Tal cantidad de gente atasca carreteras, colapsa los servicios, consume y ensucia en cantidades industriales, sobre todo si se esperan 50 y se presentan 500. |
Tres días de ‘paz y música’, aunque también
hubo página de sucesos con dos muertos
En
agosto de hace 49 años tuvo lugar el Festival de Woodstock, el festival de
festivales, la gran referencia, el que más gente congregó, el que recogió el
espíritu de la generación hippie. Fueron tres días de convivencia, de fiesta y
conciertos legendarios. Sin embargo, además de la juerga del barro y de las
múltiples estampas de amor y fraternidad, también hubo no pocos incidentes y
sucesos indeseables. Lógicamente, la inolvidable película no enfoca más que al
escenario y a un público feliz (se cifra en cerca de medio millón), sin aludir
a los serios problemas que una ocasión tan enorme conlleva.
Casi
todos los ‘contratiempos’ fueron causados por la desorganización surgida de una
inesperada masificación. Pero tampoco puede decirse que los organizadores
fueran los únicos culpables. De entrada, a última hora les negaron el lugar
previsto, con lo que comenzaron las prisas e improvisaciones para cambiar el
emplazamiento. Para el día de comienzo estaba casi todo listo, aunque no se
previó el gentío que allí se congregó; curiosamente se atendió menos al
vallado, a las taquillas, al control de las puertas de entrada, así que llegó
un momento en que, ante una creciente muchedumbre que esperaba, hubo que abrir
y permitir que entraran cien mil, doscientas mil, cuatrocientas mil personas
más de las esperadas. Se previeron unas 50.000 personas y se presentaron cerca de
500.000. No hubo modo de controlar aquello.
En
un mogollón de tal calibre hay que hacerse a la idea de enormes atascos e
infinidad de problemas de tráfico. Y la cosa empeora notablemente si esperas a
cincuenta y se presentan quinientos. No sólo se produjeron atascos de
veintitantos kilómetros, sino que muchos optaron por abandonar el coche y caminar,
mientras otros decidían acampar allí mismo; en todo caso se volvió imposible
circular, cosa que debió calentar a más de uno; además, todos los que vivían a
lo largo de esa carretera quedaron atrapados. Por ello, no pocos artistas
hubieron de ser trasladados en helicóptero. ¡ Hay que imaginarse ese panorama!
Pero el tráfico no fue lo peor.
Típico
de reuniones tan masivas son las inevitables colas ante los servicios. Lo malo
es que nadie previó que acudiera a Woodstock tanta gente, tanta que se convirtió
en un festival gratuito. Con la multitud, los asuntillos se convirtieron en
problemones, como el de los retretes.
Había un baño por cada 850 personas, y además no evacuaban, sino que
almacenaban, y luego pasaba el camión a recoger…Además, lógicamente, el público
iba a hacer sus necesidades entre concierto y concierto, o sea, todos a la vez.
Las colas eran kilométricas, la espera podía durar horas, y cuando llegaba el
turno había que vadear ríos de pises que fluían y se mezclando con el barro…, antes
de comprobar que las tazas rebosaban y
esparcían su hediondo contenido. Debía apetecer poco poner una guinda a la
montaña… Pero esto tampoco fue lo peor.
Claro
que para ir al wáter antes hay que comer y beber. De nuevo el exceso de
personal colapsó los puntos de venta de comida, que además no debía ser muy
buena. A lo largo del segundo día, y visto que la oferta no podía satisfacer la
demanda, los vendedores cuadruplicaron sus precios, o sea, lo que costaba medio
dólar pasó a costar dos, y lo que costaba uno de repente marcaba cuatro. No
extrañará que, tras colas de una hora y unos precios inflados, algunos asistentes
(al grito de ‘paz y amor hermano’) derribaran e incendiaran un par de puestos. Como solución de emergencia
se repartió comida, unas tazas de algo parecido al muesli. El hambre que
pasaron tampoco fue lo peor.
