Los dibujantes de la época explicaron con exactitud cómo funcionaba la Primera República. |
Todos los 14 de abril se producen múltiples manifestaciones
que piden la instauración de la república en España, aunque en realidad se ven
tricolores y proclamas a favor de la tercera a lo largo del todo el año. Lo
curioso del caso es que la mayoría de los que se dicen republicanos lanzando
vivas a la ‘res publica’ y mueras a la monarquía están convencidos de que el
advenimiento de ese sistema equivaldría al fin de todos los problemas, creen a
pies juntillas que todo cambiaría (para bien) cuando el jefe del estado sea
elegido y no designado; sin embargo, lo cierto es que todo seguiría igual: los
mismos partidos seguirían disputándose los mismos votos, el mismo poder y los
mismos escaños, los ministros y los parlamentos no se moverían un milímetro de
su estado actual y los políticos seguirían haciendo como hasta la fecha,
mientras el ciudadano continuaría con sus rutinas sin que en su vida cotidiana
influyera el nuevo sistema. La única diferencia consistiría en que si hubiera
un presidente de la república pertenecería a uno u otro partido, o sea, miraría
con unos ojos al suyo y con otros al contrario, mientras que el rey ha de ser
neutral, objetivo, ajeno a la lucha partidista; respecto al coste, piénsese que
en dos o tres décadas habría que pagar a cuatro, cinco, seis ex presidentes,
sus sueldos, escoltas, chóferes, secretarias, oficinas, automóviles,
combustibles, viajes…
Otro error en el que suelen caer quienes se dicen
republicanos es pensar que república equivale a izquierdas y que las derechas
no tienen cabida en la república, pero durante la Segunda (igual que en la
Primera) hubo formaciones y parlamentarios de uno y otro signo, e incluso
algunos de los que tomaron parte en la conjura conocida como ‘Pacto de San
Sebastián’ militaron en partidos republicanos de derechas (por ejemplo Alcalá
Zamora, Miguel Maura). Y por otro lado, en los países más tradicionalmente
republicanos (Estados Unidos, Francia) existen, conviven, se alternan y
gobiernan los de un lado y los de otro… Claro que todo esto de derechas e izquierdas
no pasa del plano teórico, ya que las diferencias de acción entre unos y otros
podrían superponerse sin apenas diferencias significativas, y sólo la valía y
honradez (¿) personal marcaría las distancias.
Por otro lado, España ha tenido dos repúblicas con
resultados calamitosos, por lo que más vale no olvidar tales experiencias, ya
que el pueblo que olvida su pasado… La Primera (1873-74) duró poco más de año y
medio, pero tuvo tiempo para colocar a cuatro presidentes y ocho gabinetes
ministeriales (incluyendo los de la República Unitaria del general Serrano),
alguno de los cuales duró un par de semanas. Se vio asolada por guerras
(carlista, en Cuba) levantamientos populares (revuelta cantonal), inestabilidad
política indescriptible (“… estoy hasta los cojones de todos nosotros”, dijo en
catalán Figueras) y una situación general ingobernable.
La Segunda tomó el poder tras un monumental fraude
electoral; como es sabido se convocaron elecciones municipales (para elegir
sólo alcaldes y concejales) pero los interesados las convirtieron en generales;
finalmente, en el cómputo total ganaron los monárquicos, pero como los partidos
republicanos lograron mayoría en las ciudades, adujeron que quedaban anulados
los resultados de los pueblos porque allí los ciudadanos estaban influenciados
por los curas o los terratenientes (que es más que posible), de forma que así
lograban vencer en las elecciones; como puede verse, se trata de un pucherazo,
de una trampa, de algo muy cercano al clásico pronunciamiento…, es como si un
equipo pierde el partido pero afirma haberlo ganado porque sus goles se
consiguieron desde fuera del área, es decir, se inventa una regla muy
conveniente a posteri (de hecho ni siquiera se publicaron los resultados
oficiales). El caso es que el nefasto Alfonso XIII, amenazado, no quiso poner
en pie de guerra a sus partidarios en el ejército y se largó. Pero lo peor fue
el total desgobierno en que vivió España aquellos días, sobre todo los últimos
años: había continuos enfrentamientos callejeros entre socialistas y
sindicalistas, entre comunistas y anarquistas, entre falangistas y socialistas
y, en fin, entre este y aquel grupo…, y asaltos a comisarías (con
represiones-venganzas descontroladas) y domicilios particulares, linchamientos
públicos, asesinatos, palizas, motines, huelgas y manifestaciones
violentísimas, amenazas y extorsiones, asaltos a comercios, atracos, intentos
de golpe de estado (‘sanjurjada’ se llamó a uno, ‘revolución’ a otro)…; y a
ello se pueden añadir las quemas de iglesias y conventos (que supusieron la
pérdida de edificios histórico-patrimoniales, bibliotecas valiosísimas e
innumerables obras de arte). Pero lo peor era la inacción del gobierno, no se
investigaba, no se detenía a nadie, es más, se permitía prácticamente todo sin intervención
de los encargados de mantener el orden; cuenta Pío Baroja que él mismo vio una
quema en Madrid en la que participaban activamente veinte o treinta energúmenos
mientras la multitud miraba, y también que había un cuartel de la Guardia Civil
a unos cuantos metros del lugar de la incineración, de modo que el escritor
pensó que con que llegara media docena de civiles la cosa se terminaba en el
acto, pero nadie apareció, como si hubiera órdenes de dejar hacer. En fin,
impunidad absoluta, anarquía total, la ley de la selva. Luego llegaron los dos
asesinatos: Castillo y Calvo Sotelo, y todo acabó en catástrofe. Como afirma el
hispanista Stanley Payne, “en aquella España no había buenos y malos, todos
eran malos”.
Tanto el primero como el segundo intento se desarrollaron de
modo caótico, embrollado, violento, cainita, y llegaron a un final previsible.
Al menos la Primera se instauró sin trampas (más o menos), y no cambió la
bandera para incluir un morado cuyo origen no pone de acuerdo las opiniones
republicanas.
Quien quiera ser tricolor que lo sea, igual que el que
prefiera sólo dos colores, pero sin empujar, sin insultar, sin prejuzgar y sin
creerse posesor de la verdad total.
Y finalmente, guste o no guste, se vea con indiferencia o
con malestar, un rey siempre concitará más atención a escala internacional que
un presidente de la república. ¡Qué se le va a hacer!
CARLOS DEL RIEGO
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