Las canciones de ritmo cadencioso son
imprescindibles en la discografía de cualquier grupo de rock por muy bruta que
sea su propuesta. Y es que también hay mucha alma, mucha carga emocional en
piezas poco revolucionadas. Con total seguridad, cualquier amante del rock
& roll podría decir docenas de piezas de ritmo contenido que, por más
tiempo que pase, por más veces que las haya escuchado, jamás dejan de hacerle
efecto
Desde el primer momento las canciones lentas,
con ritmo pausado y cadencioso, han formado parte imprescindible del repertorio
de la práctica totalidad de los grupos de pop y rock que han tenido algún peso
en la historia de estos géneros musicales. Casi siempre esas piezas de atmósfera
premiosa tienden al tema amoroso, recurso infinitamente repetido que, por
increíble que parezca, sigue siendo la materia con la que se construyen la
mayoría de las canciones. Hay, sin embargo, lentas que se separan del
sentimentalismo más o menos acaramelado, melodías cuya parsimonia rítmica
contrasta con un contenido fogoso, cargado de sentido e intención. El catálogo
de grandes canciones con muy pocos golpes de bombo por minuto es interminable, y
cada uno tiene las suyas, lógicamente.
Difícil sería encontrar a alguien con
un mínimo interés por esto del rock que no identifique ‘The house of the rising
sun’ al segundo compás. ‘La casa del sol naciente’ es un tradicional
estadounidense de autor anónimo; la primera grabación que se conoce es de 1934
y quien la cantaba explicó que la conocía porque se la cantaba su abuelo…, y
poco más se sabe de su origen (tal vez incluso británico). Aunque existen no
pocas versiones, la que lanzaron The Animals en 1964 (grabada de una sola toma
y con todos tocando a la vez) es la que más recorrido ha tenido; inconfundible
es el arpegio con que da comienzo, la voz profunda y modulada de Eric Burdon, el
órgano evocador…, y ese ambiente melancólico e incluso inquietante que tienen
los dos minutos y pico, transmiten la intención pecadora de la pieza. Es sabido
que la casa del sol naciente es un prostíbulo-casino de juego (un ‘saloon’ del
oeste tal vez) que “ha sido la ruina de muchos pobres chicos, y yo soy uno de
ellos”, dicen explícitamente los versos más evidentes del tema, pero hay otros
que remarcan el ambiente de vicio y perdición de aquella casa de Nueva Orleáns,
como “Madre, dile a tus hijos que no sigan los pasos que yo seguí, malgastando
sus vidas en pecados y miseria en la casa del sol naciente”. Juego, mujeres y alcohol,
eso es esa casa, no un lugar ideal ni luminoso.
Habrá quien se derrita escuchando la
deliciosa ‘Please dont let me be misundertood’ (Nina Simone, Elvis Costello…), que
el autor de la letra, Horace Ott, escribió pensando en que su mujer malinterpretaba
todo lo que hacía o decía; el melódico y filosófico ‘Forever Young’ de
Alphaville; o el oscuro, autodestructivo y arrebatador ‘Perfect day’ de Lou
Reed; o la maravillosamente necrófila ‘Dead flowers’ de los Rolling Stones.
Otra maravilla eterna y arrebatadora
es ‘Golden brown’, una preciosa pieza con irresistible compás de tres por
cuatro en donde brilla un juego de órganos que deja sin palabras y que adorna una
tonada melódica de esas que enganchan desde la primera audición y que siempre
se desea volver a escuchar (un periodista inglés dijo que era ‘un intento de
vals’). The Stranglers irrumpieron en la primera hornada punk, pero pronto se
les quedó pequeño el género, ya que poseían demasiada capacidad interpretativa
y creativa para limitarse a hacer canciones de dos acordes y tres arreglos.
Incluida en su elegantísimo álbum de 1981 ‘La follie’, su letra resulta
tremendamente ambigua, tanto que ellos han dicho que debe escucharse como si
fuera un test de esos en los que te enseñan manchas y dibujos y tú tienes que
decir qué te sugieren, qué es lo que ves en ellos; sin embargo, en alguna
ocasión, los propios ‘estranguladores’ han comentado que, en realidad, tiene
referencia tanto a la heroína marrón como a una chica de piel dorada. Los
versos dicen (más o menos) “marrón dorado de textura como el sol, me posee, se
lleva mi mente (…) marrón dorado, la gran tentadora”. ¿Chica o droga?, da igual.
Claro que tampoco hay quien se resista
al eterno encanto del ‘Hey Jude’ de Beatles; ¡y qué decir del ‘White bird’ (de
It´s a beautiful day) con su multicolor carga hippy!; ¿y el ‘If you ever seen
the rain’ de los Creedence?; ¿y la descriptiva y arrebatadora ‘Lady Stardust’
de Bowie?
Melodía contagiosa contiene ‘Accidents
will happen’, que abría el tercer álbum del gran Elvis Costello, ‘Armed forces’
editado en 1979, con el que el londinense no hacía sino confirmar su talento
inagotable. La armonía melódica es deliciosa (como casi todas las que componía
en aquellos creativos años), con la voz dando inicio y con una secuencia
musical lógica, sencilla, fácilmente asimilable, tarareable, muy dulce. La
letra trata de dos de los asuntos que siempre han preocupado a Costello, la
infidelidad y la culpa, la traición y el remordimiento; así, explica que
“ocurren accidentes, golpean y se van, no quiero escucharlo, porque sé lo que
he hecho (…) es el daño que hacemos y que nunca sabremos”. Es de tema amoroso,
pero va mucho más allá de la simpleza superficial de la canción sensiblera y
enamoradiza.
Cuando empiezan las voces de ‘California
dreaming’ resulta imposible no sumarse a tan inolvidable diálogo; finísima es
‘Heart of gold’ del siempre iluminado Neil Young; ‘Dust in the wind’, de
Kansas, es de esas que atrapan, hacen olvidar lo que se está haciendo y elevan
el espíritu; también es fácil caer en el hechizo del ‘Knocking on heaven´s
door’ de Dylan.
Hace décadas en las discotecas
alternaban la música para el ‘baile suelto’ con la que se pinchaba para el
‘baile agarrao’. Con todas estas se haría una sesión de ‘agarrao’…
CARLOS DEL RIEGO
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