Una de los mayores éxitos de la Motown fue ‘War,
what is good for? (Absolutely nothing)’, publicada en 1969. Se trata de una
canción protesta cuyo título expresa su intención: ‘Guerra, ¿para qué es buena?
(absolutamente para nada)’. Sin embargo, aunque no lo parezca, aunque su
objetivo no sea ese, aunque moleste y haga llevarse las manos a la cabeza a los
más correctos políticamente, la Historia señala un gran número de avances y
descubrimientos esenciales (a veces inesperados) que llegaron gracias a los
conflictos armados, sobre todo los del siglo pasado. Es decir, aunque
indeseable y sin propósitos benignos, la guerra ha producido (en espacios de
tiempo cortos) significativos beneficios al conjunto de la Humanidad. Es
preciso insistir: no es que las guerras tengan algo deseable, nadie se
atrevería a afirmar tal especie, sin embargo, ya que se han producido, tonto
sería no aprovecharse del esfuerzo de la mente humana que, en casos extremos,
es capaz de encontrar soluciones que no buscaría en caso de no tener tanta
necesidad. En pocas palabras, el hecho de que hasta de las guerras pueda
extraerse beneficio no las convierte en beneficiosas, pero por otro lado,
aunque sería mejor avanzar sin esas catástrofes, ¿debe renunciarse a las
conquistas que aportan por haber surgido de situaciones tan sangrientas?
No hay que olvidar que la necesidad estimula y obliga
al ingenio a busca soluciones y remedios. Y como quiera que la exigencia es
máxima cuando se sufre un estado de guerra, parece casi lógico que sea en medio
del conflicto armado cuando hay más mentes pensando y trabajando para hallar
nuevas soluciones. Hubo enfrentamientos bélicos en la Antigüedad que trajeron importantes avances en materias
como la metalurgia, ingeniería o construcción. A finales del siglo XV y
principios del XVI, personajes como Ludovico Sforza o César Borgia contaban y
escribían que habían tenido a su servicio a un hombre que, además de artista,
encontraba soluciones para todo cuando estaban en campaña: construcción de
fortalezas, obras de ingeniería o artilugios de gran ingenio; el tal era Leonardo
da Vinci.
Centrando ya la visión en el siglo XX, la sucesión
casi continua de guerras incrementó el progreso en muy diversas ciencias. Un
buen ejemplo es la Primera Guerra Mundial; durante su transcurso se estudió
científicamente el origen de las enfermedades infecciosas y los modos de
combatirla, y se empezó a tener en cuenta la higiene; se dieron enormes pasos
en la práctica quirúrgica y ortopédica, se aceleraron e incrementaron las
investigaciones médicas y farmacéuticas e incluso se empezaron a afrontar los
problemas sicológicos con una visión moderna; asimismo, cosas tan corrientes
hoy como las transfusiones o las ambulancias empiezan a utilizarse durante la
que se llamó Gran Guerra. Puede afirmarse, en fin, que durante este terrible
conflicto se dio inicio a la medicina científica. Y algo parecido sucedió en
otros campos: la navegación aérea y marítima mejoró notabilísimamente, la
fotografía dio pasos gigantescos, las telecomunicaciones experimentaron un
enorme desarrollo… Se produjeron millones de muertos, incontables calamidades,
desgracias y atrocidades escalofriantes, pero la realidad señala que la
sociedad aprovechó todas las mejoras que
la necesidad obligó a idear en aquella situación límite.
Algo parecido sucedió en la II Guerra Mundial. Por
citar sólo lo más llamativo: aparece y comienza a desarrollarse la tecnología
de motores a reacción, turborreactores y cohetes; el hoy imprescindible radar
surge ante la urgencia de detectar aviones enemigos; se produjo un impulso
enorme en campos como la automoción, la emisión radiofónica o la grabación de
sonido, e incluso se ideó lo que puede ser considerado el primer ordenador,
pues era preciso dar con una máquina capaz de descifrar los mensajes del
enemigo… Y muchos otros campos experimentaron importantes desarrollos, lo cual
sirve de contrapeso a las infinitas infamias, vilezas e imperdonables crímenes
contra la Humanidad que se llevaron a cabo (dicho sea de paso, los experimentos
con seres humanos no sólo son imperdonables, injustificables, criminales y
acientíficos, sino que no aportaron absolutamente nada).
Tampoco se puede olvidar que eso que hoy resulta
imprescindible para la gran mayoría de individuos, colectivos y sociedades,
Internet, se origina (entre otras cosas) por la necesidad de tener conectados
los ordenadores de diversas bases militares estadounidenses.
Incluso nada menos que los Juegos Olímpicos tienen
su germen en la guerra. Cuenta la Historia que el niño de siete años Pierre de
Fredy, Barón de Coubertin, se quedó aterrado ante la visión de los soldados
franceses que regresaban, derrotados, de la batalla de Sedán (Guerra Franco-prusiana
de 1870): había raquitismo y desnutrición, todos parecían debiluchos, sin vigor
físico, y su aspecto era el de jóvenes enfermizos y derrengados; desde
entonces, su empeño vital fue dar a la juventud un instrumento para mantenerla
sana y fuerte: la competición deportiva. Con el correr del tiempo se convirtió
en un firme defensor del deporte, siempre con la intención de que el ejercicio
físico formara parte de la educación de todos los muchachos; además, pronto dedujo
que la competición podría acercar países y culturas. Por todo ello, cuando tuvo
oportunidad de hablar ante políticos y poderosos, esgrimió su recuerdo de aquellos
vencidos soldados franceses, un argumento que consiguió interesar a todos los
que podían ayudarlo a materializar su idea de restaurar los Juegos Olímpicos.
La visión del estado físico de los soldados iluminó, sin duda, al barón.
En fin, la guerra es una catástrofe, una carnicería
de personas, esta es una verdad evidente…, pero también es totalmente cierto
que de ella han resultado numerosos beneficios de los que todo el mundo se
aprovecha. Contradicción, paradoja.
CARLOS DEL RIEGO
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