Las componendas de los partidos políticos son un auténtico comercio. |
De este modo, una vez que se precisa el apoyo de
otra para formar gobierno, las fuerzas políticas empiezan el tira y afloja con
los más cercanos y, si no salen las cuentas, se tienta a las que no son tanto.
Este chalaneo no deja de ser una forma de traición al electorado (más grande o
más pequeña, según opiniones), es decir, cada votante opta por uno, y si ‘uno’ tiene
que contar con ‘otro’ (a quien tal vez el votante rechaza) y gobernar con y a
expensas de que ‘otro’ siga a su lado o le retire el soporte, bien puede
decirse que ha engañado, ya que la posibilidad de trato debería haber quedado
clara previamente; con ello, el elector sabría con quién van a jugarse los
cuartos esos a los que ha elegido. En pocas palabras, esas componendas no dejan
de ser un mercadeo, un comercio cuyas divisas son los votos. En realidad, para
eso es para lo que sirve la experiencia en política: para comprar y vender
favores y cargos, para medrar por los pasillos, para entenderse con quien tiene
lo que se busca…, todo en beneficio del partido, o lo que es lo mismo, en
beneficio del interesado.
Con los apaños poselectorales se llega a situaciones
absolutamente esperpénticas y alejadas de la esencia de la democracia, que es
el respeto por la decisión de la mayoría (cierto que no es un sistema perfecto,
ni mucho menos, pero sin duda es el menos malo): en no pocas ocasiones se alían
tres, cuatro y hasta cinco cofradías políticas con el fin de que la opción más elegida
por los ciudadanos sea relegada del poder. Esta especie de conjura de todos
contra el ganador viene a ser algo así como si un boxeador derrota a sus
rivales uno por uno, pero entonces, los fracasados regresan todos juntos al
ring para volver a pelear contra el campeón, quien lógicamente no puede con todos
a la vez; al terminar el desigual combate, los que habían caído en el
enfrentamiento singular se felicitan y se dicen a sí mismos vencedores… Un
disparate que invariablemente, desconcertantemente, se produce después de cada
referéndum en el que nadie alcanza la mayoría absoluta; y nadie protesta, salvo
los perjudicados.
Otra circunstancia verdaderamente indeseable y
totalmente antidemocrática se produce cuando un partido que ha tenido poco
apoyo electoral, por ejemplo un diez por cien, condiciona las decisiones de
gobierno de quien, habiendo conseguido un cuarenta, tiene que mendigar su favor.
Así, la formación política que se convierte en clave, en bisagra, en veleta,
exigirá un ministerio, un par de secretarías, unas cuantas consejerías…, y
algunas leyes acordes a sus ideas (que generalmente no concuerdan con las del
partido obligado al pacto). Todo ello significa que ese diez por cien se impone
al cuarenta por cien. Y aun puede ser peor: el que ha quedado fuera del podio,
o sea, en cuarto o quinto puesto, puede ser encaramado al sillón de mando por el
conciliábulo de todos los derrotados, los cuales, despechados y al no soportar
su descalabro, harán lo que sea con tal de que no mande el primero; o sea, el
representante del diez o doce por ciento impone sus métodos e ideología al
resto, cosa que es contraria a la democracia.
En muchos países existen otras leyes electorales,
otras modalidades tan aceptables como las españolas, modelos que cortan por lo
sano y evitan chanchullos, componendas y tejemanejes. Así, hay lugares con
añeja tradición democrática en los que se impone desde antaño la segunda
vuelta, con lo que se impide que el pensamiento de diez prevalezca sobre el de
cuarenta; en una primera vuelta participan todos, y en caso de que nadie
alcance mayoría absoluta, se lleva a cabo un segundo plebiscito entre los dos
partidos que mayor número de votos consiguieron en la primera. Este es un
sistema más justo (aunque cada uno tendrá su opinión), pues las opciones
minoritarias tienen menos argumentos para obligar a las mayoritarias.
La legitimidad del gobierno democrático procede de
la decisión mayoritaria del pueblo, de manera que, en puridad, cuando los menos
prevalecen sobre los más, se está traicionando la esencia del sistema. E
igualmente, cuando se alían varios derrotados para vencer al vencedor se
distorsiona el sentido de la decisión popular; en todo caso, los que tienen
intención de aliarse deberían presentarse juntos, dejarlo claro desde el primer
momento; esto sería mucho más honesto que esperar al cómputo de votos para ver
con quién aliarse para conseguir sillones.
No, el sistema democrático no es la perfección (otro
defecto es el valor de cada voto en función de la circunscripción: una papeleta
vale más en una ciudad de diez mil habitantes que la misma en una de un
millón), pero hasta el momento no se ha ‘inventado’ otro que sea más justo y que
asegure el respeto por las libertades y los derechos (al menos en teoría) como
el basado en el pluralismo ideológico.
CARLOS DEL RIEGO
PD. La agresión de hoy a Rajoy (16-12-15) es, ante
todo, una muestra evidente de fascismo: el joven matón está convencido de
poseer la totalidad de la verdad y, por tanto, cree que tiene derecho a apalear
a quien se atreva a pensar lo contrario. Puro nazismo: es lícito agredir al que
no tenga su misma ideología. Con esas mismas bases se puede afirmar que a él no
le molestaría que otro con ideas diferentes se acercara por detrás y le
rompiera la cara. Es la misma moneda. Es la esencia del fascismo.
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