miércoles, 3 de octubre de 2018

LOS LÍDERES INDEPENDENTISTAS NO QUIEREN LA INDEPENDENCIA, SINO UN ETERNO ‘PROCES’ Tras años de montar un número tras otro, ya hay mucha gente que se va dando cuenta de que lo que desean los caudillos del independentismo catalán no es la independencia, sino que el ‘procés’ se alargue todo lo posible. Es decir, se encuentran muy cómodos en la actual situación (2018), en la que mantienen engañados. a tantos.


 
Los caudillos de la causa independentista, al igual que los líderes de las sectas, están muy cómodos mientras sus adeptos esperan ese gran día, que nunca llegará.
El nacionalismo siempre apela a los sentimientos, nunca a la razón ni a la realidad. Es por eso que para captar nuevos adeptos hay que excitar sus sentimientos, sobre todo el odio, que es el más potente. A eso precisamente se refería el escritor irlandés Geroge Bernard Shaw cuando escribió que “el nacionalismo es una curiosa creencia que consiste en pensar que la tierra donde uno ha nacido es la mejor del mundo precisamente porque uno ha nacido allí”, es decir, si uno hubiera nacido en la tierra de al lado sería ésta la mejor del mundo. También se ha dicho que el nacionalismo (que es el deseo de tener una nación distinta a la que se tiene, mientras el patriotismo no anhela otra nación) es, en realidad, un vestigio del sentimiento tribal que, sin duda, afectó a todo espécimen del género homo a lo largo del Paleolítico.

Lo especial del nacionalismo-separatista catalán es que sus líderes no quieren alcanzar la independencia, puesto que están muy a gusto con el ‘procés’. Por un lado esos cabecillas saben a ciencia cierta que no hay posibilidad de culminar la separación ilegal y unilateral, saben que tienen en contra todos los organismos internacionales, saben que no habría reconocimiento por parte de los gobiernos democráticos y, en fin, saben que sólo cuentan con el apoyo de los grupos ultraderechistas. Es decir, a pesar de que los caudillos de la rebelión contra la legitimidad saben que el empeño es absolutamente inútil, mantienen un discurso que anima la esperanza de sus seguidores e inflama el sentimiento de odio a todo el discrepante. En otras palabras, están engañando a los adeptos a la causa: ellos saben que es imposible pero dicen que están cerca.

Por otro lado, si por un insólito giro del destino mañana Cataluña fuera independiente, esos políticos que hoy prometen el paraíso tendrían que hacer frente a los verdaderos problemas, a la realidad, a las cuentas, a las acusaciones de corrupción, a las exigencias y reivindicaciones de los diversos colectivos profesionales…, algo agotador; además, en poco tiempo el personal comprobaría que de paraíso nada, y que la promesa de riqueza y felicidad para todos era falsa. Además, muchos exigirían recompensa por los ‘servicios prestados’ durante la revuelta, al igual que los que vivían de la subvención y de los infinitos cargos creados para colocar a los afines. O sea, sería un follón y mucho trabajo, mientras que ahora (2018) nadie les exige atender a los problemas reales y cotidianos del contribuyente, al revés, con mantener el sermón de que todos los demás son malos y tienen la culpa de todo, se aseguran el aplauso de los discípulos y la continuidad en el sillón de privilegio. Así las cosas, ¿por qué iban a cambiar el estado actual del asunto?

En fin, es evidente que mantienen a sus adeptos en el engaño, del mismo modo que los líderes de las sectas a los suyos, que les prometen un paraíso perfecto, que pronto vendrán a buscarlos y que irán a un sitio donde serán eternamente felices…, pero claro, ese momento nunca llega, y mientras, los predicadores viven a costa de los incautos fieles.

Se mire por donde se mire, los sumos sacerdotes de la religión separatista están muy a gusto con la situación actual, y de ningún modo desean que se modifique. Lo que de verdad ansían, aquello con lo que sueñan es con que el ‘procés’ sea eterno. Pero esto no es posible, y menos aun en un planeta tan traicionero como el de la política, donde los que hoy son aliados mañana se entenderán con los rivales.

CARLOS DEL RIEGO
                                                            


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