lunes, 1 de abril de 2024

LOS PROBLEMAS DE QUIENES NO TIENEN VERDADEROS PROBLEMAS

 

Hay criaturas convencidas de que estas acciones son eficaces contra la emergencia climática

Cuando alguien busca problemas a los que enfrentarse es que no tiene verdaderos problemas. En los últimos lustros han aparecido preocupaciones en la gente que hasta hace poco no existían. En las sociedades occidentales, en las que (más o menos) se han resuelto las necesidades vitales de la población, parte de ésta busca desesperadamente  problemas a los que enfrentarse y con los que satisfacer sus ganas de luchar, porque parece necesitar algo perverso (catástrofe, apocalipsis, holocausto) a lo que combatir, puesto que no precisan ya sacrificarse por lo elemental

 

Hay hoy en el llamado primer mundo grupos de personas que están convencidas de un próximo holocausto nuclear y otros que ‘denuncian’ una conspiración planetaria para convencer a la población de que la tierra es redonda cuando, ‘en realidad’, es plana; e igualmente los que sostienen que las vacunas contra el covid fueron un arma letal empleada para eliminar población; los persuadidos de que el mundo está cerca de una apocalipsis climática; y los que creen que la estela de vapor de los aviones es un producto tóxico para ‘fumigar’ a todo el mundo.  

 

No es nueva pero sí que ha cobrado auge últimamente la creencia en el preparacionismo. Sí, los preparacionistas son los ciudadanos que están plenamente convencidos de que pronto habrá una catástrofe a escala planetaria (bélica, nuclear, climática, energética…) y por ello se preparan para afrontarla. Así, se han construido refugios subterráneos a prueba de bombas, con protección antinuclear, herméticos y, lógicamente, abastecidos de todo lo necesario para subsistir mucho tiempo sin salir. Conservas, miles de latas, combustibles, baterías y muchísimas otras provisiones abarrotan el refugio que, creen, un día les salvará la vida. El problema es que, incluso las latas de conservas, pasados unos años no se pueden consumir; y otras cuestiones, como qué hacer con desperdicios y excrementos, cómo almacenar agua para muchos meses o años, cómo lidiar con los problemas sicológicos y de relación con otros ‘refugiados’, con la claustrofobia o las horas de ‘nada que hacer’.

 

Lo de los que creen que la Tierra es plana, los terraplanistas, parece haber perdido algo de actualidad, lo que no quiere decir que haya perdido creyentes. Esta paranoia es muy curiosa, puesto que sus adeptos aun no han explicado el por qué: ¿por qué hay quien se empeña en hacer creer a la población mundial que la Tierra es redonda cuando realmente es plana? Y da igual que se les explique que en España es de día cuando en Australia es de noche, como puede comprobarse con, por ejemplo, el Open de Australia de tenis, que allí es de noche y aquí de día; suelen decir que todo es un montaje para engañar… Así, vuelve a plantearse ¿por qué y quién ganaría con esta confabulación?

 

Aunque parezca agua pasada, la realidad es que aun hay mucha gente que acusa a gobiernos, empresas farmacéuticas, médicos, químicos, farmacéuticos (miles de personas)… de haber administrado vacunas asesinas cuando se vacunó a la población contra el covid. Por eso, cuando alguien muere repentinamente, los paranoicos de las vacunas aseguran (sin conocer el caso más que por la prensa, sin autopsia, sin conocimientos médicos) que se debe a la vacuna contra el coronavirus. Y a ésta le achacan no sólo muertes súbitas, sino asesinatos, suicidios, infartos, ictus…, incluso accidentes de tráfico, incluso incendios. Hay muchos seres racionales que no atienden a razones ni razonamientos, ni siquiera aunque los especialistas (médicos y farmacéuticos sobre todo) se lo expliquen con argumentos científicos.  

 

Algo parecido son los ‘fumigacionistas’, que son quienes están persuadidos, más allá de toda lógica, de que las estelas de vapor que dejan los aviones de pasajeros son en realidad gases muy perjudiciales para la población, por lo que suelen decir que están ‘fumigando’ al personal. Como el resto de creencias disparatadas, cualquier especialista podría explicar fácilmente lo imposible de ese riesgo. Esos aviones viajan a unos diez kilómetros de altura, lo que significa que lo que ‘fumiguen’ no caerá en el sitio donde se vaporice el supuesto producto químico, ya que los vientos y corrientes que hay a esa altura pueden llevar las partículas a cualquier sitio; de hecho, gran parte del gas que se suelte a tal altura puede tardar muchos años en llegar a tierra, incluso puede pasarse siglos a merced de todo tipo de brisas y movimientos de masas de aire. Así, si algún avieso ‘genio del mal’ ideara tal cosa, él mismo podría ser víctima de los gases, ya que nunca se sabe cuándo y dónde pueden llegar a caer las partículas de gas liberado a esa distancia sobre el nivel del mar.

 

Clásicos de la paranoia más esperpéntica son los ‘ultraecologistas’, que están dispuestos a pegarse a cualquier superficie (incluso al asfalto) o atentar contra obras de arte para “llamar la atención de la ‘catástrofe climática’ que está a punto de suceder”. Lo sorprendente es que los adeptos a esta paranoia están convencidos de que con esas acciones su ‘causa’ gana adeptos, cuando la realidad es que genera la repulsa de la mayoría (y puede ocasionar sentimientos contarios: “¿ah sí?, pues ahora contamino más”) y, por otro lado, hace caer en el desánimo a muchos otros (“bah, para qué voy a hacer nada si ya estamos condenados”). Y a quienes ponen en duda este dogma ultra se les tacha de ‘negacionistas’, sin embargo, quienes niegan la evidencia son los extremistas fanatizados, puesto que los gurús y sacerdotes climáticos llevan décadas amenazando con desgracias, apocalipsis climáticos, catástrofes a escala planetaria a pesar de que, invariablemente, nunca se cumplen los plazos dados, al contrario, se llega a la fecha señalada y no pasa nada, ni se deshielan los polos, ni se inundan las ciudades costeras ni otras profecías. Las consecuencias de la ‘emergencia climática’ de la que tanto avisan no llegan nunca. Y da igual que haya muchos científicos que nieguen la emergencia (en google se puede buscar “1609 científicos niegan cambio climático”).  

 

Cuando tienen satisfechas sus necesidades primarias, hay criaturas que necesitan otras necesidades, otros problemas, otros desastres con los que satisfacer la necesidad y el impulso de rebelarse contra algo. Y así se apuntan a cualquier chifladura que la mente pueda imaginar, y no les valen las razones o explicaciones: su dogma está por encima. Es curioso que en países del Tercer Mundo no aparecen estos fenómenos: tienen verdaderas problemas.

 

CARLOS DEL RIEGO

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