También
se aseguró que hubo estúpidos que no se conformaron con vender drogas, sino que
la echaban (LSD) en la bebida y luego la ofrecían fraternalmente a los vecinos
que, sedientos, echaban buenos tragos; incluso se aseguró que la vertieron al
azar en cualquier vaso sin vigilancia. Así, mucha gente que ‘no estaba en la
onda’ lo pasó fatal, incluyendo algunos niños. Uno de los organizadores, parece
que escarmentado de otras, afirmó que no aceptó ninguna invitación. Por su
parte, los equipos médicos, que tampoco eran especialistas en el abuso de
drogas, no tenían tregua: sobredosis, borracheras, ‘malos viajes’ (se informó
que cada cuarto de hora llevaban media docena de alucinados), y también
accidentes, llagas y heridas en los pies, golpes de calor…, en fin, que las
tiendas-dispensario estuvieron colapsadas de principio a fin. El personal
médico trabajó a destajo y con buenos resultados en unas circunstancias
extremas: trataron casi mil viajes enloquecedores y otros tantos casos de
heridas en los pies, unos 175 ataques de asma, cientos de lesiones de todo tipo
y cientos de afectados por dolores diversos (sobre todo en la barriga), más de
50 insolaciones, ataques epilépticos... De hecho, alguien dijo que aquello pudo
ser una gran tragedia, pues con los accesos atascados era imposible el paso
para vehículos de emergencia. Pero los problemas clínico-sanitarios no fueron
lo peor.
Hoy,
casi medio siglo después, en una concentración de alrededor de 500.000 personas
seguro que se producirían infinidad de incidentes de carácter violento. Sin
embargo, en Woodstock 1969 apenas se produjeron peleas, agresiones, robos…
Dejando aparte los puestos incendiados o las discusiones en las colas, fue en
el escenario donde se produjo la escena más violenta. Durante el concierto de
The Who saltó al escenario un activista político, un espontáneo, un ceporro
convencido de que su causa era lo más importante del mundo, agarró el micrófono
y se puso a berrear su soflama. Hay dos versiones sobre lo que sucedió después:
una dice que, tras unos segundos de estupor, Pete Townsend le sacudió un
guitarrazo en la cabeza (estaba muy entrenado) que hizo huir al imbécil; la
otra especifica que el porrazo con la Gibson SG que tocaba Pete fue tal que
derribó del escenario al tontorrón. No, no se puede decir que hubiera mucha
violencia.
Lo
peor de aquellos tres días fue la muerte de dos personas, un joven militar que
se metió una sobredosis de heroína, y un chaval de 17 años llamado Raymond
Mizak que pereció de modo muy sucio. En la mañana del segundo día, este joven
dormía dentro de su saco, que también le cubría la cabeza para protegerse de la
lluvia. Seguramente, en total oscuridad cuando buscó dónde pernoctar, no se dio
cuenta de que estaba en una montaña de basura. Por desgracia, aun dormía cuando
llegó un tractor que remolcaba una cisterna cargada con aguas fecales (lo
recogido de los váteres), cuyo conductor no pudo ver que, entre el inmenso
montón de desechos,
había alguien que no debería estar allí; así que volcó su carga de excrementos,
que aplastó al desgraciado. En cuanto se dieron cuenta de la catástrofe se hizo
todo lo posible por el chico, pero al parecer murió en el acto, estrujado,
asfixiado por miles y miles de kilos de…
Y
para algunos músicos, al menos los que tuvieron que tocar en medio del
chaparrón a las tantas de la madrugada, tampoco fue todo tan maravilloso, pues
no debe ser fácil tocar mientras te llevas buenas descargas eléctricas.
No
todo fue legendario ni tan glorioso en Woodstock. Sea como sea, ¡quién hubiera
estado allí!
CARLOS
DEL RIEGO
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