sacerdotes de la religión separatista están muy a gusto con la
situación actual, y de ningún modo desean que se modifique. Lo que de verdad
ansían, aquello con lo que sueñan es con que el ‘procés’ sea eterno. Pero esto
no es posible, y menos aun en un planeta tan traicionero como el de la
política, donde los que hoy son aliados mañana se entenderán con los rivales.
CARLOS DEL RIEGO
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