OPINIÓN

HISTORIA

domingo, 18 de septiembre de 2016

DELICIAS DEL ROCK COMERCIAL MÁS AÑEJO. Actualmente es algo que rara vez se menciona, pero en los momentos de esplendor del rock & roll, cuando aún no estaba domesticado, los más interesados valoraban mucho si el disco o el grupo eran o no ‘muy comerciales’. Hoy, aquello tan mal visto ha adquirido un encanto especial.

The Sweet, rock comercial con el encanto del exceso.
Hay que diferenciar lo comercial sin más, o sea la música ligera, la canción española, la balada romántica y melodramática…, de lo que podía ser rock y a la vez ‘comercial’, que es de lo que se trata aquí. El caso es que, entonces, para evaluar lo comercial de un grupo no se tenía tan en cuenta si había vendido mucho o poco (que también), sino si se emitía con frecuencia en las ‘radiofórmulas’ o si el estribillo era tan pegadizo que no había manera de esquivarlo. Sí, tildar a una banda de ser comercial equivalía a sacarla de ese selecto mundillo que se había formado en torno al rock. Sin embargo, con la amplia perspectiva que proporciona el tiempo, no pocas de aquellas bandas que fueron estigmatizadas con este sambenito se han vuelto más que respetables, y algunas de sus canciones han alcanzado la categoría de clásicos…, algo que resulta comprensible si se tiene la maldad de compararlos con la música comercial del siglo XXI.


Cierto que el concepto de lo ‘comercial’ es dificilísimo de definir y delimitar, puesto que hay bandas históricas de máxima talla artística que han vendido millones y han sonado hasta en la cola de la pescadería; y es que, en realidad, ahí está lo verdaderamente difícil: crear canciones con talento e ingenio que, además, tengan la propiedad de atraer al gran público (fuera del rock un buen ejemplo es Mozart, cuyas melodías son tan populares que las puede tararear cualquiera y, a la vez, nadie diría que son comerciales). El rock comercial destrozaba oídos en los coches de choque en los primeros 70, de hecho, algunos de aquellos discos de rock simple y sin pretensiones alcanzaron un éxito relativamente mayoritario a causa del volumen con que impactaban en los usuarios de ésta y otras atracciones de feria. Asimismo, en las salas de ‘recreativos’ (donde los billares y futbolines) y en muchos bares había instalados los ‘jukebox’, aquellas máquinas que a cambio de una moneda (de un duro, unos tres céntimos de euro) te dejaban escoger y escuchar un par de canciones; en la lista de títulos siempre había unos cuantos singles perfectamente encuadrables en el rock comercial. Muchos fueron los grupos de esta variante cuyos dos o tres primeros singles entraban  en aquellas máquinas de discos (que pronto desaparecieron).


Pueden citarse, por tanto, docenas de bandas y el doble de canciones que entonces eran rock comercial. Por ejemplo los holandeses Shoking Blue, cuyo ‘Venus’ pasó de ser una pieza del rock más comercial y despreciado por los puristas del género a una melodía mil veces reinterpretada y que ha visto docenas de versiones desde su aparición, en 1969; en su momento álgido alcanzó el número uno de las listas de un montón de países (Usa incluido), y ha vuelto a visitar esos lugares varias veces en las décadas siguientes. Su melodía sencilla y embelesadora ha permitido que, a pesar de haberse escuchado miles y miles de veces, nunca se hace cargante. Además, esta formación de estética hippy y psicodélica regaló otra canción difícil de olvidar, el ‘Never marry a railroad man’, en español ‘Nunca te cases con un ferroviario’; posiblemente con una carga melódica más brillante que la anterior, su tono entre melancólico y casi suplicante resulta irresistible, de modo que si se escucha una vez, volverá, y no será posible apartarla de la mente… 

Otro grupo que construyó piezas fácilmente catalogables como rock comercial fue el británico Christie, que en 1970 sacudió las listas de dos docenas de países con su contagioso ‘Yellow river’. Sencilla y tremendamente contagiosa, fue ofrecida a The Tremeloes, que no la vieron con buenos ojos, así que Jeff Christie (autor y líder de la banda) la recuperó e incluso aprovechó las bases que aquellos ya habían grabado para conseguir un éxito global. ¡Y cómo sonaba en los coches de choque, y cómo la machacaban en las máquinas de discos! Al poco publicaron otro single de éxito, ‘San Bernardino’, que proponía nuevamente un ritmo fácil y una melodía que entraba muy fácil. Y aun volvieron a las listas con otro single que por aquí se pinchó casi hasta que sangró, el emblemático ‘Iron horse’, una canción potente y arreglada con estilo, con cadencia muy dinámica y secuencias melódicas que se integran en el oído como el oxígeno en los pulmones.  

No puede olvidarse a otros símbolos del rock comercial, algunos con sonido más ‘chicle’ como The Monkees o The Archies, y otros con arquitectura rocosa como Gran Funk, brillantes constructores de melodías como Bread o, ya en los ochenta, maestros del heavy más ligero y pensado para el negocio como los suecos Europe.  

Cuando irrumpió el glam-rock aparecieron cantidad de grupos que combinaban una estética excesiva y aparatosa con canciones de muy fácil digestión, temas sin complicaciones pero eficaces tanto en la radio como en vivo, discos que aparecían, sonaban sin cesar y pronto eran reemplazados por otros. Así surgieron, además de grandes divos del rock en general, nombres de menor alcance que gozaron de sus momentos de gloria y regalaron títulos que, pasado el tiempo, tienen más chicha de lo que entonces parecía. Así, se pueden recordar cantidad de bandas, entre ellas las dirigidas por aquellos fabricantes de éxitos que eran Nick Chinn y Mike Chapman, (que competían con otras figuras como Vanda y Young o el inagotable Giorgio Moroder). Una de ellas era The Sweet, que lograron dos exitazos que todavía resuenan, como la encendida ‘Ballroom blitz’ o la pegajosa ‘Fox on the run’, auténticos emblemas de su época que, sin embargo, no desentonan nunca. ¡Y qué decir de la tosca, gritona y a la vez hechizante propuesta de Slade!

Todas esas (y unas cuantas más) sonaban a volumen brutal en los setenta del siglo pasado en casi todas las atracciones de todas las ferias, en bares y billares, e incluso tenían presencia en las listas de éxito que radiaban las emisoras con ‘radiofórmula’. Sí, era rock comercial, facilón en muchos casos pero, por muy raro que parezca, es innegable que aquellas canciones sobreviven sin problemas fuera de su contexto histórico. ¿Ocurrirá  lo mismo con el rock, comercial o no, de hoy?      


CARLOS DEL RIEGO

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