Todo humano peca o sufre de ingratitud antes o después. Sin embargo, se han dado en la historia reciente escandalosos actos de ingratitud perpetrados por instituciones legítimas (y con inmerecido prestigio) contra personajes que lucharon y consiguieron grandes beneficios para el género humano. Lógicamente, la ingratitud de la institución política, la ingratitud de un gobierno, es mucho más sangrante, pues es premeditada y busca fines políticos
Dice el refrán ‘De biennacido es ser
agradecido’, cuyo significado permite que pueda formularse al revés, o sea, ‘De
malnacido…’. La ingratitud es una de las constantes en el hombre desde que éste
pisa la Tierra. Hay ejemplos cotidianos y de
alcance, y con consecuencias más limitados, y la historia ofrece una
interminable lista de ingratitudes. Hablando sólo del siglo XX existen algunos
casos verdaderamente sangrantes, tanto por el acto en sí como por el hecho de
que el desagradecimiento haya llegado desde organismos legítimos, gobiernos e
instituciones de prestigio.
En mayo de 1948 Palestina era un
volcán: la guerra entre árabes e israelíes era inminente. La ONU nombró al
sueco Folke Bernadotte como mediador para tratar de evitar lo inevitable. Hombre
de una honestidad a toda prueba, redactó dos propuestas de paz y varios
informes describiendo la situación, todos ellos de una ecuanimidad difícil (imposible)
de encontrar en ambientes políticos y diplomáticos. Pero los grupos terroristas
judíos no estaban dispuestos a negociar nada, de modo que en septiembre de ese
año miembros de la organización Stern (o Lehi, o Irgún, la que voló el hotel
Rey David con 91 muertos) detuvieron el convoy de Berdadotte, que atravesaba el
sector judío de Jerusalén y ametrallaron su coche acribillando al diplomático
sueco y a otro enviado de la ONU, el francés André Serot. La corrupta Organización
de las Naciones Unidas condenó el acto, pero con la boca pequeña y en susurro.
Lo que sorprende es que el conde Berdadotte había arriesgado su vida varias
veces durante la Segunda Guerra Mundial; primero intercambiando prisioneros de
guerra con Alemania (se calcula que libró de los campos de concentración a más
de 10.000 personas), y luego, al final del conflicto, cuando los nazis
aceleraban ‘la solución final’, rescatando a no menos de 15.000 personas en
autobuses de la Cruz Roja Sueca, entre ellos miles, de judíos destinados a las
cámaras de gas. Entre quienes conocían y apoyaron el atentado contra el
diplomático sueco estaban personalidades tan relevantes como Isaac Shamir.
Asimismo, tras ser procesados los asesinos, Ben Gurión los indultó de inmediato
y se ocupó de que entraran en el ejército sin más. Se trata de un caso evidente
de ingratitud, tan propia del político, de todo político.
Estados Unidos incluyó en su selección
para los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 a 18 atletas negros (incluyendo dos
chicas). Todos ellos habían sufrido, en mayor o menor medida, discriminación
racial en su país. Una vez en Alemania todos los atletas, incluyendo los
negros, fueron tratados con suma cortesía, incluso la gente les pedía
autógrafos y les daba la mano sin tener en cuenta las leyes racistas de
Nurenberg, dictadas meses atrás; la propaganda nazi ordenó ser cordiales con
los deportistas de todo el mundo, sin embargo, las imágenes de aquellos
momentos dejan claro que el pueblo alemán estaba sinceramente encantado con los
visitantes. Algunos de aquellos atletas pasaron a la posteridad y a la gloria
olímpica, como Jesse Owens, como el también esprínter Ralf Metcalfe o el
saltador de altura Cornelius Jhonson. Pero, las dos primeras mujeres negras que
USA llevó a unos juegos, Louise Stokes y Tidye Pickett, fueron reemplazadas por
atletas blancas en la final del 4x100 cuando ya estaban casi en su calle; el
racismo estadounidense no respetaba ni la pista. Al regresar a su país,
aquellos héroes del estadio volvieron a sufrir racismo gubernamental: el
presidente Roosevelt sólo recibió en la Casa Blanca a los atletas blancos,
negándose tal honor a los negros (que ganaron 14 de las 56 medallas que se
llevó el equipo USA). En este sentido, Jesse Owens, cuádruple oro en aquella
cita olímpica, repitió hasta la saciedad que no fue Hitler quien lo despreció
(a pesar de las mentiras de los periodistas estadounidenses), sino el
Presidente de Estados Unidos, que no le envió ni un telegrama de felicitación. La
Casa Blanca y parte de la población fueron desagradecidos, ruines, racistas
hasta el extremo, tanto como los nazis a los que poco después combatirían.
Mucho más reconocimiento que el que se
le tiene merece la polaca Irena Sendler. Cuando los nazis entraron en Polonia
(1939), la enfermera católica Irena Sendler ya velaba por todos los necesitados
sin atender a creencias o etnias. Luego, cuando los judíos fueron hacinados en
el gueto de Varsovia, se las arregló para sacar de aquel infierno nada menos
que a 2.500 niños, utilizando mil y una estratagemas para burlar a los soldados
alemanes. Aemás, tomó nota de nombres y direcciones con el fin de intentar
reintegrarlos a sus familias al terminar la guerra, aunque la mayoría de los
padres no sobrevivieron (la historia de ‘la niña de la cuchara de plata’ es muy
emocionante). La valiente Irena corría un enorme riesgo, pues si la
descubrían…, y la descubrieron en 1943, y la torturaron, pero ella soportó lo
insoportable y no pronunció un solo nombre. Se libró del paredón porque un
soldado se dejó sobornar… Su historia volvió a la actualidad cuando en 2007 el
gobierno de Polonia la propuso para el Premio Nobel de la Paz; pero el dudoso
comité noruego optó por el oportunismo y la propaganda y se lo dio al mamotreto
de Al Gore por un sesgado y ridículo documental ya olvidado. Irena Sendler
murió el año siguiente, con 98 años, tras recibir reconocimientos y
agradecimientos procedentes de todo el mundo…, excepto de esa cofradía de
ilustres tontos rendidos a la oportunismo que conforman el comité del Nobel de
la Paz, los cuales dieron más mérito a un documental (a saber cuánto hizo Gore)
que a quien consiguió cambiar el negro destino de tantas personas.
Es justo recordar de vez en cuando los
nombres de estos auténticos héroes que fueron pagados con ingratitud, racismo,
desdén.
CARLOS DEL RIEGO
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