Ocurre muchas veces
que la Historia presenta a algunos grandes protagonistas como en un altar, como
bondadosos perfectos, y casi ocultando sus ‘cadáveres en el armario’, en pocas
palabras, la Historia los trata muy bien; sorprende que en otros casos, idénticos
‘cadáveres’ cobran más importancia que los méritos. Durante la etapa conocida
como la Ilustración (de mediados del siglo XVIII a comienzos del XIX) fueron
muchos los que se erigieron en defensores del pueblo y, a la vez, aprovecharon
el río revuelto para conseguir enormes y/o fraudulentos beneficios, como
Danton, Voltaire…
La etapa de la
Ilustración produjo un gran avance en el desarrollo de la sociedad occidental;
de hecho, es el antecedente directo de la Declaración de Derechos, la
separación de poderes, la democracia moderna…Sin embargo, algunos de los que la
idearon, la apoyaron o la pusieron en práctica se aprovecharon de aquel momento
de transición, y de su posición. Sí, en estos años ilustrados abundaron los que
exigían medidas reformadoras y contra la desigualdad a la vez que se lucraban
por métodos dudosos o fraudulentos. Voltaire y Danton en Francia y Esquilache y
Moratín en España son muestras perfectas de cómo entendían el buen gobierno
algunos de los grandes protagonistas de este importante período.
Una de las frases más
célebres y clarividentes de Voltaire (François-Marie Arouet, 1694-1778, uno de
los más grandes pensadores y escritores franceses) dice: “Quien cree que el
dinero lo hace todo termina haciendo todo por dinero”. Sin embargo, él declaró
abiertamente que uno de sus principales propósitos en esta vida era hacerse
rico, acumular dinero, cosa que consiguió, pues al morir era millonario. Con 19
años ya se hizo con un cargo oficial, secretario de embajada, cosa difícil sin formación
ni experiencia, pero no con padrinos. Hacia 1719 el gobierno francés instauró
una lotería cuyos billetes eran una especie de bonos de muy poco valor; esos
bonos-billete de lotería eran de diversos precios y, en fin, el sistema estaba
lleno de defectos, de modo que Voltaire y un matemático (Condamine) se dieron
cuenta de que si compraban la mayoría de esos billetes ganarían seguro (a causa
de los errores del reglamento lotero); no era ilegal, pero sí inmoral, sobre
todo teniendo en cuenta lo que Voltaire había dicho sobre el dinero; en todo
caso, él y sus cómplices amasaron así una gran fortuna. Pero no se sació ahí la
codicia del gran ilustrado; a pesar de sus continuos desprecios a España, invirtió
en la Casa de Contratación de Cádiz (no lo hizo en compañías inglesas,
holandesas o francesas), especulando con remesas de oro y plata procedentes de
América; también invirtió en muy diversas operaciones financieras, bancarias e
inmobiliarias; fue prestamista y financió el comercio de esclavos; se cuenta
que, cerca del final de su vida, se había convertido en uno de los mayores
rentistas de Francia y, evidentemente, en inmensamente rico. Para ser alguien
que tanto habló y escribió (evidentemente con mucho mérito) sobre moralidad,
integridad, igualdad… sorprende que el dinero estuviera por encima de todo.
Cuando se habla de la
Revolución Francesa siempre aparece Danton, uno de los protagonistas de tan
trascendente ocasión. Georges Danton (1759-1794) fue uno de los que mejor supo
aprovechar el desorden y la confusión revolucionaria para ganar mucha, mucha
pasta. Cuando compró su cargo de abogado en los Consejos del Rey antes de la
revolución (práctica habitual en la época) pagó casi 80.000 libras, pero no se
sabe cómo, puesto que con sus ahorros e ingresos le hubiera sido
matemáticamente imposible hacer frente a aquel pago; además, tenía que costear
alquiler de vivienda, los muebles y enseres con los que la acondicionó, dos
criados, gastos cotidianos… Sus ingresos eran muy inferiores a sus gastos, pero
el tío pagaba como un banco, es más, muchas propiedades inmobiliarias (incluyendo
85.000 libras por un terreno con casa en su pueblo) las pagó a tocateja. Luego
vendió su cargo por poco menos de lo que lo compró. Al caer la monarquía (1792)
fue nombrado ministro, lo cual supuso la entrada de millones en sus arcas a
pesar de sólo estuvo dos meses en el cargo. Se ha escrito que Danton estaba al
servicio del conspirador Duque de Orleans, y también que trabajaba para
Inglaterra con el fin de desestabilizar Francia; sí parece demostrado que
estaba a sueldo de la corona francesa, la cual le abonaría grandes sumas (de
100.000 en 100.000 libras) para que la defendiera, sin embargo, el tipo cobraba
del rey y luego lo atacaba e insultaba (el ministro Montmorin dijo: “el rey le
paga para adormecer su rabia”). En todo caso, las cuentas de Danton no cuadran.
