Simon & Garfunkel, la cara más etérea del rock |
La década de los setenta del siglo pasado fue algo
especial en el ámbito del rock, tanto que para muchos viene a ser su época
dorada. Y no sólo por la gran cantidad de nombres que aquellos años dieron para
los anales, sino por el sentimiento de complicidad que surgió entre todos los
que entonces habían entrado en ese espacio musical. Así, pocas cosas eran más
estimulantes y emocionantes que ir a casa de un amigo, o del amigo de un amigo,
y pasarse una tarde mirando sus discos, escuchando esta o aquella, descubriendo
grupos de los que sólo habías oído hablar; y charlar sobre ello, comentar,
expresar sensaciones. Para situarse correctamente en la época hay que tener en
cuenta dos aspectos: uno que en esos momentos apenas había medios de
comunicación que se dedicaran al rock (alguna revista más bien marginal,
escasos minutos en radio y escasísimos y escondidos en la tele); y dos, que no existía
otra forma de escuchar música escogida que no fuera pinchando el disco de
vinilo (las cintas de casete eran, por así decirlo, de tercera división). Por
eso, una excelente manera de descubrir nuevas bandas era curiosear entre los
singles y elepés de otro aficionado. De este modo, podía uno encontrarse con
nombres de los que apenas sabía. No pocos cmprendieron entonces que, además de
modelos graníticos y musculosos, había formas más ligeras de rock, finos
estilistas que dejaban la melodía casi al desnudo.
Por ese camino se podía acceder a propuestas como la
de Simon & Garfunkel. Eran apenas una voz, suave, casi de terciopelo, y una
guitarra acústica; a veces una segunda voz y, ocasionalmente, más
acompañamiento, pero siempre manteniendo un tono ligerísimo, cristalino, casi
etéreo. Además, la cadencia y dicción resultaban tan nítidas que hasta los
menos ‘viajaos’ se atrevían a con la letra… En realidad, para cuando se
estrenaron los setenta este célebre dúo neoyorquino ya había registrado todas
las canciones con las que crearon su personalidad, títulos emblemáticos que,
pasado cerca de medio siglo, mantienen su poderoso y a la vez refinado encanto.
Sólo grabaron cinco álbumes de estudio, pero con
tanta sustancia como para lanzar posteriormente un sinfín de compilaciones y
directos. Y de esas cinco docenas escasas de canciones pueden extraerse seis (podrían
ser muchas más) absolutamente históricas, melodías que una vez escuchadas son
asimiladas por los correspondientes receptores cerebrales, haciendo que se
queden ahí para siempre, para ser recordadas, tarareadas, recitadas,
disfrutadas. ‘The sound of silence’ es una obra que hechiza desde el primer
momento: un discreto apunte con eléctrica y dos voces componen un diseño
melódico delicioso que se desarrolla luego con base más sólida; hay quien dice
que está escrita como reacción al asesinato del presidente Kennedy, sin
embargo, el autor (Paul Simon) afirma que la escribió en el baño y a oscuras,
pues en esas circunstancias encontraba inspiración, pero sin nada premeditado.
‘Scarborough fair’ es una tonada medieval inglesa que ambos arreglaron,
dotándola de una pasión serena, sabia, contenida; con Garfunkel deslizando un
hilo de voz y Simon respondiendo, con esos punteos y arreglos diáfanos, el
oyente se pone en el lugar del amante despechado que pide: “¿vas a la feria?,
dile a la que fue el amor de mi vida…”; pensamientos y formas de otro tiempo
que siguen siendo válidos hoy. Morbosa y seductora, ‘Mrs Robinson’ se asocia
irremediablemente a la película ‘El graduado’. Otra melodía irresistible es
‘The boxer’, cuyo ‘la la la’ se pega de manera indeleble; el pobre boxeador
recuerda y lamenta… ‘El cóndor pasa’ es una adaptación de una pieza de una
zarzuela que el autor peruano Daniel Alomía Robles escribió en 1913; éste, a su
vez, se había inspirado en una tonadilla tradicional de su país; Simon escribió
una letra en inglés y convirtió el resultado en un éxito mundial. Finalmente,
la insuperable ‘Bridge over trouble water’, un exquisito canto a la amistad
incondicional, una preciosa partitura cargada de pasión y ‘buen rollo’.
Son, en fin, canciones que transmiten muy bien
aquello de ‘paz y amor hermano’, fáciles de identificar y que gustan incluso a
quienes no tienen gran interés por esto del rock. Con Simon & Garfunkel
este género musical se sale de sus límites hasta hacerse comprensible y
agradable de manera casi universal. La finura y gracilidad, la calma y sosiego
que contagian los hacen aptos para todos los púbicos y edades.
Aunque suene nostálgico, la mágica sensación de
encontrarse en edad temprana con sonidos que te acompañan el resto de tu vida
(como los del dúo del moreno bajito y el rubio alto) es algo que, para bien o
para mal, se ha perdido con la irrupción de las (fabulosas) herramientas
digitales. Eran los años heroicos del rock, cuando no estaba tan asimilado ni
era tan accesible, cuando la cosa tenía un punto de misterio y quien estaba
dentro tenía sensación de formar parte de un colectivo muy especial.
CARLOS DEL RIEGO
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