Pilotos republicanos españoles a su llegada a Kirovabad. No tenían ni idea de lo que les esperaba.. |
La Unión Soviética de Stalin no tuvo
nada que envidiar a los más extremos, paranoicos y deshumanizados
totalitarismos del siglo pasado. Allí todo el mundo era sospechoso: ya fueran
altos cargos del partido, militares, poderosos funcionarios o ciudadanos de a
pie, cualquiera podía ser detenido, juzgado o no y enviado a Siberia, o al
paredón; no importaba si había acusación formal, pruebas o testigos. Por ello,
si el que era mirado por el NKVD o cualquiera de las otras policías políticas
era, además, extranjero, las sospechas se convertían en condena.
Esto ocurrió con no pocos republicanos
españoles en los últimos años treinta y la década siguiente. Trágica y a la vez
ridícula, incluso kafkiana, es la desventura padecida por un grupo de
comunistas españoles que, al terminar la Guerra Civil Española, se fueron al
exilio en Francia; cuando ésta fue ocupada por los nazis fueron capturados y
deportados a Alemania como mano de obra forzosa. Luego, en 1945, al entrar los
rusos en Berlín, aquellos españoles, viéndose libres de los nazis, crecidos y
envalentonados, deciden esperar al Ejército Rojo en la Embajada de España (ya
abandonada), donde izaron una bandera republicana y otra roja llenos de orgullo
y satisfacción. Sin embargo, al llegar los oficiales soviéticos los tomaron por
el embajador español y los demás componentes de la legación, todos acompañados
por sus esposas e hijos. Aquellos desgraciados españoles trataron de explicar
que eran comunistas, que eran republicanos, que no eran diplomáticos
franquistas y que si estaban en la embajada era porque la habían ocupado para
recibir, como se merecían, a sus camaradas del Ejército Rojo que acababan de derrotar
a los nazis… Nada, no hubo forma de convencer ni a los militares ni a los
funcionarios soviéticos, así que, de entrada, fueron enviados a un campo de
concentración cerca de Moscú, y luego a otro, y luego a otro… Veinte años
después, aquel grupo de desdichados republicanos españoles que quisieron
agasajar a los soldados soviéticos seguían secuestrados (no había ni siquiera
acusación contra ellos) en la U.R.S.S., y ello a pesar de que, con total
seguridad, Moscú ya sabía que aquellos no eran diplomáticos.
Durante los tres años de la Guerra
Civil, la República envió grandes cargueros a recoger material bélico a los
puertos de la Unión Soviética. Incomprensiblemente, varios de aquellos barcos
fueron incautados con los pretextos más peregrinos (errores en la
documentación, en los papeles, en los permisos, en el embarque…), de manera que
para julio de 1939 eran nueve los buques que la principal aliada del bando
republicano se había quedado: el Cabo San Agustín, el Juan Sebastián Elcano, el
Cabo Quilates, el Inocencio Figueredo, el Mar Blanco, el Isla Gran Canaria, el
Marzo, el Ciudad de Tarragona y el Ciudad de Ibiza. La mayoría de sus
tripulantes fueron repatriados rápidamente, pero hubo otros, alrededor de
cincuenta, que fueron retenidos en Unión Soviética; ¿por qué a unos se les dejó
marchar sin problemas y a otros no?, ¡quién sabe! El caso es que la policía
política, llegado el momento, les preguntó qué opción escogían: quedarse a
vivir en la URSS y adoptar su nacionalidad, volver a España o irse a otros países;
los que eligieron quedarse fueron enviados a los koljós (granjas colectivas) y
de ellos nunca más se supo, quienes dijeron que preferían irse a México o
Francia siguieron retenidos (en realidad, secuestrados), pues los rusos entendieron
como un desprecio que quisieran vivir en esos países antes que en la Rusia que
los había acogido; y los pocos que se atrevieron a pedir volver a España
¡fueron repatriados sin más!, pues la policía política pensaba que serían
represaliados por el aparato franquista. Al pasar el tiempo, los que no
pudieron salir fueron detenidos y enviados de un campo de concentración a otro;
a varios se les perdió la pista para siempre (por ejemplo al capitán del Mar
Blanco, Ángel Leturia, y otros cuatro marineros), mientras que al resto se les
embarcó en el río Yeniséi (frontera entre Siberia Occidental y Central) hasta
su desembocadura (al norte de Círculo Polar Ártico) para construir carreteras.
Luego pasaron a otro campo del Gulag para, diecisiete ó dieciocho años después,
ser finalmente repatriados. Al igual que los anteriores, no habían sido ni
acusados, ni juzgados, ni condenados, simplemente secuestrados. No hará falta
decir que, a su regreso, eran profundamente anticomunistas.
Durante 1938 el Gobierno Republicano
envió muchos estudiantes a la escuela de pilotos de Kirovabad (hoy Ganja), en
Azerbaiyán. Al terminar la Guerra Civil quedaban allí unos doscientos. Las
autoridades soviéticas les hicieron la misma pregunta, ¿quedarse o irse? Un
tercio, más o menos, decidió quedarse, y el resto pidió irse a Argentina,
Chile, México… Pasado un tiempo y tras presiones y promesas, otros cuarenta
comunican su deseo de adoptar la nacionalidad rusa, mientras que algunos
optaron por quedarse sólo hasta que terminara la II Guerra Mundial. El resto fue
recluido en una ‘residencia’ llamada Monino; de ésta, a principios de 1940
fueron sacados y fusilados cinco de ellos, los que con más convencimiento
exigían su liberación. Los pilotos republicanos, entonces, deciden pedir ayuda
a las embajadas de los países aliados de la URSS, pero sólo tres de ellos
consiguieron salir de allí al acreditar tener familiares en otros países.
Después de meses de retención y vigilancia (ya en 1941) aquellos aviadores
españoles que habían resistido casi lo irresistible para conservar su dignidad
y su nacionalidad, son finalmente detenidos, iniciando el consabido viaje por
el Gulag, de un campo siberiano a otro. Fueron repatriados en 1954 (una vez
muerto Stalin) echando pestes del comunismo y los comunistas…
De las atrocidades cometidas por los
nazis se sabe mucho, de las perpetradas por los soviéticos mucho menos; todo el
mundo ha leído acerca de las salvajadas de Auschwitz, Mauthausen o Treblinka,
pero muy pocos conocen algo de lo sucedido en Jarkov, Cherepovets o Kolimá. Sin
embargo, ambos regímenes están a la par.
CARLOS DEL RIEGO