La pequeñez del hombre contrasta con su soberbia a la hora de mirar al cielo |
Animados por indicios, entusiasmados por atisbos y
apoyados en el “puede que”, los que se dedican a observar y estudiar el cosmos
suelen ser muy propensos a difundir conclusiones que no hay forma de demostrar de
manera empírica, irrefutable; claro que hay que tener en cuenta que los
astrónomos son los científicos que menos posibilidades tienen para confirmar
teorías e hipótesis. Los medios de comunicación ofrecen a diario noticias en
las que se anuncian sorprendentes y llamativos hallazgos en este terreno, sin
embargo, no es extraño que unos meses después otros investigadores (e incluso a
veces los mismos) desvelen errores en el trabajo o variables que no se tuvieron
en cuenta y pueden desvirtuar el resultado final; buen ejemplo de ello fue el
titular “Hallados los ecos del Big Bang”, que sólo unas pocas semanas después
contradijeron desde otro laboratorio señalando deficiencias en el proceso, y más
aún, pasados unos meses un tercer equipo investigador apuntó que “El Big Bang
podría ser un espejismo” (con tantas pruebas como la primera afirmación).
Hace unos días (enero-2016) se publicaron imágenes
en alta resolución de la superficie del ex planeta Plutón, captadas y enviadas
por la sonda ‘New Horizons’ cuando pasó cerca; en la nota se subrayaba el
desconcierto de los expertos al contemplar los detalles que enseñan las fotos. Es
curioso que sorprenda y desconcierte a la comunidad astronómica la visión
actual de un objeto celeste que está a la vuelta de la esquina (relativamente
fácil de estudiar) y, sin embargo, ese mismo colectivo de sabios se atreva a
pontificar sobre lo que ocurrió (supuestamente) hace miles de millones de años
y en un lugar desconocido. ¿Es coherente admitir desconocimiento de algo que se
puede ver y está ahí al lado a la vez que se presenta casi como dogma algo tan
lejano en el espacio y en el tiempo como el Big Bang?; y ello por no hablar de
la gran cantidad de tesis que suelen ocupar titulares de la sección de ciencia
y que parecen darse como auténticas certezas: el ‘descubrimiento’ de un segundo
agujero negro en la galaxia o de “megaestructuras que, por inexplicables,
apuntan a inteligencias extraterrestres”; e igualmente lo de los planetas que
(a años luz de distancia) se ‘ven’ con muchas posibilidades de albergar vida;
pero los mayores atrevimientos se presentan cuando los iluminados profetizan,
como “En 20 años el hombre llegará a Marte” y “pronto se podrá vivir allí”
(así, sin condicional, sin un ‘tal vez’). En fin, los científicos oficiando de
futurólogos sin tener en cuenta que tales términos, científico y futurólogo,
son esencialmente contradictorios.
Parece un síntoma de soberbia dar por seguras (a
pesar de ser indemostrables) ciertas afirmaciones, como que están convencidos
de que el universo empezó con el Big Bang (¿sólo ha habido uno?, ¿cómo
saberlo?), como que antes de ese instante no existía ni el tiempo ni el
espacio, como que el universo es finito, o como que los extraterrestres han de
existir ‘obligatoriamente’. Pensar que a partir de la detección de un posible
indicio en el universo profundo se pueden sacar conclusiones definitivas sin
tener en cuenta sus condiciones (seguro que inesperadas y determinantes), es
evidencia de un pensamiento envanecido y jactancioso. Así, muchos científicos,
y con ellos gran parte de la población, tienen por certezas lo que no son más
que especulaciones; en este sentido hay que recordar que la ciencia (no los
científicos) exige demostración irrefutable, y en el campo de la Cosmología la
cosa está todavía muy verde.
Resulta desconcertante, en fin, que los expertos en
Astrofísica y los investigadores del Universo, algunos de los cuales son
famosos incluso fuera de su ámbito profesional, se dediquen a dar auténticos
palos de ciego... y presentarlos casi como certidumbre.
CARLOS DEL RIEGO
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