Se sabe que tuvo tratos con un banquero español llamado Guzmán que aprovechó el
descontrol de la revolución para ganar millones; y también con proveedores del
ejército con los que hizo lucrativos negocios: Francia estaba en guerra y
necesitaba armas, municiones, uniformes, provisiones, pertrechos…, de modo que
estando en el ministerio podía adjudicar contratos a quien ofreciera mayores
comisiones. No dejó Danton de aprovechar su información privilegiada para ganar
verdaderas fortunas con la Compañía de Indias, comprando acciones a precio
bajísimo sabiendo que se iban a disparar al poco tiempo; se asegura que Danton
y sus secuaces ganaron ¡cuarenta mil millones de libras! Luego, cuando la
Compañía fue liquidada, él se encargó de ‘modificar’ la ley para que el coste
para los accionistas fuera mínimo y, de paso, llevarse la correspondiente
comisión… En fin, cuando fue guillotinado, era un revolucionario muy rico.
En España, en aquella
época, también hubo aprovechados hipócritas, aunque a otra escala y con otros
modos. Aquí lo que primaba era el nepotismo, el amiguismo, el otorgar cargos
bien remunerados al pariente o amigo. Uno de los políticos más corruptos de la
Historia de España fue un italiano, el conocido como Marqués de Esquilache
(Leopoldo de Gregorio, 1699-1785); cierto que propuso y llevó a cabo algunas buenas
y necesarias obras e iniciativas, pero el tipo se lo cobró bien cobrado. El
caso es que Esquilache no solo amasó una inmensa fortuna y muchos cargos y
sueldos (nada más pisar tierra española fue nombrado Teniente General sin haberse
puesto nunca un uniforme), sino que practicó un nepotismo exagerado, casi de
risa; baste señalar que su hijo mayor se convirtió en mariscal
instantáneamente, el segundo fue nombrado arcediano con pingües ingresos a
pesar de que apenas era adolescente, y el tercero, que aun andaba a gatas,
recibió el cargo de Administrador de la Aduana de Cádiz. ¡Qué bien entendió la
‘modernización de España’!
Leandro Fernández de
Moratín (1760-1828) fue un gran escritor, eso es innegable, pero también un
traidor que se puso de parte del invasor napoleónico y en contra de su pueblo;
no le importó que los franceses mataran, quemaran, robaran (muchos oficiales y
sus familias vivieron durante décadas de lo robado en España) o destruyeran por
gusto, sino que marchó con ellos cuando fueron derrotados, y regresó con los
Cien Mil Hijos de San Luis (reacción absolutista) para combatir a los liberales
de la Constitución de Cádiz. Resulta que cayó en gracia al conde de
Floridablanca (valido de Carlos III), con lo que logró unos cuantos cargos; de
entrada le cae una renta de trescientos ducados a pagar por el arzobispado de
Burgos, pero como no tenía relación directa con la Iglesia (no era cura,
diácono ni nada de nada) el obispo le hizo una primera ordenación para que
pudiera cobrar; luego llegó Godoy (príncipe de los corruptos y favorito de
Carlos IV), quien le ‘ayudó’ a estrenar sus comedias (los empresarios debieron recibieron
propuestas imposibles de rechazar); y también recibió cargos y remuneraciones, como
una ‘feligresía’ pagada con tres mil ducados, o otros seiscientos a pagar por
el obispado de Oviedo…, y eso sin tener nada de eclesiástico. El afrancesado,
desertor y gran dramaturgo trincaba todo lo que podía sin que ello le supusiera
conflicto moral, por más que él achara tales defectos a los demás.
Las personas son
personas y tienen virtudes y vicios, siempre, nadie es perfecto. Otra cosa es
que, en las páginas de la Historia, a veces pesan más unas que otros, y otras
al revés.
CARLOS DEL RIEGO