Janis Joplin, de cuya muerte se cumplen ahora 48 años, cuando empezaba como cantante folk. |
Aunque en el ámbito del rock y estilos cercanos se mira hacia ellos como buenos tiempos, no todo en los años sesenta fue ‘prodigioso’. Para entonces ya estaba asentado el concepto de estrella del rock, y desde entonces esa figura estará siempre asociada a excesos, peligros y una vida… desordenada. La inconfundible Janis Joplin no superó viva aquella década, aunque sí queda su voz y su leyenda como iconos incontestables para todo adicto al rock & roll. Su muerte por sobredosis fue el último palo a una existencia infeliz.
Según ella misma contó, en
el colegio era despreciada, insultada, marginada casi a diario; estaba algo
llenita y tenía la cara llena de granos, lo que provocaba las burlas y
menosprecios de sus compañeros de clase, que la acosaban y se reían de ella
incluso fuera del colegio o el instituto, y más de una vez le lanzaron monedas
entre risas despectivas. Debía sentirse muy desgraciada, insegura, marginada;
tal vez por eso le gustaba ir a los barrios donde tocaban ‘bluesmen’ negros (seguro
que allí nadie se reía de ella). Luego, ya adulta, no ocultaba su pasión por el
sexo salvaje con hombres y con mujeres, algo que llegaba a oídos de sus padres y
que, seguro, se lo tomaban como un humillante escándalo (eran los años 60), así
que muchas veces le dieron la espalda, lo que, a su vez, debió ser otra causa
de inseguridad en una personalidad tan escasa de autoestima como la de Janis.
Su ciudad natal no le traía
buenos recuerdos, como demuestra el hecho de que especificó varias veces que, a
su muerte, no la enterraran en Port Arthur, Texas. A principios de los sesenta
se largó de allí y se fue a San Francisco en el momento en que se empieza a
gestar la cultura hippie; aquí comienza a cantar en pequeños escenarios, sobre
todo música folk, pero también entra en contacto con las drogas, anfetaminas
hasta enloquecer y heroína hasta desmayarse, y siempre, siempre, abundante
whiskey. Aseguran que la que había sido adolescente rellenita pesaba ahora unos
cuarenta kilos y, además, siempre estaba triste y abatida. Mostraba un estado
tan lamentable que sus amigos hicieron una colecta para que, en 1965, volviera
a casa.
El regreso le sentó bien…,
en principio. Dejó las drogas y el alcohol, recuperó peso, volvió a buscar
pequeños escenarios donde cantar e incluso se matriculó en la universidad;
increíblemente sus compañeros de campus volvieron a ridiculizar su aspecto y a
meterse con ella, hasta el punto de que en el periódico de la escuela la
calificaron como ‘el hombre más feo del campus’. La pobre chica debía estar
pasándolo fatal, pero ahora encontró refugio en la música, cada día más
importante en su vida (empieza a componer y a modular su estilo vocal). Sin
embargo, desgraciadamente volvió a las drogas.
Es conocido su desengaño
amoroso con un tal Peter de Blanc, al que conocía desde su primera estancia en
San Francisco y que consumía drogas en cantidades industriales, mucho más que
ella, con lo que ambos tenían mucho ‘en común’. El caso es que un día el tal
Blanc se presentó en casa de Janis y le pidió oficialmente matrimonio. Al poco,
cuando ella y su madre planificaban los detalles de la boda, el tipo avisa que
de lo dicho nada, que acababa de dejar embarazada a otra y que, claro, iba a
casarse con ésta. Nuevamente despreciada, abandonada, lo que fue un palo muy
gordo para ella, ya que las cartas que le escribía la mostraban poseída por una
ardiente pasión amorosa.
Para mediados de los sesenta
ya se dedica profesionalmente a la música, publica disco y, gracias a su
fuerza, a su voz incendiaria y al desbordante sentimiento que transmite,
alcanza el éxito y el reconocimiento. Está en la cima, actúa en los festivales
más multitudinarios, todos se rinden a su energía salvaje, a su excitante
blues-rock, Ya es una estrella de la nueva cultura. Pero eso no la aparta del
caballo ni del alcohol. Hacia 1969 su adicción era brutal: los que estaban
cerca de ella aseguran que se gastaba unos doscientos dólares diarios en
heroína y se trasegaba no menos de dos o tres botellas, lo que significa que su
estado debía ser cercano a la incapacidad; en varios conciertos, incluyendo en
Woodstock y en el Madison de Nueva York, salía borracha, colocada hasta las
cejas y en un estado verdaderamente lamentable. Prensa, compañeros e incluso el
público veían su declive. Su grupo de acompañamiento se deshace.
Explican sus biógrafos que
poco antes de su muerte decidió darse el gustazo de acudir a una reunión de
antiguos alumnos del instituto de su ciudad, Port Arthur, para restregar su triunfo
a aquellos descerebrados que la acosaron e insultaron; había avisado a la
prensa y se presentó acompañada de fotógrafos y redactores. ¿Qué sentiría Janis
al ver las caras de asombro y envidia de los que años antes la despreciaban? Además,
en esos días había anunciado su intención de casarse… con un chico que se
dedicaba a trapichear heroína.
En aquel final 1970 había
iniciado un nuevo proyecto con nuevo grupo, nuevo productor y nuevo disco. El
día 1 de octubre grabó ‘Mercedes Benz, y en los días siguientes dieron los
últimos retoques; sólo quedaba una última canción para terminar el que sería su
último disco. El día 4 habían quedado en volver al estudio para grabar la voz
de esa última canción, pero ella no apareció. La fueron a buscar y la encontraron
en su habitación, muerta a causa de una sobredosis de heroína y con sangre en
nariz y boca, pues debió perder el conocimiento, caerse y golpearse la cara
contra el suelo. El disco apareció unos meses después y fue un gran éxito.
Sí, Janis Joplin fue una
estrella del rock y como tal vivió a toda velocidad y sin frenos. Es y será una
de sus figuras identificativas, sí, pero no puede decirse que la suya fuera una
vida envidiable o deseable, fue intensa pero muy corta y, salvo momentos
puntuales, infeliz. En una entrevista que concedió cerca del final dijo: “No
puedo escribir una canción a menos que esté emocionalmente destrozada,
traumatizada, deprimida", y teniendo en cuenta que escribió canciones para
los cuatro Igualmente, como todos los heroinómanos, pensaría muchas veces en
dejarlo, lo intentaría algunas (jamás pensó dejar de beber) y se comería el
‘mono’ otras tantas; luego, cuando recayera, le asaltaría la culpa. Y es que,
como alguien dijo, nunca se ha visto a un yonqui feliz.
No, aunque fuera una estrella,
no fue la suya una vida deseable.
CARLOS DEL RIEGO
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