Fotografía fechada ya en el siglo XX que muestra cómo seguían siendo tratados los aborígenes.
Así se ilustró la masacre de Waterloo Creek, perpetrada unos meses antes que la de Myall Creek.
En junio de 1838 los granjeros y ganaderos de Australia van ampliando sus territorios a costa de los aborígenes. Usurparon la tierra, talaron bosques para pastos, acabaron con las fuentes de recursos de los nativos…, y si se cruzaban en su camino, los liquidaban sin esconderse. Eso ocurrió en junio de 1838 en lo que se conoce como la Masacre de Myall Creek, que fue una más de las muchísimas matanzas de nativos perpetradas por los colonos, pero a diferencia de las demás, esta fue investigada y se llevó a juicio y a la horca a los asesinos
Inglaterra se deshizo de miles de sus delincuentes enviándolos a Australia. Así, asesinos y criminales sin escrúpulos ni frenos morales se vieron libres, con enormes extensiones de tierra por explotar y prácticamente sin ninguna ley ni policía que se interpusiera en su camino. El problema es que había aborígenes que estorbaban, pero los criminales ingleses no tuvieron dudas a la hora de suprimirlos. Desde finales del siglo XVIII los presidiarios ingleses se establecieron ilegalmente en ranchos ganaderos, y si tenían que expulsar de ‘su’ territorio a los aborígenes, lo mejor era liquidarlos. Los asesinatos en masa de nativos se hicieron cosa corriente, tanto que los ex presos británicos que los perpetraban no se escondían, sino que los contaban con detalle y henchidos de orgullo.
A partir de 1820 todos los ganaderos-criminales ex presidiarios británicos empezaron a ampliar sus ranchos a costa de quitar terreno a los nativos, que a veces se defendían, lo cual ocasionaba sangrientas represalias, muchas de ellas organizadas por las autoridades coloniales y perpetradas por su policía (este modelo lo siguieron los ingleses en otros lugares del mundo). Se produjeron infinitas matanzas y degollinas de aborígenes, algunas conocidas y muchas más de las que no existen más que rumores. Una de ellas es la conocida como Masacre de Myal Creek, perpetrada el 10 de junio de 1838.
Un grupo de treinta y tantos aborígenes se refugiaron en el rancho de un granjero, al que tenían por amigo, huyendo de la persecución de otros ganaderos. Al llegar la partida de linchamiento, el supuesto amigo les dijo que estaban detrás, en un corral. Allí fueron los criminales ingleses (Australia no fue independiente hasta 1901) y los masacraron a casi todos (casi todos mujeres y niños), pues pudieron huir al menos dos; usaron espadas y cuchillos, ya que entre los gritos desesperados de las víctimas sólo se oyeron dos disparos. Luego los cortaron en trozos y los quemaron en una gran hoguera.
Numerosas matanzas semejantes se habían producido en años, en meses anteriores, pero esta vez otro granjero se tomó la molestia de informar a las autoridades. Y se encargó de la investigación a un fiscal que pensaba que un hombre es un hombre, sea blanco, negro o aborigen. Llevó a cabo una labor minuciosa que condujo a los asesinos a juicio, donde fueron absueltos debido a que el testigo de cargo (un joven de los que huyó pero lo vio todo) no era cristiano y por tanto no podía jurar sobre La Biblia. El fiscal (John Plunkett) no se desanimó, sino que mantuvo los cargos, y mientras se preparaba un nuevo juicio evangelizó y bautizó al joven aborigen, que entonces sí pudo declarar. Siete de los once acusados fueron declarados culpables y ahorcados antes de terminar el año a pesar de las protestas de la población, la prensa, los políticos…, que estaban convencidos de que no se podía juzgar a un blanco por matar a un negro. El cabecilla del linchamiento nuca fue capturado.
Uno de los miembros del jurado del primer juicio declaró después a un periódico: “Los negros son como monos, y cuanto antes sean borrados de la tierra mejor. Todos sabíamos que los acusados eran culpables de asesinato, pero nunca condenaré a la horca a un hombre blanco por matar a un negro”. Y un periódico de Sydney publicó: “La vida de todos los animales de raza negra no vale ni el dinero que los colonos tendremos que pagar por la impresión de los estúpidas actas judiciales en las que ya hemos perdido demasiado tiempo”.
La tendencia no cambió a pesar del juicio y la sentencia. El racismo tan británico seguía profundamente instalado en el sentir y en el pensar de la sociedad colonial de Australia, por lo que los asesinatos y matanzas de aborígenes continuaron, ya fuera de mano de la autoridad o de los propios interesados; lo único que cambió es que desde entonces nadie hacía alarde de sus matanzas. Y nunca hubo más blancos juzgados por matar aborígenes. La última matanza documentada fue en 1928; no hubo acusados.
No hay que olvidar que el Gobierno Británico declaró en el siglo XVIII Australia (y muchos otros territorios) ‘terra nullius’, es decir, tierra de nadie, cosa que viene a significar que allí no viven humanos y, por tanto, que los nativos no son personas. Para el inglés, el aborigen era como el canguro, que podía ser cazado por deporte. Y todo fue aun peor para los australianos cuando, hacia mediados del siglo XIX, se descubrió oro.
Allí donde llegaron los ingleses exterminaron sistemáticamente y se quedaron con las tierras. Ese fue siempre su procedimiento: constituir colonias en las que sólo ellos tenían los derechos. Otros fundaron provincias de ultramar.
CARLOS DEL RIEGO
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