El automóvil animado por energía eléctrica terminará por sustituir a los que queman derivados del petróleo. Eso es seguro, ante todo porque tarde o temprano se acabarán las reservas. Sin embargo, actualmente tal cosa es imposible, ya que la evolución de los eléctricos y sus baterías está aún muy verde, puesto que la cantidad de problemas que presenta la nueva tecnología están lejos de superarse. Por eso, afirmar hoy por hoy que el auto eléctrico es la solución a la contaminación es, sencillamente, una mentira
Claro que la mentira es la principal herramienta de gobiernos, partidos y políticos, de modo que no puede extrañar que recurran a ella también en estos asuntos. La trola monstruosa de la idoneidad del coche eléctrico ha calado en la sociedad a pesar de la enorme cantidad de datos, hechos y certezas que la contradicen.
Fabricar un automóvil eléctrico exige, al igual que uno de combustión, elevadísimas temperaturas para moldear el metal de la carrocería, del chasis, de la transmisión; y como no se pueden conseguir los grados necesarios para fundir metal usando energía solar o eólica, sino que hay que recurrir a gas, petróleo, carbón. En otras palabras, de momento no puede haber coches, sean eléctricos o de gasolina, sin quemar combustibles fósiles. Algo parecido podría decirse de los plásticos que incorpora todo vehículo.
Lo de la fabricación de las baterías es aun peor. No sólo son carísimas, sino que su construcción es tremendamente perjudicial para el entorno. El litio es un mineral bastante escaso, difícil de conseguir e imposible de reciclar; según estiman los expertos, al ritmo actual de extracción dejará de haber litio hacia el año 2040. Además, estas baterías se van degradando con el tiempo y con el uso, de modo que pierden eficacia gradualmente y exigen un cambio; y ahí entra lo elevadísimo de su coste, que puede llegar a los diez mil, quince mil o veinte mil euros…, y eso en el mejor de los casos, puesto que ya se tiene noticia de la escasez de repuestos. Por otro lado, este tipo de baterías son casi imposibles de reciclar o recuperar y extraordinariamente contaminantes.
También está el factor de la interminable lista de averías que presentan los coches movidos por energía eléctrica. En los países escandinavos se ha producido en los últimos años un significativo incremente en la venta de autos de este tipo; hace unas semanas, dada la cantidad de inconvenientes que se iban presentando, la imposibilidad de su reparación e incluso la inexistencia de talleres especializados, las asociaciones de propietarios presentaron quejas a los fabricantes…, que se hicieron los suecos, aunque algunos contestaron burlonamente (como Musk). Recientemente, tras los huracanes que han sacudido el este de EE UU, muchos coches eléctricos fueron bañados por agua salada, y unos días después empezaron a arder espontáneamente (al parecer, el litio con la sal y con el calor…), siendo casi imposible apagar esos incendios, e incluso en algunos apagados se reavivó el fuego horas más tarde. Así, a finales de septiembre de este año, un Tesla Model 3 empezó a quemarse en Stamford (EE UU), acudieron los bomberos, que precisaron 45 minutos y nada menos que 2.200 litros de agua por minuto para sofocar el incendio. Hay que imaginarse qué pasará cuando haya millones de estos por ahí…
En el estado de California (donde más eléctricos hay en EE UU) las autoridades exigen que no se carguen en las horas de máximo consumo. Entonces cabe preguntarse, ¿si ahora que no son ni el 1% del parque automovilístico hay problemas para cargar las baterías, qué pasará cuando sean el 50%? Sobre todo teniendo en cuenta que los medioambientalistas fanáticos están en contra de las centrales energéticas que queman combustibles fósiles, odian a muerte las nucleares, detestan los parques eólicos, no quieren pantanos… En resumen, exigen la imposición por la fuerza del coche eléctrico pero son contrarios a las ‘fábricas’ de energía eléctrica. El fanatismo ciego siempre cae en delirantes contradicciones.
Podría añadirse la tremebunda contaminación que producen las baterías desechadas (prácticamente imposibles de reciclar), su escasa efectividad o su cortísima vida. Y todo ello en este momento, a finales de 2022 y con una proporción de coches eléctricos muy inferior al uno por cien. ¿Cómo será la cosa cuando, en 2030, se prohíba fabricar coches de combustión y sólo se vendan los eléctricos? ¿Cuánto contaminarán las baterías desechadas?, ¿De dónde saldrán los materiales para fabricarlas?, ¿Y de dónde la electricidad necesaria cuando rueden miles de millones de coches eléctricos?
Entre las infinitas iniquidades de los políticos está la de aprovecharse de las tendencias de cada momento (según les aconsejan sus expertos en manipulación de masas); y ahora la tendencia apunta a coches eléctricos pase lo que pase, sea beneficioso o nocivo, cueste lo que cueste, porque así ganarán votos y tendrán de su parte a los ecologistas fanáticos, que meten mucho ruido. La realidad es que es una enorme manipulación tratar de convencer al ciudadano de que se puede recorrer en dos o tres décadas el mismo camino que al coche de combustión le requirió siglo y medio.
Pero como gobiernos, políticos y partidos (apoyados por asociaciones nominalmente ecologistas e hipersubvencionadas) han comprobado que lo del ecologismo vende, no dudan en recurrir a su principal herramienta, la mentira, para imponer por la fuerza un disparate que el tiempo terminará por desenmascarar.
CARLOS DEL RIEGO
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