Una de las fotos que hizo el 'turista' Takeo Yushikawa del puerto desde un avión turístico estadounidense alquilado días antes del ataque japonés a Pearl Harbour
Hace unas semanas se cumplieron ochenta
años del final de la II Guerra Mundial. Seguramente sea el conflicto más
estudiado, documentado, analizado y desmenuzado de la Historia, tanto que
también se han constatado hechos que, dentro de aquella inmensa tragedia,
tienen un cierto sabor humorístico, parecen bromas, chistes
Ocho décadas han pasado ya desde que terminó
aquella masacre iniciada por un pervertido descerebrado. Fueron seis años de
guerra global en la que se produjeron todo tipo de episodios, incluyendo
algunos que, si no fuera porque se produjeron en un entorno sangriento, parecerían
chascarrillos, chanzas, cuchufletas.
Un suceso poco conocido se produjo al
poco de que el ejército nazi entrara en Francia (VI-1940). En aquel momento se
produjo un éxodo de franceses hacia las zonas no ocupadas. Al llegar los
alemanes a Orleáns se encontraron con una ciudad semidespoblada, casi fantasma:
no había alcalde ni concejales, ni policía ni funcionarios ni autoridad alguna,
tampoco había agua, electricidad ni, en fin, ningún servicio básico. Lo que sí
había era edificios ardiendo sin que nadie les hiciera el menor caso. En toda
la ciudad sólo una farmacia abría sus puertas, con lo que las colas eran
kilométricas. El farmacéutico atendía él sólo al público durante horas y horas,
siempre sonriente. Cada cliente, al salir, comentaba lo bondadoso pero extraño
que era ese boticario, pues vendía todos los productos a diez céntimos, desde el
tubo de aspirina hasta el más caro tratamiento, todo a diez céntimos. Unas
cuantas horas después se descubrió el misterio: el solícito farmacéutico era
uno de los internos de un manicomio cercano que habían salido del siquiátrico
cuando éste se quedó sin nadie que lo atendiera. No es que trataran de escapar,
sino que simplemente salieron, y mientras algunos deambulaban por las calles
gritando y gesticulando, otros vivían sus fantasías y locuras con total
libertad, entre ellos el que se sintió farmacéutico. Incluso los alemanes
colaboraron en la captura de aquellos desdichados.
Conocidas son las historias de los
soldados japoneses que, destinados en islas del Pacífico, se quedaron en sus
puestos ignorando que la guerra había terminado. Algunos habían conseguido
ocultarse a los ejércitos estadounidenses cuando atacaron su isla, de modo que
cuando les llegaban noticias de que Japón se había rendido, simplemente no lo
creían, y así permanecieron escondidos durante décadas. En otras ocasiones los
soldados nipones no se enteraron del fin de la guerra, puesto que el alto mando
de EE UU comprobó que ir reconquistando isla por isla costaba miles y miles de
vidas, por lo que decidió recuperar sólo las que tuvieran aeropuerto, estación
de radar u otras instalaciones de interés militar, con lo que muchas islas del
Pacífico nunca fueron atacadas y su guarnición japonesa se quedó allí
cumpliendo las órdenes. De este modo, unos cuantos soldados y oficiales
japoneses permanecieron en guerra con Usa muchos años después de terminada,
alguno hasta 1975. El soldado Yoichi Yokoi fue el último superviviente de un
pequeño grupo que se refugió en las selvas de la isla de Guam; durante muchos
años sobrevivió comiendo cangrejos y peces, caracoles, roedores y la fruta que
encontraba. Cuando finalmente fue convencido (no sin esfuerzo) del fin de la
guerra y se entregó, en 1972, vestía ropa hecha de corteza de árbol. Igualmente,
el teniente Onoda sólo se creyó la derrota de Japón cuando, en 1974, fue a
buscarlo el que había sido su superior. Muchos otros morirían en la isla que se
les había encomendado sin saber que todo había terminado y sin ser encontrados
nunca. El fanatismo llevado al extremo se vuelve hilarante.
Otra más de la guerra en el Pacífico.
En el famoso ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, los
pilotos japoneses se guiaron por unas fotografías aéreas que mostraban
perfectamente el puerto y el resto de las instalaciones y, más importante, por
unas instantáneas conseguidas por un ‘turista’ japonés que, sin ocultarse, con
la cámara colgada del cuello, iba haciendo fotos de los puntos militarmente más
sensibles de la isla de Oahu (donde estaba Pearl Harbor) sin que nadie le
pidiera explicaciones y, en fin, sin levantar sospechas. El alto mando japonés
ya tenía mapas de la isla y fotos aéreas, pero no actuales y no de esos puntos.
El espía, llamado Yoshikawa, envió fotografías que fueron valiosísimas.
Tranquilamente, desde bares y restaurantes situados en posiciones elevadas,
fotografió movimientos y tipos de barcos, horarios, instalaciones militares, depósitos
de combustible, pistas de aterrizaje y días en que más aviones había en tierra,
despegues, patrullas, defensas antiaéreas… Incluso alquiló un avión para conseguir
aquellas fotos aéreas. Y todo a la luz del día, sin que nadie nunca sospechara
nada ni se extrañara de tanta foto; de hecho, fotografió y envió esos
‘reportajes’ hasta un par de semanas
antes del ataque japonés, es decir, la información estaba perfectamente actualizada.
Y todo en las mismísimas narices del enemigo.
Es curioso pero incluso en las
situaciones más terribles se pueden encontrar hechos, situaciones y sucesos
chuscos, de esos que mueven a la sonrisa.
CARLOS DEL RIEGO