Los asesinos de niños y los convictos de crímenes de máxima gravedad no deberían salir nunca de la cárcel |
Un
nuevo y espantoso asesinato ha tenido como víctima al niño de ocho años Gabriel
Cruz. Al igual que ha sucedido con anteriores y similares monstruosidades, la
polémica sobre la prisión permanente revisable vuelve a encender las
discusiones, aunque todo parece indicar que una abrumadora mayoría de la
población española está a favor de dicha medida, en contra de la postura
adoptada por representantes y partidos políticos con razonamientos muy débiles
y fáciles de contestar.
Quienes
están en contra de retirar permanentemente de las calles a asesinos,
violadores, pederastas o terroristas suelen argumentar que tal medida no
disuade al criminal,… es posible, pero menos le disuadirá una pena de diez,
quince o veinte años, es más, como quiera que la posibilidad (o certeza) de ir
a la cárcel no disuade a los criminales, ¿hay que abolir la pena de prisión y
sustituirla por una pensión vitalicia? Por otro lado, la condena de privación
de libertad tiene también el componente de castigo, de pago de una deuda
contraída con otras personas y con la sociedad; así, si a un ciudadano le roban
dinero y capturan al ladrón con el botín, dicho ciudadano exigirá que se le
devuelva todo lo robado, no se conformará con una parte; basándose en esta
evidencia, podría afirmarse que si matan a un niño de ocho años le habrán
robado alrededor de 70 años, por lo que lo justo sería que el asesino devuelva
todos esos años…; cierto que eso no resucita a la víctima, pero el hecho de
saber que el brutal asesino está permanentemente a buen recaudo sí que
permitirá vivir a sus padres, hermanos, familiares. Por otra parte, retirar de
la circulación a desalmados como los que retiraron de la vida a Diana, a
Sandra, a Marta, a Paz, a Gabriel…, es una manera (la única) de evitar la
comisión de otros crímenes tan brutales, puesto que quienes borran de la
existencia a seres indefensos sin sentir la mínima culpa, sin tener un segundo
para pensar en el sufrimiento que causan, sin reconocer el dolor de los demás, indudablemente
volverán a perpetrar atrocidades similares a la mínima oportunidad; los
cálculos que hace el asesino de Diana (“en 7 años estoy en la calle”) son más
que elocuentes.
Asimismo,
los que siempre están pendientes del bienestar del delincuente y nunca tienen
una palabra para los que han quedado destrozados por sus actos, también
esgrimen como argumento que la prisión permanente revisable es ‘venganza, no
justicia’. Pero se puede rebatir fácilmente tal afirmación señalando que
venganza sería pagar con la misma moneda (algo que jamás quieren los
delincuentes), o sea, estrangular al estrangulador, tirotear al que mató a
tiros, secuestrar, violar y apalear a quien secuestró, violó y mató a palos…
¡Esto sería venganza!, pero nadie exige guillotina, sino que quien la hizo la
pague en su justa proporción, y de ningún modo es proporcional pagar con cinco,
diez o quince años el robo intencionado (y con todas las agravantes) de una
vida. En fin, los que están en contra de la prisión permanente revisable deben
tener en cuenta que cualquiera de esos asesinos liquidaría sin vacilar a sus
hijos para lograr sus propósitos.
Ya
se ha repetido muchas veces pero parece oportuno recordarlo: ser benevolente
con el asesino es ser despiadado con sus víctimas, o lo que es lo mismo, una
sentencia indulgente y comprensiva equivale a estar más cerca del criminal que
de quienes lo han sufrido. Por ello, si una persona comete un asesinato,
violación o acto de pederastia será culpa exclusivamente suya, pero si repite
tales conductas, entonces también tendrán parte de culpa los que redactan y los
que administran la ley. Y es que hay ciertos tipos de criminales, los más
abyectos, que jamás se reinsertarán, puesto que carecen de cualquier
sentimiento de culpa ni pierden un segundo en ponerse en lugar de sus víctimas.
El
tristísimo caso del niño Gabriel también corrobora dos hechos: Uno, las
diversas policías españolas son tremendamente fiables y eficaces; el
esclarecimiento de éste y otros recientes (como el caso Diana Quer) son pruebas
irrefutables de profesionalidad y competencia; su actuación ha sido impecable,
tanto que han resuelto esas desapariciones con rapidez pero con la paciencia necesaria
para no cometer errores que beneficiarían a los asesinos; evidentemente, no
será preciso recordar que no son infalibles. Y dos, la estupidez de los
criminales (el criminal es, lo primero, un imbécil, por definición), los cuales
se convencen de que pueden burlar a cientos de expertos que, pertenecientes a
los diversos cuerpos armados, trabajan sistemáticamente, rigurosamente,
científicamente, a la búsqueda de indicios, huellas, pruebas y evidencias; el
malhechor no piensa en que cada paso que da, cada palabra que dice, cada
movimiento que hace es una señal con la que, más pronto que tarde, se topará
alguno de los especialistas que observan todo con cien ojos.
También
es oportuno recordar que la mayoría de los países europeos y las democracias
más avanzadas tienen en su legislación la prisión permanente revisable: Suiza,
Inglaterra (donde el juez puede determinar que la condena sea una ‘orden para
toda la vida’), Alemania, Francia (existe la ‘perpetuidad irreductible’),
Holanda (revisión no antes de 27 años y sólo si existe sospecha de juicio
injusto), Italia, Austria, Polonia, Hungría, Croacia…, y en Canadá (obligatoria
en caso de asesinato), Estados Unidos, México, Australia, Japón o Rusia, donde
la cadena perpetua sólo se aplica a hombres.
CARLOS
DEL RIEGO
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