La presencia de varias lenguas ha de verse como una riqueza para España, no como elementos de confrontación |
En la segunda mitad de los década de los ochenta del siglo
pasado, cuatro jóvenes castellanoparlantes montaron en un viejo Ford Fiesta y
pusieron rumbo a San Sebastián para ver al grupo británico The Cure, que tocaba
en Anoeta. Llegados con muchas horas de antelación, y como quiera que el
conductor tenía familiares en Fuenterrabía, donde había pasado muy buenos ratos
años atrás, deciden hacer esos pocos kilómetros para visitar esta bonita
población. Pero recorridos los aproximadamente 20 kilómetros que hay
entre la capital y el pueblo, el conductor del coche se pasa y piensa que ha
tenido que equivocarse, pues ya tenía que haber llegado; vuelve atrás cinco km.
pero Fuenterrabía no aparece, así que nuevamente da la vuelta, de modo que,
finalmente, a la tercera, reconoce edificios y calles y cae en la cuenta de que
no se ha vuelto loco ni han cambiado el pueblo de sitio, sino que ya está en
Fuenterrabía, solo que ahora se llama Hondarribia. Habían cambiado el nombre en
todas las señales e indicativos, de modo que quien no viviera allí tenía muy
fácil caer en el error.
Es un ejemplo de la estulticia de la que habitualmente hacen
gala los políticos, pues son ellos quienes, al final, tienen el poder para
cambiar los nombres de los pueblos y ciudades y obligar a todo el mundo a
llamar a las cosas por el nombre que se les antoja (siempre buscando rédito
político); la cosa parece una ligereza, una tontería sin más, sin embargo,
indica a la perfección el modo de pensar de quienes tienen el bastón de mando.
Es lógico que en catalán se diga Girona y en gallego Ourense, pero es un matiz
absolutista pretender que el gaditano deje de hablar en su idioma materno
cuando se refiere a poblaciones de comunidades que gozan de dos idiomas
oficiales. E incluso resulta estúpido y contradictorio escuchar a los locutores
de radio y televisión decir cosas como “En Girona actúa hoy una orquesta de
Nueva York”…; si dice Girona ha de decir New York, München, Moscua…
Pero lo bueno es que medios gallegos, vascos y catalanes que
se expresan en estos idiomas no se aplican el cuento a sí mismos. Así, hace
unos cuantos años el equipo de baloncesto de León ganó al Barcelona en cancha
azulgrana, de forma que al día siguiente los diarios en catalán escribieron
algo así como “El LLeó va imposar el seu joc”; es decir, se refirió a León en
catalán, cosa lógica al estar expresándose en esta lengua. La contradicción, la
aplicación de la ley del embudo, está en el hecho de que ese mismo medio exige
decir Lleida cuando se hable en castellano…
Es una muestra más de ese espíritu adolescente que tiene el
nacionalista combativo: exige a los demás lo que no se exige a sí mismo, pide
cosas para él que no está dispuesto a conceder a sus vecinos.
La intrusión de los poderosos en la vida de los ciudadanos,
la irresistible tendencia que tienen los caudillos por controlar y dirigir a la
gente de a pie, lleva a que desde los gobiernos se diga a la ciudadanía cómo
tiene que referirse a Lérida, Alicante, La Coruña o Fuenterrabía, o sea, exige
que el personal meta morcillas en otros idiomas al hablar.
Que nadie se asuste si, en otro momento de extrema
altanería, soberbia y petulancia, empiecen a retirar palabras y giros porque
son políticamente incorrectas, y así se desterrará “un hombre negro”, “un
ciego” o “un enano”, y se prohibirá su uso bajo amenaza de multa. En fin, hay
que asumir que, en el estado actual de las cosas, quien llega al poder siempre
cae en la tentación de meterse en la vida del ciudadano.
CARLOS DEL RIEGO
Politicos intervencionistas, diria Fuera, pero entonces, ¿Quien nos iba a gobernar?.
ResponderEliminarManolo Volkscooter
Nos gobernarían los políticos, pero prohibiendo que nadie esté en política (cobrando) más de ocho años. Que supieran el día que vuelven a trabajar pie a tierra. La cosa cambiaría totalmente.
EliminarUn abrazo.
Plas Plas Plas. El dedo en la yaga.
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