La traición a Julio César ha inspirado cientos de obras de arte. |
La Historia se ha encargado de señalar a algunos
grandes traidores que, sin la menor duda, son una muestra minúscula de todos
los que alguna vez defraudaron la confianza que alguien depositó en ellos. Así,
desde Caín, la lista se puede hacer interminable, ya sean traidores legendarios,
literarios o totalmente históricos. Por otro lado, una buena historia necesita
la figura del traidor, el malo, el que despierta la antipatía, de hecho, no son
pocas las narraciones que no tendrían interés sin ese personaje. Por eso,
algunos de los grandes maestros de la traición tienen su nombre en letras
mayúsculas en la Historia como ejemplo de indeseable, como aviso de hasta dónde
puede llegar la bajeza humana. Por otro lado, parte de la Historiografía y
algunos (malos) historiadores han colocado en este infame capítulo a personajes
que, vistos con perspectiva y sin prejuicio, no pueden ser considerados
traidores.
Si se entra en el universo de la política es
imposible no toparse continuamente con una legión de auténticos especialistas
en la defección, fenómenos en el campo de la deslealtad, campeones de la
infidelidad y la deserción. Baste el ejemplo del francés Pierre Laval, que
entró en política como socialista, pero se entregó a los nazis en cuanto
ocuparon Francia; fue el más eficaz colaboracionista y defensor de los
intereses alemanes. Y no se conformó con el cambio de chaqueta, sino que en un
ejercicio de traición a su país, entregó judíos franceses a las SS, envió miles
de compatriotas al trabajo forzoso a Alemania, puso la industria francesa al
servicio de los invasores nazis… Al final de la guerra lo acogió Franco, pero a
éste no le gustaban los que traicionan a su patria, así que tres meses después
lo devolvió a Francia, donde fue juzgado, condenado y fusilado antes de acabar
1945.
En España, entre las historias de traidores siempre
se ha contado la del ‘pastor lusitano’ Viriato. En el siglo II a.d.C. las
legiones romanas no podían con él, así que sobornaron a algunos de sus hombres,
que lo acuchillaron mientras dormía. Lo mejor de este episodio viene luego,
cuando los traidores van a cobrar la recompensa; algunos autores antiguos afirman
que los romanos les dijeron “Roma no paga traidores”, mientras que otros
escribieron que lo dicho fue “A los romanos no nos gusta que los soldados maten
a sus generales”; en todo caso, no les pagaron y los cogieron prisioneros. Lo
más probable es que los pagadores optaran por fingirse dignos, hacer
desaparecer a los traidores y quedarse con el dinero.
La del asesinato de Julio César es una que todos
conocen. Fue apuñalado por protegidos suyos, por partidarios de su enemigo
Pompeyo a los que él derrotó, perdonó y otorgó cargos. Pero lo significativo
del asunto es el hecho de que los asesinos (Bruto, Casio, Trebonio, Casca…)
estaban convencidos de que el pueblo y el ejército pensaban como ellos, creyeron
que todos les iban a agradecer que acabaran con César, que los aclamarían por
ello; incluso que la libertad y la República exigían la muerte del general,
político y escritor. Es una buena muestra de lo lejos que suelen estar los
políticos de la realidad: se reúnen, hablan obsesivamente del mismo asunto
dándose unos a otros la razón, se convencen fanáticamente de que todo el mundo
está deseando lo mismo que ellos y que, por tanto, su acción los convertirá en
héroes del pueblo… Los hechos fueron muy distintos: los conspiradores hubieron
de huir, hubo guerra posterior, los asesinos se suicidaron o fueron ejecutados
y, poco después, llegó el Imperio. Como siempre, los políticos ya vivían en su
mundo, varios metros sobre el suelo.
Los reyes visigodos de Hispania fueron también
auténticos aventajados de la traición, pues raro es el que no fue apuñadado por
la espalda, mutilado o cegado. Pero de entre todos destaca el conocido como
‘doble traidor’, Witerico. Primero conspiró para asesinar a un poderoso obispo
y a un aristócrata, pero poco antes del atentado pensó que si denunciaba a sus
compañeros se ganaría el favor de clérigo y noble y, por tanto, del rey
(Recaredo). Así lo hizo. Después, reinando ya Liuva II, le fue entregado un
ejército para combatir a los bizantinos en la región levantina; sin embargo, a
medio camino debió pensar: “tengo un ejército potente, ¿por qué ir contra esos
extranjeros?, mejor me vuelvo contra el rey, lo liquido y yo seré rey”. Así lo
hizo. Fue monarca de Hispania de 603 a 610, cuando fue invitado a un banquete
tras el cual fue cosido a puñaladas (método clásico visigodo). Su cuerpo fue
arrastrado por la multitud por las calles de Toledo. Tampoco puede olvidarse al
traidor conde don Julián, quien, descontento porque ansiaba más honores que los
que el rey don Rodrigo le había dado, no dudó en aliarse con los musulmanes a
cambio de, claro está, dinero y honores.
Sin embargo, aunque algunos historiadores y la
creencia popular les coloque el sambenito de traidores, hay personajes que de
ningún modo pueden ser llamados así. Por ejemplo, no se puede decir que Claus
von Stauffenberg, que encabezó el atentado contra Hitler de julio de 1944,
fuera por ello un traidor, ya que el Führer sí que había traicionado al pueblo
alemán, al ejército y, en fin, a toda la Humanidad. Igualmente Vellido Dolfos,
el héroe leonés que mató al rey Sancho II en 1072; a éste no le había gustado
el reparto de reinos que hizo su padre Fernando I de Castilla, así que en
cuanto tuvo oportunidad asedió Zamora, que había correspondido a su hermana
doña Urraca; dice la leyenda que Dolfos salió de la ciudad haciéndose pasar por
desertor, se ganó la confianza de Sancho y al primer descuido… lanzada en la
espalda; Sancho murió en ese cerco a Zamora, pero no está claro cómo; en todo
caso, que un leonés salga de la Zamora asediada (Reino de León) y se meta en la
boca del lobo para acabar con el jefe enemigo, ¿es un caso de traición o un
hecho heroico?
También en algunos lugares de America se considera
sinónimo de traición a la india Malinche. Ésta, de etnia nahuatl, había sido
vendida a los mexicas como esclava por su propia madre, que al casarse en
segundas nupcias la vio como un estorbo; luego fue entregada a un cacique maya.
En 1519, después de ser una esclava toda su vida, fue regalada a Hernán Cortés,
quien no tardó en advertir las cualidades de esa muchacha (tendría 18 ó 20
años) que hablaba dos lenguas (nahuatl y maya) y que pronto aprendió
castellano. En su ‘La verdadera Historia…’, Díaz del Castillo habla de ella con
auténtica veneración. El caso es que Cortés la tuvo a su lado y, por primera
vez en su vida, fue tratada como persona; el conquistador la escuchaba, la
respetaba, seguía sus consejos e indicaciones…, y tuvo un hijo con ella, Martín
Cortés, uno de los primeros mestizos y por quien el conquistador intercedió
ante el Papa para que fuera reconocido como legítimo. Así, teniendo en cuenta
que no existía México ni nada parecido a ‘conciencia de país’, ¿a quién debía
fidelidad la Malinche?, ¿a los que la trataron como un animal o a quien la
trató como persona y la mantuvo a su lado como ‘doña Marina’?
CARLOS DEL RIEGO
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