¿Si hay día mundial de cualquier cosa, por qué no del rock? |
Como todo interesado sabe, se escogió
esa fecha debido a que tal día de 1985 se celebró un concierto de alcance
mundial cuyo cartel supuso la mayor concentración de iconos del rock & roll
desde que éste existe. En todo caso, es un buen pretexto para reflexionar sobre
este fenómeno cultural.
Puede comenzarse afirmando que el rock
es hoy algo así como un idioma independiente dentro de ese lenguaje universal
que es la música; por ejemplo, a diferencia de otras formas musicales, para
hacer buen rock no es necesario ser un virtuoso, aunque cualquiera podría citar
unos cuantos genios de la guitarra, la batería, el teclado… Por otra parte,
pocos estilos musicales son tan fáciles e inmediatos de identificar: si se ve
un par de tíos con guitarras eléctricas colgadas y otro aporreando de modo
impío bombos y timbales, y si además se retuercen como posesos, no hay duda, es
un grupo de rock y están poseídos, y así será reconocido en los cinco
continentes. Su universalidad es un hecho innegable, como lo es la poderosa influencia
que viene ejerciendo desde hace décadas en muchas partes del mundo, de modo que
no sería demasiado atrevido afirmar que su irrupción es uno de los acontecimientos
artístico-culturales más importantes de
los últimos cien años. Quiere decirse que el rock & roll ha ejercido una
potente influencia en la vida de muchísimas personas, llegando incluso a otras
artes; más aún, movimientos y corrientes
asociadas al rock, como el de los hippies o el de los punk, han penetrado tanto
que cualquier observador puede detectar si hay elementos punk o hippies en
música, artes, literatura, modas o comportamientos y actitudes.
Pero lo mejor es que, prácticamente
desde el principio, el rock es, más que otro género musical, una auténtica
pasión, emoción, inconformismo, desplante… y, en no pocos casos, un modo de
vida. En tres o cuatro décadas invadió todo el planeta, pasando de ser un
reducto de iniciados, siempre jóvenes y muchas veces tratados como
‘descarriados’, a una actividad plenamente aceptada y perfectamente integrada
en (casi) todas las sociedades; es decir, hay bandas de rock en los cinco
continentes, y todas tienen una base común, una misma raíz. Es asimismo
evidente que se trata de algo que traspasa barreras generacionales, ya que
melodías de ‘tiempos remotos’ (o sea, del siglo XX) están tanto en los
dispositivos electrónicos de chavales nacidos después de 2000, como en las colecciones
de singles y elepés que conservan (como su gran tesoro) los que en su juventud
fueron señalados como ‘peludos sin vacunar’. Igualmente a nadie extraña que
tipos venerables y jovenzuelos primerizos estén haciendo el mismo rock &
roll, tal vez unos en un estudio de lujo y otros en una cochera húmeda y
maloliente, pero unos y otros usan iguales herramientas, tienen los mismos
tics, comparten preocupaciones (que si súbeme el monitor, que si no me oigo
bien, que si es mejor hacer el solo así), tiran de idénticos recursos y
parecidas poses y, en fin, es muy probable que incluso toquen el mismo Chuck
Berry.
Sí, como dicen muchísimos versos de muy
diversos géneros, el rock & roll llegó para quedarse. Y hablando de
diversidad, también es de destacar que, prácticamente desde las primeras horas,
los que se atrevieron a ir por ese novedoso camino se encontraron con que se
les presentaban infinidad de ramificaciones y posibilidades; así, dentro de ese
cajón de sastre caben distintas especies, categorías, naturalezas, que no hacen
sino enriquecer el todo; además, dejando clara sus intenciones mestizas, se
presta a mezclarse con otros ritmos y sonidos con espectaculares resultados:
desde la música clásica a la tradicional, desde el jazz a la electrónica han
hecho muy buenas migas con el rock.
Muchos, en fin, sostienen que la época
dorada del rock & roll ya pasó pero,
parodiando a Bécquer, puede asegurarse que “podrá no haber rockeros,
pero siempre habrá rock & roll”.
CARLOS DEL RIEGO
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