Por muy disparatadas que fueran, las leyes que promulgaran estos tres tendrían más lógica que las de algunos legisladores. |
Hay
días que leer la prensa exige enormes dosis de mentalización previa y autocontrol
para sujetar la creciente inquietud que provocan y que, casi siempre, terminan
en indignación, rabia e impotencia. Algunas de las noticias que se vienen
leyendo en España en las últimas fechas (julio-agosto-18) son de esas que dejan
perplejo, de esas que hacen preguntarse ¿cómo es posible que suceda tal cosa?
Aquí hay algo que falla.
Recientemente
se han dado dos casos de peligrosísimos criminales (asesinos violadores) que se
han dado a la fuga aprovechando permisos penitenciarios. En ambos casos el
comité de evaluación de la cárcel desaconsejó otorgar esa libertad temporal,
pero el señor juez se pasó por el forro los informes de los expertos y colocó
en la calle a tipos que, de necesitarlo, matarían a quien se les pusiera por
delante sin parpadear. El motivo del premio?: buena conducta, es decir, como en
la cárcel no hay mujeres a las que violar, el tronco de las puñetas premia al violador
asesino con otra oportunidad para que busque víctima. El caso es que esos dos
asesinos violadores aprovecharon para largarse. Y se han dado casos de indeseables
que, durante un permiso carcelario, han secuestrado, torturado, violado y
asesinado (como el de aquellas dos mujeres policías víctimas de una bestia de
este tipo a la que el juez le concedió ocasión de reincidir). Cierto que la
mayoría vuelven, pero los permisos, los premios, no pueden ser automáticos.
Seguro que la mayor parte de los jueces lo entiende así, pero los otros…
Claro
que tanta culpa recae sobre los legisladores, cuyas leyes están pensadas para
que el criminal pase el menor tiempo posible en la cárcel, o sea, para que
vuelva cuanto antes a ejercer su actividad. Es escalofriante que un tipo
responsable de la muerte de 40 personas esté en la calle con toda legalidad
tras 31 años; es decir: este prehomínido robó cientos y cientos de años a sus
semejantes, sin embargo, la ley española sólo le hizo ‘devolver’, o sea, pagar
31; siguiendo la misma regla, si un ladrón roba 200.000 euros y le pillan con
todo, deberían obligarle a devolver sólo treinta o cuarenta mil, pero no es
así, sino que le incautan todo lo robado. ¿Acaso los euros robados valen más
que los años de vida robados?
Tanto
en el ámbito legislativo como en el judicial ha calado la idea de que la cárcel
debe ser algo así como un campamento de enseñanza de buena conducta, una residencia
para explicar a los asesinos que matar es malo. Y con ese sentimiento de
buenismo (que ha penetrado profundamente en ciertos sectores de la sociedad) algunos
juzgadores y todos los legisladores parecen haber olvidado que la cárcel tiene
un componente de castigo mediante el que se paga por el crimen cometido, y otro
componente de protección de la ciudadanía que aparta al criminal de la calle para
que no pueda ejercer. Sin embargo, existen criaturas (en todos los entornos)
que están convencidas de que la cárcel tiene que ser un albergue-escuela donde los
maltratadores, asesinos, pederastas, terroristas y violentos aprendan urbanidad
y buenas costumbres. El caso es que quienes redactan la ley y los que
sentencian (algunos) dan sensación de estar aquejados de síndrome de Estocolmo
(pues buscan afanosamente el modo de favorecer y premiar al facineroso pervertido),
e igualmente parecen condicionados por ciertas dosis de cobardía (pues se
muestran crueles con el débil y magnánimos con el poderoso y/o el peligroso). También
se dan casos en que el legislador quiere parecer el más ‘progre’ e idea
fórmulas que beneficien al malo (por ejemplo, legislar condenas de 200 años
sabiendo que el máximo efectivo es muchísimo menor); por su parte, al
magistrado (a algunos) le dan ataques de juez, con lo que se siente
estupendísimo y larga una ocurrencia en su escrito final (como la que le dio al
juez alemán que denegó la entrega del expresident).
Todo esto, claro, lo aprovechan los desalmados para ‘reinsertarse’ cuanto antes
y des-reinsertarse a la mínima ocasión. ¿Sería desacertado exigir que los
jueces sean responsables de sus sentencias y paguen cuando sus decisiones hayan
resultado necesarias para que se perpetre un crimen fácilmente previsible? Los índices de reinserción entre los
delincuentes más bestias (pederastas, violadores y violentos de todo tipo)
tienden al cero, pues esos criminales carecen de empatía, de respeto por los
demás, del más mínimo sentimiento de culpa y, por tanto, jamás tendrán ni
siquiera la intención de dejar de hacer daño. Estos días (principio de agosto
de 2018) la policía (lo más eficaz de todo el sistema) ha capturado a un
asqueroso pederasta que filmaba y vendía pornografía infantil; será juzgado y
condenado, pero no pasará más de seis u ochos años en la cárcel, y cuando salga
¿alguien cree que no volverá inmediatamente a las andadas, o sea, a buscar
niñas? El cómputo de reincidentes en esta perversión es elocuente.
Ah!,
no hay que olvidar que esta especie de mal que afecta a algunos jueces y a
todos los legisladores se da en muchos otros países; por ejemplo, una bestia
con pantalones mató a palos y con toda la saña que uno pueda imaginarse a su
compañera, Marie, hija del actor francés Jean Louis Trintignan, pues bien, la
ley francesa permite que tal atrocidad se liquide con una pena de cuatro años y
el puñetero (por las puñetas de las mangas del juez) aprovechó para ser
benevolente, para premiar al pervertido, de modo que el asesino apenas pasó un
par de años entre rejas; conclusión: el verdugo robó unos cincuenta años a la
víctima, pero el politicastro y el arbitrucho sólo le obligaron a devolver dos.
¿Es esto inquietante o no?
¿Y
los agravios comparativos? Un tipo borracho coge el coche mata a dos ciclistas
y va su señoría y lo condena a tres años, mientras que a Juana Rivas, que se
llevó a sus hijos sin maltrato ni violencia, le caen cinco. ¿Es esto coherente
y proporcionado?, ¿no tienen los de la toga negra la posibilidad de considerar
los delitos desde una perspectiva más o menos grave?, ¿cómo es posible que
matar conlleve menos pena que no entregar los hijos al marido condenado por
maltrato? Pareciera que lo que realmente es digno de máxima pena para los de
toga negra (algunos) es que haya ciudadanos de a pie que se nieguen a
obedecerles, de manera que esa desobediencia tiene para ellos (algunos) mayor
gravedad que acabar con la vida de otras personas; otras veces, esos algunos se
escudan en que sólo hacen cumplir la ley, pero si la cosa fuera así de automática,
si tuvieran tan atadas las manos, ¿para qué se necesita la figura del juez?
Aquí
hay algo que falla
CARLOS
DEL RIEGO
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