El capitán y la tripulación del barco negrero inglés Zong arrojaron al mar a 142 esclavos como si fueran carga para cobrar el seguro
La capacidad de manipulación de la
Historia que muestra Inglaterra no tiene par. Siempre han sido maestros de la
mentira y la falsificación de los hechos, auténticos catedráticos a la hora de ver
la paja en el ojo ajeno. Un buen ejemplo es la facilidad con que señalan las
culpas y crímenes de los demás a la vez que ocultan las vergüenzas y crueldades
propias. Una evidencia es la terrorífica matanza del barco negrero inglés Zong,
en noviembre de 1781
Aquello fue una prueba incontestable
de la crueldad y racismo de la sociedad británica en la que contribuyeron los
capitanes y marinos, la compañía aseguradora, los tribunales y, en fin, el
gobierno, las leyes y la sociedad de Inglaterra. Es curioso ver cuántos
‘hispanistas’ anglosajones publican libros en los que acusan a cierto país del
sur de Europa, católico y mediterráneo, a la vez que dejan de hablar de las
infinitas monstruosidades y salvajadas que ‘adornan’ la historia de la Gran
Bretaña: Beevor, Payne, Preston, Gibson, Lawrence, Brennan, Kamen…, la lista es
kilométrica.
Lo sorprendente es que todos estos
historiadores (propagandistas, en realidad) jamás publican libros,
investigaciones o estudios historiográficos sobre las masacres perpetradas por,
por ejemplo, Enrique VIII (no ya las decapitaciones de esposas sino las
matanzas de miles de católicos para apropiarse de sus posesiones), ni de cómo los
anglosajones exterminaron de modo sistemático y subvencionado a todos los
indios de lo que hoy es EEUU y Canadá y de cómo establecieron allí la
discriminación racial y la esclavitud hasta bien entrado el siglo XX; nunca han
tenido interés en escribir sobre cómo esclavizaron y casi aniquilaron a los aborígenes
australianos, o de cómo Inglaterra (en comandita con Holanda, otro que tal
baila) fundaron un estado racista por ley en Sudáfrica o de cómo provocaron las
Guerras del Opio para obtener pingües beneficios sin pagar… o, en fin,
imposible citar todo, cómo el insigne Winston Churchill condenó a muerte por
hambre, a sabiendas, a tres millones de personas en la India. Es más fácil
escribir de lo malos que fueron otros y, así, desviar la atención sobre los
propios cadáveres en el armario.
Un caso de evidente manipulación y
ocultación de la Historia es la matanza producida en el barco negrero inglés
Zong y el posterior ‘juicio’. En pocas palabras, en noviembre de 1781, el
capitán y los tripulantes de aquel barco decidieron echar al mar a 142 esclavos
africanos para cobrar el seguro. Lo
malo es que aquel acto criminal tuvo una segunda parte peor, mucho peor, ya que
la legislación vigente en Inglaterra amparó tan atroz asesinato múltiple.
El Zong era un barco propiedad de un
consorcio de comerciantes de Liverpool que se dedicaba exclusivamente a la
captura y venta de africanos. En noviembre de 1781 navegaba rumbo a Jamaica
desde África occidental con un ‘cargamento’ de 442 desdichados (hombres,
mujeres y niños), más del doble de la capacidad del barco, lo que quiere decir
que irían hacinados, sin aire, casi sin comida ni agua, amontonados sin salir
de la bodega en toda la travesía. Por la razón que sea, al avistar Jamaica
creyeron que era la isla La Española y continuaron viaje; para cuando se dieron
cuenta del error ya estaban a cientos de kilómetros. Debido a las terribles
condiciones en que iban ya habían muerto más de sesenta africanos, de modo que
pensaron que lo mejor era arrojar a la mitad de los que quedaban para así poder
cobrar el seguro, ya que si morían en la costa o en el viaje por ‘muerte natural’
(como esos sesenta), no podrían exigir compensación a la compañía aseguradora.
El caso es que lanzaron al mar Caribe 142 personas que, lógicamente, perecieron
ahogadas (cuentan las crónicas que uno consiguió volver al barco).
Cuando volvieron a Inglaterra
reclamaron a la aseguradora, pero ésta se negó a pagar, de modo que se llevó a
cabo un juicio; lo asombroso es que el juicio no fue por asesinato, no fue por la
muerte de aquellos africanos ni por la horrible crueldad de lanzarlos al mar
como si fueran lastre, sino por una cuestión económica: si procedía o no que la
aseguradora pagara por la pérdida de ‘carga’. El capitán y los oficiales del
Zong se justificaron asegurando que el agua escaseaba y que, para salvar el
resto del ‘cargamento’, no hubo más remedio que lanzar parte del mismo al mar,
como si fuera mercancía. Sin embargo, la aseguradora demostró que al llegar
finalmente a su destino llevaban los depósitos de agua a rebosar, y por tanto
no había ‘necesidad’ de tirar al agua a los africanos, por lo que no procedía
pagar. Los marineros aseguraron que eso se debía a que el día antes de atracar
se había desatado una tormenta y por eso las tinajas estaban llenas. Pero luego
se supo (por los diarios de otros barcos), que la tormenta había sido antes del
29 de noviembre, el día en que se produjo la masacre. En definitiva, tanto los
mandos como la marinería se pusieron de acuerdo para deshacerse de la carga
humana exclusivamente para cobrar el seguro; como cabía esperar, el cuaderno de
bitácora del Zong había desaparecido misteriosamente.
En el primer juicio se falló a favor
de los propietarios del barco, pero la aseguradora apeló y hubo un segundo
juicio. En éste, el juez determinó que “arrojar los esclavos era exactamente lo
mismo que arrojar caballos por la borda (sic) lo importante es si había o no
necesidad de arrojarlos al agua para salvar el resto de la carga”. Tras la
insistencia de la aseguradora, los propietarios dijeron que “los esclavos
perecieron como una carga de bienes materiales para salvar el bien mayor del
barco”. Este modo de pensar, aun en 1781, sólo podía tener lugar en un país
donde el racismo estuviera tan arraigado que contaba con el amparo de la ley:
Inglaterra. Cuando se demostró que en el barco había agua más que suficiente,
los jueces dictaminaron a favor de la aseguradora y en contra de los
propietarios del barco, y los asesinos no cobraron. Pero nunca se planteó un
juicio contra el capitán y los marineros por asesinato; sólo un antiesclavista,
Granville Sharp, intentó que se tuviera en cuenta la acusación por asesinato,
pero no tuvo el menor éxito.
Peor que el atroz asesinato fue el
hecho de que la ley inglesa de aquella época (1781) considerara a las personas
como simple ‘carga’ sacrificable para salvar el resto de los ‘fardos’. Si
tamañas salvajadas se hubieran producido en un navío y tribunal españoles,
¡cuánto lo hubieran cacareado los ingleses!
CARLOS DEL RIEGO



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