El gran Ibáñez también reflejó, como homenaje a Goscinny, ese deseo incontenible. |
El ascenso de los partidos populistas en España y
algún otro país europeo es algo parecido al sarampión: hay que pasarlo para inmunizarse;
una vez que el personal entienda de qué van y compruebe que una cosa es
predicar y otra dar trigo, seguro que su protagonismo decae. Pero el caso es
que resulta tan atractivo, tan irresistible para muchos que incluso personas
más que acomodadas, profesionales cualificados con chalet en las afueras, Lexus
todoterreno, Rolex, acciones y valores, propiedades y abultadas cuentas
corrientes, se declaran votantes del partido que puede. El motivo principal de
esta postura es el desengaño con la política y las organizaciones de siempre, casi
siempre a causa de los chanchullos de dinero (vicio que suele afectar con más
virulencia cuanto más tiempo se lleve en el cargo). Sin embargo, como dice un
proverbio chino, es mejor seguir a uno que te da poco que a uno que te promete
mucho.
Los líderes populistas, igual que el visir Iznogud, sólo tienen un propósito. |
En España los partidos de este pelaje se han
anunciado como abanderados de una nueva forma de hacer política. Pero cuando
han tenido la oportunidad de pasar a los hechos, resulta que muestran maneras
iguales, idénticos tics que esos a los que definen como casta. Así, quisieron
presentarse al Congreso como si fueran cuatro grupos parlamentarios con el fin
de ingresar más pasta (como hace todo hijo de vecino); igualmente, parece
bastante claro que tanto Venezuela como Irán (países hostiles a lo occidental
en general y a España en particular) los financiaron con cantidades generosas
que, previamente, peregrinaron por todo el mundo de paraíso fiscal en paraíso
fiscal; aceptaron el privilegio de viajar
en el avión particular de Maduro junto a proetarras y separatistas (que no son
lo que se dice amigos del país) para pasar unos días con él y reafirmar la
‘adhesión inquebrantable’; y no será necesario recordar los 400 mil del ala que
uno de ellos cobró por un ‘trabajo’ (que nadie ha visto) por el que a un Premio
Nobel de Economía le pagaron 35 mil. Y eso que acaban de llegar, lo que indica
que si tienen ocasión de tomar poder durante varias legislaturas…
Igualmente hay que recordar que, tras señalar las
culpas y debilidades de los partidos más añejos y tacharlos de hacer política
caduca, tras acusarlos de practicar tiranía de bipartidismo… copian palabra por
palabra, gesto por gesto, todas aquellas conductas. Iglesias Turrión prometió,
en todas las voces gramaticales, que jamás pactaría ni llegaría a ningún
acuerdo con ninguno de esos partidos; y así afirmó tajante: “No sería
vicepresidente de un gobierno que no presidiéramos” (julio 2015), o “no vamos a
entrar en ningún gobierno del Psoe” (poco antes de las elecciones del 20 de
noviembre). Pero cuando ha comprobado que puede hacerse con unas cuantas sillas
ministeriales, de lo dicho no hay nada. Baste recordar el mercadeo de cargos
que proponen: “me das una vicepresidencia (esta “pa mí”), cuatro ministerios y media docena de subsecretarías y yo
te hago presi”. O sea, hace uso de eso tan característico del viejo político
que es decir una cosa hoy y mañana su contraria como lo más natural del mundo.
Además, con estas maniobras dejan claro que tendrían al presidente cogido por
sus partes, pues en caso de necesidad tirarían de eso tan típico de la vieja
política: “o me das esto y cedes en aquello o te retiro el apoyo y te echo de
la poltrona”.
Es más que evidente: las mismas armas, idénticas
triquiñuelas, iguales procedimientos que la política de siempre: la nueva
política es calcada a la vieja. La única diferencia es el modo de llegar al
poder, los de siempre con las soluciones y propuestas más tradicionales, los
recién llegados con remedios tan simplones como ineficaces y, en muchos casos,
absolutamente imposibles. Para demostrar esto último basta con mirar a Grecia,
gobernada hoy por correligionarios populistas. Los Tsipras y Varoufakis
prometieron que no pagarían la deuda pública, aseguraron que plantarían cara a
Bruselas y a Alemania, dijeron que iban a remover los cimientos de las
instituciones internacionales y, en fin, que iban a traer poco menos que la
felicidad general; sin embargo, unos meses después, los griegos han sufrido un
corralito (oficinas bancarias cerradas, bloqueo de cuentas y depósitos, límites
en los cajeros), los mayores recortes de su historia (sobre todo en pensiones,
educación y política social) y una subida de impuestos desmesurada, a veces de
hasta el 30% (los campesinos griegos protestan porque pagan prácticamente lo
mismo que ingresan).
Del mismo modo, los que apostaron por los adalides
de la nueva política negarán cualquier evidencia que implique a sus ídolos (o
sea “sostenella y no enmendalla”), como que hayan recibido dinero oscuro o como
que a las primeras de cambio empiecen a cojear del mismo pie que esos a los que
quieren echar para ponerse ellos (dirán “montajes y mentiras de la casta”); y
esto es así porque hay muchas personas de pensamiento simplista que están
persuadidas de que los recién llegados son la pureza personificada, mientras
que ‘los otros’ tienen cuernos y rabo, y por ello, se negarán a creer cualquier
maniobra reprochable de sus líderes aunque se trate de una certeza matemática.
Verdaderamente hay que ser ingenuo y simple para
creerse que los políticos (las personas) son demonios o ángeles en función del
partido al que pertenecen, cosa que está muy lejos de la realidad; hay honrados
y trincones en todas partes, y nada hay que se parezca más a un político como
otro político, independientemente de lo que diga y de cuál sea su filiación.
Esto es un poco como el fútbol: por un lado, los futbolistas practicarán las
mismas trampas y artimañas en cuanto tengan oportunidad, y por otro, no hay
sistema perfecto, sino que es bueno o mano en función de los futbolistas.
Resumiendo, quieren ser califa en lugar del califa,
como el perverso gran visir Iznogud, personaje creado por el genial René
Goscinny (sí, el que creó Astérix con Uderzo). En fin, los populistas recién
llegados quieren lo mismo que todo el que entra en ese sucio, traidor,
mentiroso, corrupto y, a pesar de todo, necesario mundo de la política. Ojalá
sea el populismo como el sarampión, que se pasa una vez y se olvida para
siempre.
CARLOS DEL RIEGO
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