Viena, 1911, 'Derecho de voto para las mujeres', dice la pancarta, o sea, igualdad de derechos, algo que hoy ya exige la ley |
Toda persona tiene el derecho
constitucional a declararse en huelga, por tanto, los convocantes, simpatizantes
y asistentes están perfectamente legitimados para acudir a la huelga de mujeres
que coincide con el Día Internacional de la Mujer. Por otro lado, también
existe el derecho a discrepar, a criticar, y ello a pesar de que abundan las
criaturas a las que no les gusta que se les presenten argumentos en contra de
su creencia, y que en lugar de rebatir con razones recurren a la ideología y la
esgrimen como verdad máxima; lógicamente, al sentir que su ideología es
superior entienden que ya no necesitan más razonamiento, con lo que pasan con
gran facilidad a la descalificación, al desprecio, al insulto o la amenaza contra
todo el que plantee pegas a sus posiciones.
Esta huelga del 8 de marzo pretende
denunciar situaciones reales e inaceptables, como la diferencia de salario
entre ellos y ellas por el mismo empleo o los abusos físicos y sicológicos de
todo tipo que sufren muchas. Sin embargo, la realidad es que la ley especifica
claramente que nadie puede ser discriminado en función del sexo ni,
evidentemente, puede ser objeto de agresiones. El problema es que redactar e
imponer leyes no es sinónimo de cumplimiento, es decir, siempre habrá quien se
las pase por ahí, y a éste, a quien así actúa, la huelga no le va a hacer
cambiar. Del mismo modo, desgraciadamente, será muy difícil que la movilización
consiga que los maltratadores, violadores y machistas de toda calaña reflexionen,
comprendan la barbaridad que cometen y empiecen a respetarlas.
¿Una jornada de reivindicación para
destacar lo imprescindible que es la mitad de la población?, perfecto, merece
todo apoyo, ¿quién no está de acuerdo en que esa mitad es tan necesaria como la
otra?; pero hay que asumir que no va a obtener resultados palpables y, en fin,
su eficacia será más que limitada. La intención del paro es dejar constancia de
que sin ellas el mundo se detiene, cosa indudable, pero es lo mismo que si
quien se para es el resto de la población.
Pero también se puede contemplar la
huelga como una separación, una confrontación, un frente, una guerra de sexos,
nosotras y ellos…, lo malo es que de los enfrentamientos poco bueno suele salir.
La manifestación de señoras y señoritas (“los hombres pueden acudir pero que se
queden detrás, sin hacerse notar, sin que se les vea demasiado”, ordenan las
convocantes), con declaraciones y lectura de textos reivindicativos no deja de
tener relación con la que protagonizaron recientemente (III-18) los jubilados,
que también reclaman su espacio en la trinchera con exigencias más que
razonables. Así, pensando en este tipo de rivalidad competitiva
(hombres-mujeres, mayores-jóvenes, público-privado), puede llegarse a la
conclusión de que pronto habrá otros y otras que busquen enemigo o adversario
contra el que elevar la voz, ir a la huelga o marchar por las calles pancarta
en mano; por ejemplo, los de mediana edad exigiendo las mismas oportunidades,
subvenciones y beneficios laborales reservados a los jóvenes, y también las mismas
ventajas (farmacéuticas, de transporte o de turismo) que los mayores.
Este tipo de asuntos parecen indicar que
hay muchas personas que han sustituido la lucha de clases por la lucha de sexos
y/o la lucha de generaciones. Y de las luchas siempre quedan heridas.
Todo el mundo tiene derecho a hacer
huelga, pero también a discrepar de la misma con argumentos y razones, y en
todo caso, nadie debería recurrir a una supuesta especie de complejo de
superioridad ideológica para imponerse. En todo caso cabe pensar que este paro
no va a modificar el pensamiento y las conductas machistas en todas sus tristes
variantes.
CARLOS DEL RIEGO
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