La acogida a los emigrantes del 'Aquarius', que fue un verdadero circo mediático, no es más que un parche, una cura de urgencia que no soluciona nada. |
La
llegada a puerto español del barco ‘Aquarius’ cargado con los refugiados
rechazados por otros países fue algo necesario, sí, pero lo que no fue tanto es
el circo en que se convirtió la recepción. Medios de comunicación, médicos y
voluntarios, oenegés, representantes de instituciones, políticos de alta
graduación, curiosos…, en total cuadruplicaban a los pobres náufragos. El
montaje parecía un espectáculo televisivo, un auténtico ‘show’, un ‘reality’. Y
esto se demuestra al comprobar que el barco y sus pasajeros ya han desaparecido
(un par de días después) no sólo de los titulares de los medios, sino que
apenas hay ya mínimas referencias, e igualmente ya no está en las redes
sociales; una vez terminado el espectáculo, a otra cosa. Asimismo, confirma la
sensación de estar ante una escenificación para la tele el hecho de que, a la
vez que se recibía multitudinariamente a estos emigrantes, a otras costas
españolas llegaban otros tantos sin que nadie les atendiera, sin cámaras ni
micrófonos, sin discursos, sanitarios, oenegés ni políticos: el foco estaba en
el escenario del ‘Aquarius’.
Sin
embargo, a pesar de las buenas intenciones de los que prestaron la primera
ayuda a los 629 exiliados, esta acción no deja de ser una cura de urgencia, un
remedio para salir del paso, pero nada hace para combatir la causa del problema
migratorio. La cosa es como el que se rompe la pierna y se limita a tomar
analgésicos sin atender a la causa del dolor, por lo que en poco tiempo éste le
recordará que el daño sigue existiendo e irá a más si no se toman las medidas
correctas. Por eso, tragedias con emigrantes en el Mediterráneo se repiten año
tras año, mes a mes: no se ataca la causa, con los que sus efectos persistirán.
La única solución es intervenir en los lugares de origen de emigración; en vez
de gastar recursos en primeros y únicos auxilios, sería mucho mejor, más barato
a la larga y mucho más eficaz invertir allí, idear y organizar políticas de
Derechos Humanos, estudiar y aprovechar los recursos de cada país… Esto sería
lo más lógico y, sin duda, lo que daría resultado, pero claro, esa forma de
actuar no atraería tantas cámaras.
Y es
que hay que tener en cuenta que (casi) nadie abandona voluntariamente su casa,
su tierra, su familia, su gente, para arriesgar la vida en pos de un futuro
incierto. E igualmente, si se produce efecto llamada, si se transmite la idea
de que Europa acogerá incondicionalmente a todo el que lo desee, se estará
animando a que la gente de allí lo deje todo atrás y venga. De este modo, esos
países se vaciarán, perderán sus valores más sólidos (los jóvenes, los más
sanos, los más lanzados, los más inteligentes) y serán terreno abonado para
señores de la guerra. Y además, sin nadie que se ocupe de ellas, las tierras se
quedarán a merced del desierto, que avanzará sin obstáculo hasta enterrar campos
y ciudades. Es decir, la emigración masiva es letal para los países de origen.
Por
último, es casi seguro que las mafias de traficantes de personas se estén
frotando las manos. Con el precedente del ‘Aquarius’ y su mediático
recibimiento, podrán convencer fácilmente a los desdichados de que se embarquen
en frágiles cascarones sin ningún temor, ya que, una vez en alta mar, no hay
más que llamar a ciertos números y alguno de los barcos solidarios que
patrullan el Mediterráneo los localizará y se hará cargo de ellos. Y serán
muchos más los que, por su cuenta y sin contar con nadie, se echen al mar en un
flotador con la esperanza de que alguno de esos barcos bienintencionados conteste
al móvil y los recoja.
La
cura de urgencia es necesaria, pero si no se ataca el origen del mal, éste
persistirá y seguramente se agravará. Claro que a lo mejor todo se soluciona
cambiando nombres de calles, derribando edificios o removiendo huesos…
CARLOS
DEL RIEGO
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