Visto hoy parece increíble que aquellas mujeres sobrevivieran a tamaño viaje por mar y por tierra
Tras la exploración y
conquista, la Corona Española procuraba que sus enclaves en América contasen
con una significativa población hispana, por eso animaba a mujeres solteras (también
a matrimonios con hijos) a embarcarse hacia allá para buscar marido y una vida
diferente. Así, se organizó una expedición de la que formó parte la extremeña
Mencía Claderón, que se encargó de velar por aquellas cincuenta mujeres que no
se amedrentaron ante tal aventura
En 1550 partió de
España una flotilla de tres naves en la que viajaban doscientas cincuenta
personas, incluyendo cincuenta mujeres ‘de buenas familias’ (cuatro casadas con
capitanes que ya estaban allí) bajo la supervisión de Mencía Calderón, noble
extremeña de Medellín. El destino era Asunción, Paraguay. Desde el principio
esta caravana de mujeres sufrió todo tipo de penalidades, empezando por la
muerte poco antes de la partida del marido de doña Mencía, el cual iba a
capitanear la empresa.
Como puede suponerse,
Mencía Calderón (a quien se suele apodar ‘La Adelantada’) tuvo que trabajar día
y noche para que las señoritas a su cargo llegaran ‘enteras’ a destino, puesto
que es fácil adivinar los pensamientos e intentonas de los marineros del barco
en que iban… Al poco de zarpar de Sanlúcar de Barrameda una tempestad estuvo a
punto de mandar los barcos a pique, y cuando aún estaban cerca de Canarias
fueron atacados por piratas, que llegaron a abordar uno de los barcos. Pero la
señora Calderón protegió celosamente a sus pupilas ante cualquier peligro.
Antes de llegar a tierras americanas, tormentas espantosas hicieron naufragar
una de las naves. Las pobres iban de susto en susto.
Y al llegar a las
costas de Sudamérica los portugueses los apresaron a todos y se incautaron de
los barcos. Allí, ‘invitados’ por el gobernador luso, estuvieron nada menos que
cinco años. Finalmente consiguieron huir y llegaron a la isla de Santa
Catalina, muy cerca de la costa sur brasileña. Para entonces la expedición se
reducía a unos ochenta hombres y cuarenta mujeres. Aún así, consiguieron volver
al continente y decidieron llegar a Asunción por tierra. Realmente es difícil
imaginarse cómo fue aquello: atravesaron selvas inhóspitas y salvajes con
ruidos inquietantes día y noche, con animales desconocidos e insectos como
puños, con una humedad sofocante, con ropa y calzado inapropiados y escasez de
comida, sin caminos abiertos y con los aullidos, graznidos, berridos y rugidos
que resuenan en la selva virgen. Sin la menor duda, aquellos y aquellas
extremeñas, andaluzas, castellanas, vascas, gallegas…, que hasta entonces apenas
habrían salido de sus pueblos, debieron vivir aquello entre el asombro y el
miedo, sobre todo miedo. Además, cruzaron ríos caudalosos, montañas y cuanto se
les puso por delante en una tierra ignota y peligrosa. Todo lo superaron, y con
los medios del siglo XVI.
Pero finalmente lo
consiguieron, llegaron a Asunción a mediados de 1556, ¡seis años después de
haber salido de España! Se precisa algo más que fortaleza física y mental para
sobrevivir a tanto, pero es evidente que este ramillete de señoritas, la señora
Calderón y sus acompañantes eran gente recia y resistente que no se desanimaba
por nada (cualquiera de los presentes hubiera dejado la piel en ese viaje,
seguro).
Claro que, por el
camino, el contingente femenino disminuyó, puesto que, como cabía esperar,
algunos oficiales que iban en la expedición se casaron con varias de las chicas
(al parecer, las de ‘mejores predicamentos’). Y una vez en destino se llevaron
alguna sorpresa: las mujeres casadas que iban en busca de sus maridos se los
encontraron con una prole de seis, ocho o diez hijos mestizos habidos con tres
o cuatro mujeres indias. En realidad, casi todos los españoles que vivían allí
tenían familia numerosa con varias jóvenes nativas. La lejanía de la metrópoli,
la cercanía de las amerindias…
‘La Adelantada’
cumplió el encargo de Carlos I, pues la mayoría de ‘sus’ mujeres, incluyendo
sus tres hijas, se casaron y tuvieron muchos criollos. También llevó con ella
unas cuantas vacas y un toro, siendo tal vez la primera ganadería de vacuno de
América. Igualmente es de destacar la rivalidad que surgió entre tres grupos de
mujeres: las españolas, las criollas (nacidas allí) y las mestizas, pues todas
estaban casadas con capitanes, oficiales y funcionarios y todas aspiraban a los
más altos cargos para sus maridos.
Doña Mencía se
estableció en Asunción como una rica hacendada y allí murió con casi ochenta
años. Seguro que tanto ella como las otras mujeres rememoraron muchas veces los
detalles de tan asombrosa y peligrosa aventura. Y es que sobrevivieron a más
peligros que los que la mayoría pasará en su vida. Muy pocos aceptarían hoy emprender una aventura por mar y por tierra
como aquella y en aquellas condiciones.
CARLOS DEL RIEGO
No hay comentarios:
Publicar un comentario