miércoles, 29 de octubre de 2025

LA MASACRE DEL BARCO NEGRERO ZONG, OTRA MUESTRA DE LA HABILIDAD DE INGLATERRA PARA OCULTAR SUS ATROCIDADES

 


El capitán y la tripulación del barco negrero inglés Zong arrojaron al mar a 142 esclavos como si fueran carga para cobrar el seguro

 

La capacidad de manipulación de la Historia que muestra Inglaterra no tiene par. Siempre han sido maestros de la mentira y la falsificación de los hechos, auténticos catedráticos a la hora de ver la paja en el ojo ajeno. Un buen ejemplo es la facilidad con que señalan las culpas y crímenes de los demás a la vez que ocultan las vergüenzas y crueldades propias. Una evidencia es la terrorífica matanza del barco negrero inglés Zong, en noviembre de 1781 

 

Aquello fue una prueba incontestable de la crueldad y racismo de la sociedad británica en la que contribuyeron los capitanes y marinos, la compañía aseguradora, los tribunales y, en fin, el gobierno, las leyes y la sociedad de Inglaterra. Es curioso ver cuántos ‘hispanistas’ anglosajones publican libros en los que acusan a cierto país del sur de Europa, católico y mediterráneo, a la vez que dejan de hablar de las infinitas monstruosidades y salvajadas que ‘adornan’ la historia de la Gran Bretaña: Beevor, Payne, Preston, Gibson, Lawrence, Brennan, Kamen…, la lista es kilométrica.

 

Lo sorprendente es que todos estos historiadores (propagandistas, en realidad) jamás publican libros, investigaciones o estudios historiográficos sobre las masacres perpetradas por, por ejemplo, Enrique VIII (no ya las decapitaciones de esposas sino las matanzas de miles de católicos para apropiarse de sus posesiones), ni de cómo los anglosajones exterminaron de modo sistemático y subvencionado a todos los indios de lo que hoy es EEUU y Canadá y de cómo establecieron allí la discriminación racial y la esclavitud hasta bien entrado el siglo XX; nunca han tenido interés en escribir sobre cómo esclavizaron y casi aniquilaron a los aborígenes australianos, o de cómo Inglaterra (en comandita con Holanda, otro que tal baila) fundaron un estado racista por ley en Sudáfrica o de cómo provocaron las Guerras del Opio para obtener pingües beneficios sin pagar… o, en fin, imposible citar todo, cómo el insigne Winston Churchill condenó a muerte por hambre, a sabiendas, a tres millones de personas en la India. Es más fácil escribir de lo malos que fueron otros y, así, desviar la atención sobre los propios cadáveres en el armario.

 

Un caso de evidente manipulación y ocultación de la Historia es la matanza producida en el barco negrero inglés Zong y el posterior ‘juicio’. En pocas palabras, en noviembre de 1781, el capitán y los tripulantes de aquel barco decidieron echar al mar a 142 esclavos africanos para cobrar el seguro. Lo malo es que aquel acto criminal tuvo una segunda parte peor, mucho peor, ya que la legislación vigente en Inglaterra amparó tan atroz asesinato múltiple.

 

El Zong era un barco propiedad de un consorcio de comerciantes de Liverpool que se dedicaba exclusivamente a la captura y venta de africanos. En noviembre de 1781 navegaba rumbo a Jamaica desde África occidental con un ‘cargamento’ de 442 desdichados (hombres, mujeres y niños), más del doble de la capacidad del barco, lo que quiere decir que irían hacinados, sin aire,   casi sin comida ni agua, amontonados sin salir de la bodega en toda la travesía. Por la razón que sea, al avistar Jamaica creyeron que era la isla La Española y continuaron viaje; para cuando se dieron cuenta del error ya estaban a cientos de kilómetros. Debido a las terribles condiciones en que iban ya habían muerto más de sesenta africanos, de modo que pensaron que lo mejor era arrojar a la mitad de los que quedaban para así poder cobrar el seguro, ya que si morían en la costa o en el viaje por ‘muerte natural’ (como esos sesenta), no podrían exigir compensación a la compañía aseguradora. El caso es que lanzaron al mar Caribe 142 personas que, lógicamente, perecieron ahogadas (cuentan las crónicas que uno consiguió volver al barco).

 

Cuando volvieron a Inglaterra reclamaron a la aseguradora, pero ésta se negó a pagar, de modo que se llevó a cabo un juicio; lo asombroso es que el juicio no fue por asesinato, no fue por la muerte de aquellos africanos ni por la horrible crueldad de lanzarlos al mar como si fueran lastre, sino por una cuestión económica: si procedía o no que la aseguradora pagara por la pérdida de ‘carga’. El capitán y los oficiales del Zong se justificaron asegurando que el agua escaseaba y que, para salvar el resto del ‘cargamento’, no hubo más remedio que lanzar parte del mismo al mar, como si fuera mercancía. Sin embargo, la aseguradora demostró que al llegar finalmente a su destino llevaban los depósitos de agua a rebosar, y por tanto no había ‘necesidad’ de tirar al agua a los africanos, por lo que no procedía pagar. Los marineros aseguraron que eso se debía a que el día antes de atracar se había desatado una tormenta y por eso las tinajas estaban llenas. Pero luego se supo (por los diarios de otros barcos), que la tormenta había sido antes del 29 de noviembre, el día en que se produjo la masacre. En definitiva, tanto los mandos como la marinería se pusieron de acuerdo para deshacerse de la carga humana exclusivamente para cobrar el seguro; como cabía esperar, el cuaderno de bitácora del Zong había desaparecido misteriosamente.

 

En el primer juicio se falló a favor de los propietarios del barco, pero la aseguradora apeló y hubo un segundo juicio. En éste, el juez determinó que “arrojar los esclavos era exactamente lo mismo que arrojar caballos por la borda (sic) lo importante es si había o no necesidad de arrojarlos al agua para salvar el resto de la carga”. Tras la insistencia de la aseguradora, los propietarios dijeron que “los esclavos perecieron como una carga de bienes materiales para salvar el bien mayor del barco”. Este modo de pensar, aun en 1781, sólo podía tener lugar en un país donde el racismo estuviera tan arraigado que contaba con el amparo de la ley: Inglaterra. Cuando se demostró que en el barco había agua más que suficiente, los jueces dictaminaron a favor de la aseguradora y en contra de los propietarios del barco, y los asesinos no cobraron. Pero nunca se planteó un juicio contra el capitán y los marineros por asesinato; sólo un antiesclavista, Granville Sharp, intentó que se tuviera en cuenta la acusación por asesinato, pero no tuvo el menor éxito.

 

Peor que el atroz asesinato fue el hecho de que la ley inglesa de aquella época (1781) considerara a las personas como simple ‘carga’ sacrificable para salvar el resto de los ‘fardos’. Si tamañas salvajadas se hubieran producido en un navío y tribunal españoles, ¡cuánto lo hubieran cacareado los ingleses!

 

CARLOS DEL RIEGO

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