miércoles, 4 de marzo de 2015

PROTESTAR ES FÁCIL. PROPONER Y SOLUCIONAR, DIFÍCIL Raro es el día en que las manifestaciones de protesta no protagonizan portadas, ya sean en la calle con pancarta o con micrófono en la rueda de prensa: quejarse cuesta muchísimo menos que resolver, gestionar, administrar

Negarse, oponerse, es cosa fácil y que no cuesta demasiado, mucho menos que administrar, decidir, y ser objeto de insulto
Además de las marchas que, sin duda, cuentan con razones suficientes para la queja, últimamente se han destacado tres que, analizadas incluso superficialmente, sorprenden a la razón: la de los estudiantes contra una de las nuevas leyes de Educción, la de los griegos de Tsypras contra una confabulación hispano-portuguesa y (esta ya es un clásico) la de los líderes del segregacionismo catalán. La primera es verdaderamente curiosa, puesto que se eleva contra una ley (la que propone hacer tres años de carrera y dos de maestría, o máster) que es una opción, o sea, que el estudiante puede elegir esta fórmula o la anterior; de todos modos eso del 3+2 es lo que impera en el entorno de España (Inglaterra, Alemania, Holanda…), mientras que la otra, la del 4+1, rige en lugares como Armenia o Georgia. La segunda, la de los griegos, no deja de tener su gracia. Resulta que, según sus nuevos dirigentes, España y Portugal lideran un contubernio intergaláctico que tiene como objetivo derribar al gobierno recién elegido. ¿De verdad hay alguien que pueda llegar a pensar que estos dos países tienen potencia diplomática, militar, económica para abanderar un boicot supranacional contra otro país? Por último, la protesta perenne del separatismo, que vive precisamente de eso, de acusar, denunciar, señalar a otros para ocultar sus vergüenzas, marrullerías y manipulaciones.

Son tres casos verdaderamente paradigmáticos, pues en los tres se da ese fenómeno del que se encuentra en su elemento en medio de la algarada, de la declaración altisonante e incluso injuriosa. Sin embargo, cuando los que se sienten cómodos gritando, clamando y reclamando tienen ocasión de sentarse en el sillón del poder, entonces se encuentran fuera de sitio, desplazados, desorientados; por tanto, llegado el momento de ejercer el mando, optan por seguir el único camino que conocen, es decir, eligen seguir quejándose con gran indignación. Tal han hecho los mesiánicos nuevos jefes griegos, los cuales, tras comprobar que hay que tomar decisiones incómodas y que la praxis impide poner en realidad sus promesas disparatadas, han vuelto al grito, a la protesta, a culpar a otros de la imposibilidad de cumplir lo prometido a sus compañeros de pancarta y manifa.

Por su parte, los jefes del segregacionismo catalán están perfectamente acoplados a la queja victimista para ocultar todos sus desafueros y desgobiernos, y por eso prefieren no salir de ahí, o sea, pedir pero desear que no se le dé. Y es que, en realidad, el president y los demás honorables, en el fondo, no quieren que se modifique la situación actual. De este modo, si el gobierno central accediera a su petición de referéndum vinculante para una posterior separación, podrían pasar dos cosas: que ganaran o que perdieran (gran perogrullada); si pierden tendrían que empezar a pensar otro discurso al comprobar que no tienen el apoyo del pueblo a su (única) propuesta, o lo que es lo mismo, tendrían que enfrentarse a los verdaderos problemas de los catalanes; y si ganan deberían igualmente empezar a dar cuentas a los ciudadanos del dinero público y resolver sus problemas (de todos modos, de producirse esta más que improbable posibilidad, seguirían exigiendo a Madrid). En resumen, que están tan a gusto en este estado de confrontación que, con total seguridad, temen el día en que cambie la cosa, ya sea en un sentido o en otro. Una buena prueba de ello la dan con los equipos deportivos; así, se tiene al Barça como emblema del catalanismo desintegrador, pero ni se plantea renunciar a que dispute las integradoras competiciones españolas; dicho de otro modo, de momento no pueden dejar de ser España, pero no hay ninguna ley que obligue a inscribir a dicho equipo en los torneos españoles, iniciativa que dejaría bien claro que se quieren ir del país incluso si tienen que renunciar a duras y maduras, que al menos hay coherencia.

Lo de las protestas estudiantiles tiene, de todos modos, su lógica. El joven necesita rebelarse, expresar su disconformidad, evidenciar descontento y ganas de cambiar las cosas (incluso cuando no tienen claro el por qué de la huelga): es lo que cabe esperar, es lo natural teniendo veintipocos. Pero lo que ya no es ni lógico ni sano es que los líderes instigadores de los días sin clase estén a punto de los treinta, como es el caso. Pero claro, si todo el objetivo es agitar y sublevarse, es más sencillo alargar todo lo posible la época escolar (no pocos desearían llegar así a la jubilación) que empezar a buscar destino laboral.

Hostigar instituciones y dirigentes (muchas veces con la razón como respaldo) es cosa bastante sencilla y al alcance de todos, pero si llega el momento en que el protestón tiene oportunidad de decidir, comprobará que la cosa no es tan fácil, y pronto se sorprenderá de estar al otro lado de la barricada y ser objeto del griterío. Lo que no quiere decir, por otro lado, que los administradores señalados sean intachables. Claro que ¿quién lo es?


CARLOS DEL RIEGO

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