Los españoles anti-españoles han llegado al absurdo de pasarse horas serrando las patas metálicas de la figura del toro. |
Recién llegados a la antesala de los preciados
cargos, estos nuevos actores del teatro político muestran, ante todo, el
convencimiento pleno de que la única verdad es la que ellos profesan, de modo
que no tienen reparo a la hora de despreciar, arrinconar, ningunear, insultar a
quien no está de acuerdo. Pero lo que más llama la atención es que una de sus
convicciones básicas es el odio a su país, a España. Y tanto es así que estos
‘poderosos’ (porque pueden) y sus marcas hermanas manifiestan auténtico pánico
a pronunciar ese nombre (España) y similares, como patria (salvo que este
término se refiera a la de otros). A ello se suma la inquina hacia los símbolos
de la antigua Iberia (bandera, himno), a sus costumbres (cabalgatas,
procesiones, celebraciones y festejos), a tradiciones como la tauromaquia
(incluyendo los toros de metal que se ven desde las carreteras, cuyas patas
fueron serradas porque…), en fin, a todo lo que tenga que ver, suene, recuerde
o identifique a España. ¿Cómo alguien que se ha prohibido a sí mismo decir
‘España’ puede aspirar a dirigirla?, ¿cómo puede ser que quien maldice su
historia, cultura, costumbres y personajes históricos pretenda administrarla?,
¿en qué cabeza cabe entregar el timón de un barco a quien desea hundirlo?
Estos individuos abominan de su propia historia,
negando sus méritos y protagonistas, a
la vez que resaltan sus desastres y desatinos, y todo ello hasta un punto en
que dan la impresión de que su propósito es elaborar un pasado acorde con sus
creencias. Cualquier hecho protagonizado por españoles es, según los
anti-España, despreciable, odioso, atroz, condenable. Un buen ejemplo es el
concepto de ‘reconquista’, puesto que entre los desagradecidos que abominan de su
propia cuna (patria), cunde la idea de que la recuperación del territorio que
terminó en 1492 fue una injusticia…; dejando a un lado el hecho de que hay que tener
poco seso para valorar hechos, personas e ideas de hace cinco siglos desde el
pensamiento actual, es preciso preguntar ¿por qué lo que se conquistó a sangre
y fuego no se puede recuperar del mismo modo?, o ¿debería quedarse de brazos
cruzados todo quiqui si ahora invadieran este país? Esa visión del largo y
legendario rescate iniciado en Asturias y León es evidencia del modo de pensar
de quienes tienen aversión al lugar donde nacieron y donde viven. La historia
de la Hispania tiene, como la de todas las naciones del mundo, luces y sombras,
la diferencia es que en otros sitios se asume esa historia, mientras que en éste
no sólo se niega, sino que hay quien pretende cambiarla (¿). En realidad, sólo
los que se detestan a sí mismos reniegan de su propio pasado, es decir, culpan
a los que vivieron antes de sus propias frustraciones y fracasos. Tal vez sea
esta la razón por la que quienes aborrecen a España quieren dominarla: para
modificar los libros de historia, escribirlos a su gusto y, de este modo, hacer
las paces consigo mismos.
Igualmente, estos adversarios de su país repudian
gran parte de la cultura de su tierra, pues dividen a los artistas y notables entre
buenos y malos no en función de su talento, sino de sus ideas. Y, por supuesto,
reniegan de la tradición cristiana que, mejor o peor, es la que ha traído hasta
aquí a todos los españoles (ellos incluidos); por eso no falta quien ríe la
gracia de las criaturas que sienten nostalgia de las quemas de iglesias (y conventos,
colegios, bibliotecas), y seguro que más de uno estaría más que dispuesto a
echar una mano con la gasolina. ¿Y por qué quieren ser presidentes y
ministros?, pues para destruir a ese ente que tanto aborrecen y que se llama
España: les encantaría segregar tres o cuatro territorios aun en contra de las
mayorías, y entregarían gustosos Andalucía a los islámicos más retrógrados, y
Ceuta, Melilla, Canarias.
En ese odio a España, y todo lo que con ella tiene
que ver, confluyen los políticos españoles anti-españoles con muchos otros
grupos, como los terroristas y sus amigos, secesionistas, anti-sistema,
islámicos…, y lo que es peor, con una parte significativa de la propia
población española, siempre dispuesta a ponerse del lado de los enemigos de su
país, o sea, de sus propios enemigos. Por eso esos nuevos gobernantes hispanos
que se aborrecen por ser hispanos, se niegan a firmar el pacto anti-yihad; por
eso apoyan cualquier manifiesto en defensa de los asesinos etarras y jamás
mueven un dedo o pronuncian una palabrita en favor de las víctimas; por eso
adjudican el ‘derecho a decidir’ a una parte de España a pesar de que esa
decisión afecta a toda ella y a todos los que en ella viven; por eso disfrutan
con los silbidos y abucheos a los símbolos españoles; por eso no soportan los
triunfos de las selecciones y deportistas que se sienten orgullosos de ser lo
que son; por eso están como locos por borrar los nombres de calles (y derribar
monumentos) que recuerden a personajes históricos que hicieron algo en
beneficio de esta vieja, viejísima Iberia que atrajo a celtas, fenicios,
griegos, cartagineses, romanos, godos, vándalos, suevos, alanos, bereberes,
árabes...
‘De malnacidos es ser desagradecido’, dice el sabio
refrán español; entonces, quien odia a su país es, sin duda, un desagradecido,
y por tanto…
CARLOS DEL RIEGO
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